La mañana de este jueves, una docena de mujeres que buscan a sus desaparecidos salieron de Matamoros al predio denominado La Bartolina, lugar reconocido por las autoridades como un campo de exterminio.
“Sí viene uno con miedo porque es el territorio de ellos y pueden considerar una ofensa que se ande metiendo uno por aquí”, confiesa Delia Quiroa, mientras con sus compañeros escarban en un punto que les pareció sospechoso.
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“Vemos que las autoridades no hacen nada y pues tenemos que hacerlo nosotros mismos por nuestros propios medios”, dice su compañera quien pidió no ser identificada por temor a los cárteles al hablar con MILENIO.
La Bartolina se ubica en el ejido del Huisachal en Tamaulipas a tan sólo unos kilómetros de la frontera con Brownsville, Estados Unidos. Ahí las autoridades y colectivos de desaparecidos como "Madres unidas por nuestros desaparecidos" han logrado recuperar 500 kilos de restos humanos en un lapso de cinco años.
La mañana de este jueves, las mujeres se arriesgaron a ir al predio, custodiadas por la Guardia Nacional y elementos de policía estatal para verificar las condiciones en las que está la zona, pues desconfían de los trabajos que hace la Fiscalía General de la República.
Delia Quiroa, quien forma parte de los colectivos "10 de marzo" y "Nosotras", asegura que han solicitado información a la Fiscalía General de la República sobre los avances en la identificación de las más de 500 kilos de restos que se han encontrado, pero no han obtenido respuesta.
“Se les pide información de cuántas fosas han sido abiertas, cuántos restos han sido identificados, cuántos no. La premura de que nosotros queramos que este territorio sea resguardado es porque no queremos que se pierda evidencia. Usted se está dando cuenta que está solo, abandonado y para estar viniendo cada seis meses, pues imagínese eso nunca se va a resolver”, reclama Delia, mientras charlamos debajo de un árbol que es de las pocas sombras donde uno puede esconderse del sol.
Para las familias que buscan, cada día se repite el pesar, la incertidumbre y desesperación de no saber si su desaparecido está bien o que fue de él o ella. Los estragos se viven todos los días y en esa situación, esperar a que las autoridades realicen la próxima diligencia en el predio en septiembre, les suena a una eternidad.
Delia Quiroa fue al campo de exterminio de La Bartolina a pesar de la tercera ola de covid-19 y del riesgo de internarse entre veredas solitarias en Tamaulipas para buscar a su hermano Roberto, quien desapareció después de tres secuestros.
“En la primera, cuando se pagó el rescate y lo liberan, él nos dijo que lo habían traído para acá, que lo metían en un tambo de agua y le ponen una tapa, se queda dormido y se andaba ahogando”, recuerda Delia antes de continuar con el recorrido de reconocimiento.
En un lapso de cuatro horas a una temperatura que rondaba los cuarenta grados, el grupo de rastreadoras logró ubicar un hueso que quedó asegurado por la policía estatal y varios zapatos de mujer.
Abriéndose paso entre las espinosas malezas, las madres llegaron a la zona acordonada por la Fiscalía, ahí constataron que no hay personal que garantice que la evidencia no sea manipulada o destruida.
“Compañeros hay que respetar el área de la cinta amarilla. No toquen nada”, gritaba Delia con un altavoz.
La zona se encuentra al lado de un lago que le da al sitio un toque de quietud que dista mucho de parecer un lugar en donde cientos de personas han sido asesinadas, calcinadas o enterradas. A diferencia de otros cementerios clandestinos del crimen organizado, no se percibe olor a muerte y no se ve a nadie en la zona, aunque días antes, colegas periodistas quisieron ingresar a La Bartolina por iniciativa propia y los mafiosos les ordenaron retirarse.
Ya en el lugar, algunas madres rompen en llanto y rezan mirando las cintas amarillas que les impiden el paso.
“Apelamos a tu gracia divina, Señor, que si tú nos has puesto los medios para que nosotros busquemos a nuestros hijos, también te pido Padre que pongas en el lugar señor donde ellos están”, rezan algunas madres.
La señora Rosa, del colectivo "Madres unidas por nuestros desaparecidos", fue una de las madres que abrió camino para que las autoridades trabajaran en la identificación de los restos humanos abandonados en La Bartolina.
Esta mañana no se encuentra entre el grupo de rastreadoras, pero les hace un llamado para que se acerquen con sus Ministerios Públicos para que confronten sus datos genéticos con los “tesoros” encontrados. Así llama ella a los restos humanos que va encontrando en su camino, mientras busca a su hija Dulce Yamelli, secuestrada en San Fernando, Tamaulipas.
FS