Lila Avilés asume sus películas como “delirios”, aunque también define como “emocional” a Tótem, su segundo filme, sutil, de delicada belleza, sobre qué hace fuerte y une a la familia arquetípica, totémica.
“Cada una de mis películas es un delirio y espero que sigan siendo un delirio, eso es muy lindo de los procesos. Cada filme es una búsqueda particular, te coloca en un lugar diferente al anterior, tiene que ver con el momento en el que estás. Para esta segunda película ayudó mucho (el éxito) de La camarista, porque fue más fácil conseguir fondos, antes eras Don Nadie y te colaste, había ese prejuicio; pero ahora con Tótem lo único que me deja es seguirle”, expone la directora de cine y teatro.
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Su nuevo filme, ambientado dentro de una familia caótica que prepara una fiesta de cumpleaños a uno de sus miembros desahuciado debido a una enfermedad, se estrenó en la pasada Berlinale donde ganó el premio Ecuménico a Mejor Película; es aspirante al Óscar y recién salió a la cartelera mexicana.
Mucho del éxito de Tótem sin duda tiene que ver con el trabajo de Avilés en actores y actrices y no actores. Y ese elenco destacan el debut de Naíma Sentíes y la interpretación de Montserrat Marañón.
“Tótem viene de una historia muy personal, que transmutó en otro delirio. Agradezco mucho que sea una película tan cercana a mí que al final sirve como detonador para hablar de muchas cosas más, es lo que me parece lindo”, cuenta en entrevista la cineasta, que debutó en 2018 con La camarista, ganadora del Ariel a Mejor Ópera Prima, entre otros galardones obtenidos en su recorrido por festivales de cine.
Sol (Naíma Sentíes), una niña de 11 años, es llevada por su madre Lucía (Iazua Larios) a visitar a su padre Tonatiuh (Mateo García, escritor nieto de Gabriel García Márquez y de Salvador Elizondo), un treintañero que difícilmente se puede mover afectado por una enfermedad terminal, cuidado principalmente por su hermana Nuria (Montserrat Marañón), madre y pilar de esta familia cotidiana.
Los nombres del padre y la hija no son gratuitos en el universo de la cineasta: Tonatiuh (nombre que en el panteón azteca se daba al Sol como dios) y su hija Sol (el astro, más que un apócope de Soledad). La película transcurre a partir de la mirada de esa niña que sólo quiere ver y abrazar al Sol progenitor.
“En Tótem hay una parte muy bella de lo que es México: la comunión, la posibilidad de pedirle todavía a la vecina que te preste unos limones o esa capacidad de ayudar a cualquier persona que ha pasado por un proceso de duelo. Es muy bello que la gente te dé ese apoyo, es bello pensar que en este universo no vamos solos, hay una reciprocidad con la familia, con la vida misma. A veces se nos olvida en las ciudades que existen los animales, los insectos, que somos parte de un todo, por hippie que se escuche.
“El hecho de que aparezca el Sol ya es una belleza, algo que uno debe agradecer, pero por más que se nos repita, se nos olvida. Vino la Covid y todo mundo iba en un camino; se va la Covid y uno regresa a lo mismo de antes o peor, a las guerras, etcétera. Recordar estímulos como una buena comida, una buena película, alimentan el alma, es de vital importancia recordarnos esas cosas: ‘A ver, suelta el celular dos segundos y juega con tu hija, porque mañana no sabes, estate aquí con presencia’”, comenta Avilés sobre ese universo de emociones y sutilezas que se transmiten al espectador en su nuevo filme.
¿Por qué la simbología de la película?
Porque soy así, ja. Son estos pretextos que nos ponemos directores y directoras, ahora sí que en la búsqueda de sentido. Hay algo muy bello en estos microuniversos, microcosmos, aunque nuestra historia no tiene nada de micro, nuestra historia es gigante, la historia de México. Es como regresar a la esencia: cómo, desde nuestras historias personales, puedes tocar estos temas, cómo hay una sincronización inherente aunque uno no lo quiera pensar. Durante la pandemia tuve mucho tiempo para leer, leí mucho sobre historia de México, así que, de alguna forma, eso se permeó en la película.
¿Qué nos quieren decir los animales en Tótem?
Que somos parte de este todo. Hay algo muy bello, no hay que ser mago ni biólogo ni geógrafo para reconectar con esta simpleza regalándole presencia. Lo dice la filosofía: cuando miras al sol, el sol te observa también, hay algo ahí que es un estímulo que sale al universo y el universo te responde. Como sociedad estamos tan inmiscuidos con el afuera, con el no estar presente, que se nos olvida esa presencia tan bella, tan básica, hay que darle tiempo a todo, uno no es monje para ese nivel de desapego y de no tener contacto con la naturaleza misma o con el ser. Que no se nos olvide esta parte humana ni que cada uno de nuestros actos tiene una repercusión. Y desde mi lugar, mi única repercusión es el cine. Y desde ahí intento tener sintonía con lo que nos sucede en general. Ahora que tengo la dicha y la virtud de viajar con Tótem me pasa: te ves en el espejo de un director en África o Australia o Turquía.
¿Por qué ese contraste tan fuerte entre los personajes solitarios de La camarista y los gregarios de Tótem?
Estoy muy agradecida con Tótem. A veces hay el prejuicio si te va bien con la primera película, como si uno tuviera que hacer la misma película toda la vida. Lo que ha sido muy lindo con Tótem es que me ha dado la posibilidad de ser lo que sea. Es muy bello en el quehacer cinematográfico quererse como director; siento que cuando tú te impones un camino, qué estrés, qué ansiedad. Hay que repensar la médula de la historia, que te signifique, que te sea importante y que agarre el camino que sea.
¿Qué es entonces Tótem?
Una película emocional. Y la emoción principal es no querer imponer una emoción.
¿Qué sigue en la carrera de Lila Avilés?
Ya no tardarme tanto. Pasaron cinco años entre La camarista y Tótem. Ojalá ya no me tarde tanto. Esperemos que la siguiente venga rápida y furiosa.
DAG