Morris Gilbert encarna bajo su propia definición al productor: “Es un chef teatral”, dice después de medio siglo de carrera en los escenarios, primero como actor y después realizando obras clásicas y musicales que, como su más reciente estreno, Anastasia, ha convertido en obra de arte y “pudo tocar el cielo”.
Su palabra clave desde los años 70 para emprender todas sus producciones es “profesionalización”. Idealista, el productor de El hombre de La Mancha, Los miserables y Hoy no me puedo levantar cuenta en entrevista que la realidad cambió al Morris Gilbert que no tenía malicia, pero prefiere la fantasía a la realidad; todos los días pierde la esperanza, y la recupera al día siguiente.
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En 1974 inició su carrera como actor, que dejó pronto para dedicarse a producir teatro y, en 1989 estrenar su primer musical ¡Qué plantón!, con el que demostró que en México se podía apostar por la calidad. Le da terror ver que la gente prefiera “comer porquerías” al platillo que él cocina cuidando todos los ingredientes, todos los procesos, para que se sirvan “casi perfectos” en el escenario.
Para él, el gusto del público tiene la brújula perdida porque la sociedad está deprimida y angustiada. “El teatro no es para escapar”, dice el productor de El rey león, Aladdin, Mary Poppins y Mamma mía!.
A sus casi 70 años –nació en la capital el 12 de septiembre de 2023–, quiere celebrar representando 50 años de carrera con Anastasia, musical de Lynn Ahrens y Stephen Flaherty con libreto de Terrence McNally, que se estrenó el 3 de agosto en el teatro Telcel, protagonizado por Mariana Dávila, con Irasema Terrazas, Gloria Toba, Carlos Quezada, Javier Manante, Manuel Corta y Sara Smith.
Revela que en las últimas semanas ha estado pensando si no debería cambiarse el título de su profesión, sobre todo por la imagen del productor que se tiene en Estados Unidos y que ahora se presenta peor por la huelga de guionistas y actores en Hollywood, en que el productor “está más vilipendiado que nunca”.
“El cliché de Hollywood dice que el productor es el que pone el dinero; es un gordo, calvo y fuma puro; pone dinero, viene y se lo lleva sin pagarle a nadie. Es el malo de la película. Ese es un cliché hollywoodense que no tiene que ver con lo que es un productor teatral”.
¿Qué es ser productor en el siglo XXI?
Hay muy poca gente que lo tiene claro; desgraciadamente, la palabra tiene muchas acepciones que son equivocadas. Yo me considero una especie de chef teatral que decido qué platillo quiero preparar. Y una vez que decido, me procuro todos los ingredientes para prepararlo de las mejor manera. Desde luego hay muchos tipos de chefs: los que cocinan en Vips, por ejemplo, que merecen todo nuestro respeto, y también está el chef del restaurante más exquisito, más sofisticado.Así como hay todo tipo de chefs, hay de productores.
Yo me defino como un productor artístico. Estoy involucrado en el proceso artístico desde el día cero, en absolutamente todos los aspectos. Me da un poco de risa que a veces los directores con los que me toca trabajar no me alcanzan a entender muy bien hasta que estamos en el proceso, y se quedan muy sorprendidos y me dicen: ‘Es que ya no hay productores como tú’. Y sí, somos una especie en extinción; y sí, el mundo actual ha convertido al productor en un capitalista que pone dinero como si comprara acciones en la Bolsa para especular y ganar o perder, pero que no se involucra más allá.
Gilbert subraya que está al pendiente no sólo de la parte artística, sino también la técnica.
“Procuro conocer hasta el último tornillo, la última tuerca de una producción, saber cómo funciona todo. Cada vez se vuelve más difícil lograrlo, porque las producciones son más complicadas y sofisticadas que antes. Pero, gracias a Dios, trabajo con un equipo brillantísimo, y puedo delegar en muchísimas personas estos aspectos, pero yo trato de estar involucrado en todo”.
Su argumento es vital: si hay un problema, como los que se presentan en una producción, si conoce todo el proceso artístico y el técnico, sabe mejor cómo resolverlo sin esperar que alguien más lo haga.
¿Cuándo decidiste que el musical es cosa seria?
Te puedes imaginar que con la cantidad de anécdotas y de musicales que he hecho a lo largo de este tiempo, me es muy difícil hablarte de un momento. Pero sí hay una cuestión hasta filosófica. Cuando empecé, la gente daba por sentado que como estábamos en México, era aceptable hacer las cosas mal. Pués qué tanto era tantito ¿no? Literal. Iba a ver los musicales que eran muchas veces vergonzosos, con producciones de cartulina, con telones que se movían con el viento, que se cerraba la puerta y toda la escenografía se cimbraba. Cosas muy mal hechas, salvo las honrosas excepciones de aquella época: Manolo Fábregas, Silvia Pinal, Julissa o Marcial Dávila. Ellos eran los productores. Había tres o cuatro personas que hacían las cosas muy bien hechas.
Veía sus producciones y decía: ‘Ahí está. ¿Cómo que no lo podemos hacer bien? Claro que podemos, nada más tenemos que querer’. Cuando hice mi primer musical, ¡Qué plantón!, en el teatro San Rafael hace 36 años, mi cabeza me decía: ‘Profesionalización, hay que profesionalizar esta materia llamada teatro musical’, y no con el argumento de que somos del tercer mundo y no tenemos recursos, es aceptable hacer las cosas mal, porque obviamente eso era una mentira. Y lo hice y la gente se quedó estupefacta, porque obviamente no era lo que esperaban; estábamos ofreciendo una producción de primerísimo nivel. Broadway significa cosas bien producidas de manera profesional, y eso fue lo que logré en aquel entonces, fue mi meta y lo logré con creces. A partir de ahí, por lo menos en las producciones que he hecho este tiempo, la profesionalización ha sido el lema en todos los aspectos. Y, perdona la falta de modestia, pero los resultados están a la vista.
¿Qué es la perfección para Morris Gilbert?
Perfecto solo Dios. Pero nos podemos acercar lo más posible. Por ejemplo, no hay un solo actor en Anastasia que no esté ahí por sus cualidades, que pueda dar las notas que tiene que dar en el escenario; que tenga la preparación para interpretar los personajes, la disposición, la actitud adecuada, la entrega al proyecto. Es exactamente lo mismo en todos los departamentos. Tú sabes que un musical es un circo de siete pistas, cada departamento es una producción en sí misma: la orquesta, el vestuario, el maquillaje, la peluquería, la escenografía, la iluminación, la utilería, son muchas obras al mismo tiempo que están sucediendo a ojos del espectador.
Y en cada uno de los departamentos tenemos a un responsable al que se le va vida para cumplir a la perfección la tarea encomendada. Soy afortunado de tener un equipo creativo maravilloso. A unos amigos holandeses les tocó en esta ocasión venir a dirigir, fueron los más amorosos, exigentes y profesionales. Juntos creamos un ambiente de trabajo único, y eso permitió que la creación floreciera y que la puesta llegara a la casi perfección. Todo mundo ha reconocido Anastasia. No lo digo yo, todos los que la vieron y todas las críticas y las reseñas son muy halagadoras y me hace tener una gran sonrisa y la satisfacción de misión cumplida.
¿Qué palabras más amas decir y escuchar en un teatro?
Siempre lo he dicho, la palabra mágica es: gracias; agradecernos los unos a los otros. Uno da gracias cuando la experiencia fue satisfactoria, cuando las cosas estuvieron bien hechas y el resultado es el óptimo. Lo envuelve todo, el agradecimiento mutuo, porque somos un equipo, no hay ninguna labor humana que no sea el resultado del trabajo de un equipo. Nadie puede fabricar un auto solo, ni mantener un jardín solo; todos dependemos de los demás en esta vida, indudablemente. Y cuando el trabajo en equipo está bien hecho y el resultado es el que tenemos, pues qué bonito es poder decir: “Gracias”. Esa palabra lo define todo.
¿Cuál es el temor más grande para un chef teatral?
Que tu platillo sea ignorado, porque a veces sucede, desgraciadamente. Nuestra sociedad tiene la brújula muy perdida, es preocupante, el público se equivoca muy seguido. A mí me aterra ver que el público acude masivamente a cosas muy terribles en la televisión, en el cine, en los conciertos, en todos los rubros. Y me pregunto: ¿de verdad la gente está yendo masivamente a eso? Y después te dicen que no vienen al teatro porque es muy caro. Y me quiero morir cuando los veo pagando 10 veces más por cosas de muy dudosa calidad, peleándose por entrar. Mi preocupación es esa: que la brújula en el gusto del público anda muy errada y cada vez peor porque la gente está muy deprimida y muy angustiada. E ir a ver a ciertos artistas les funciona muy bien para la realidad actual; el teatro es todo lo contrario de lo escapista, el teatro te mueve y te conmueve, y a veces la gente no quiere que nada la mueva ni la conmueva.
¿Alguna vez has perdido la esperanza en los escenarios?
Te confieso: todos los días me pasa, y milagrosamente al otro día la recupero. Pero sí, la pierdo porque la realidad de México y el mundo es muy deprimente, y no es que pierda la esperanza en el teatro, es que la pierdo en general cuando leo, veo, oigo y percibo lo que pasa en nuestro mundo. Es muy difícil conservarla en elas circunstancias actuales, pero también mágicamente es muy fácil recuperarla.
¿Qué necesitas para recuperarla todos los días?
Ver todo lo bueno que hay, que hasta la fecha es más que lo malo. Cuando dices: ‘Todo esto está mal, pero todo esto está bien’. Entonces, pongamos el acento en lo que está bien, que siempre es más, mi lema de los últimos tiempos es que somos más los buenos.
¿Qué te gusta más inspirar a los demás o que te inspiren?
Que me inspiren, definitivamente. Yo no me considero inspirador, sé que mucha gente me ve y se inspira, pero no es mi meta. Ahí, modestamente, que yo pueda lograr hacer eso, bueno, qué bendición, pero lo que busco es la inspiración para poder seguir adelante.
En este medio siglo ha habido muchos Morris Gilbert, ¿cuál es su favorito?
Aquel que empezó, era idealista y creía en todo el mundo; no tenía la malicia que los años te dan, de entender que hay mucha maldad en el mundo, que aunque la queramos negar, ahí está, y que hay tenerla vigilada para enfrentarla. Yo he tenido muchos descalabros por idealista, por creer en un mundo ideal, porque así fui educado. Y, claro, la vida no es así, como ya bien lo sé, pero hasta la fecha ese Morris idealista, ese que creía un mundo perfecto y de solidaridad y de trabajo en equipo para rajar tabla, me gusta mucho. Ese Morris, a lo largo de 50 años ha recibido muchos palos, y tuvo que ubicarse en la realidad, me gustara o no. Y no, no me gusta la realidad, me gusta más la fantasía.
¿Qué producción sería la que elegirías para representar 50 años de carrera y 70 de vida?
Qué pregunta tan difícil, qué difícil. ¿La verdad? No podría contestar. Son demasiadas obras y cada una tiene su importancia, en mi vida y mi existencia. Si me preguntas hoy, la respuesta honesta es Anastasia.
¿En qué momento conoces algo y decides hacerlo arte?
Curiosamente, los musicales que presentamos en el teatro Telcel, no los elijo yo necesariamente; los elegimos colegiadamente con el equipo de Ocesa. Y hay muchísimas razones, motivos, aristas, que se consideran para decir hacer tal o cual obra. Anastasia la íbamos a hacer hace cuatro o cinco años. Por azares del destino se tuvo que cancelar, cosa que no nos había pasado nunca. Yo tengo una característica como buen productor y es que me crezco al castigo. O sea: si algo se me complica y se me dificulta, más lo quiero hacer, creo que va con la naturaleza humana: esto no se va a poder, ah, cómo de que no, ahora lo voy a hacer más grande, y mejor. Y le tengo que buscar el modo.
Cuando por fin pudimos hacer Anastasia, imagínate, fue una segunda oportunidad, con un proyecto como este, porque no solamente se atravesó aquel problema de carácter legal que tuvimos, sino la pandemia. Todo eso hizo que Anastasia fuera más deseable, más deseada. Y ya que llegó a nuestras manos, y se fueron conjuntando todos esos ingredientes tan perfectos, me di cuenta de que íbamos a tocar el cielo con este proyecto y que era la gran oportunidad de hacerlo. Y me dije: “¿Cómo no?”. Vamos a arroparlo, cuidarlo y llevarlo a las magnitudes que merece. No es una decisión consciente, es algo que voy intuyendo y sintiendo cuando palpo el avance del proyecto. Desde que hicimos la segunda ronda de audiciones, me di cuenta de esta magia y de lo que podíamos lograr. Y, bueno, mágicamente se logró. En el inconsciente hay una decisión de hacerlo así y después viene la realidad de a ver si te lo permite o no. Y bendito sea dios esta vez hubo magia y ahí está.
¿Qué siente cuando ves un teatro vacío?
El horror. Es una sensación que debe ser parecida a la muerte. Es muy deprimente. Siento una enorme pena, no por nosotros, sino por todos aquellos que no están viniendo a disfrutar de un platillo glorioso que les estamos ofreciendo y, sin embargo, andan en otros lados comiendo porquería.
hc