Viesca, Pueblo Mágico que se está quedando sin agua y oportunidades

Habitantes del municipio, tanto de colonias como de ejidos aledaños, señalan que con el paso de los años ha disminuido el abasto, que aunado a la pobreza, torna aún más crítico el panorama.

Viesca es considerado Pueblos Mágico y en donde parte de sus habitantes emigra para estudiar o trabajar.| Mauricio Román
Editorial Milenio
Viesca, Coahuila /

Con poco más de 20 mil habitantes y ubicado a 70 kilómetros de Torreón, el municipio de Viesca es considerado uno de los Pueblos Mágicos de Coahuila, aunque sus habitantes sobreviven sin agua y oportunidades. 

Allí, mientras la Universidad Autónoma de Coahuila accedió a recursos federales para instalar un Jardín Etnobiológico que preservará especies endémicas, la población lucha día a día para permanecer, pues los que tienen recursos emigran para estudiar o trabajar, y generalmente no vuelven, en tanto los que no pueden irse sobrellevan la pobreza más vergonzosa. 

Otros han llegado para quedarse motivados por el amor. Ese es el caso de Angélica Acosta Hambriz, originaria de Zacatecas, quien conoció al que es su esposo y decidió seguirlo a la Comarca Lagunera hace ya 18 años. Con domicilio en la colonia El Tinaco, ella es madre y abuela y dice que con el paso de los años sí ha disminuido la dotación del agua potable.

“Sí se ve que ha ido disminuyendo el agua, ahorita hay poquita y pues supuestamente una noria ya no jala, la que funciona es la de La Hacienda y pues sí batallamos. Hasta eso sí hay todo el día aquí donde vivimos, pero poquita. En la cabecera municipal sale un chorrito, yo tengo tinaco y tengo un tambo. No tengo bomba, es con la pura manguera y esa es la que va subiendo”. 

En la narrativa visual los signos de los buenos tiempos están presentes a través de los enormes pinabetes que dan una hermosa sombra a las calles. Sin embargo por las acequias ya no corre la renovada presencia del agua y no se ve más que tierra acumulada y basura. 

Angélica sabe que debe cuidarla y por ello compra jabón biodegradable; en su casa se lavan los dientes con medio vaso de agua y aunque tiene regadera, ya no la usan. 

Cuatro adultos y dos jóvenes se han acostumbrado a limitarse, en tanto que, los compromisos políticos, resuenan en la mente colectiva como el eco fraudulento pues, en el tema del agua potable, se reitera, se deberán redoblar esfuerzos para dotar a las comunidades ejidales. 

Esteban Compean también vive en El Tinaco, y desde temprana hora se levanta para almacenarla y también para llevarla a casa de su hija quien vive en La Ermita, porque, apuntó, de promesas no vive nadie y allá no sale ya nada de agua. 

“Supuestamente el presidente (Hilario Escobedo de la Paz) dijo que iba a poner una noria y mire, no sale nada. Quieren inyectar del mismo cerro donde ya se han hecho muchas norias y pues ya saben bien que esos veneros no sirven, el cerro está por la Juan Guerra, arribita de las albercas. Aquí en la cabecera nomás hay una noria y de cuatro pulgadas para todo el pueblo".

 “Los políticos ahorita ni se asoman, la prioridad de ellos es la feria, ahí para sacar lana pa’ellos, porque para invertirle al pueblo no, no hay nada y ese es el detalle. Si está feo acá, vayan para el ejido de La Fe o el ejido El Cinco. El Bajío de Ahuichila tiene un venero que lo bombean desde el cerro pa’las casas, ese está en medio de los dos”.

El ganado peligra 

Con la instrucción de Esteban se agarra de nuevo la carretera porque los ejidos mantienen una distancia de la cabecera municipal de entre 20, 37 y 55 kilómetros respectivamente. 

A la entrada de El Bajío de Ahuichila se lee que se trata de una comunidad con 150 habitantes, es decir, quizá alcance a ser constituida por 50 familias. 

Allí el señor Martín Tapia, desgrana mazorcas para darle de comer a sus animales. Dijo que desde chiquillo ha vivido en Ahuichila. Pero en los últimos años se ha roto la seguridad debido a la escasez de agua potable. 

“Es mucha sequía para los animales, es puro batallar con ellos. Aquí no sale nada, la están acarreando de una clínica, de ahí nunca se acaba, sale un chorrito pero ahí vamos todos. Es un centro de salud y todos los días vamos. Aquí todas las familias batallamos".

“Yo tengo mi ganadito, no se me ha muerto todavía, les compramos la pastura para darles y el agua pues todavía alcanza pa’ellos también; se toman cuatro o cinco tanques diarios de agua. La comida se las traemos para que vivan. Ahí están flacas las reses pero están vivas. La pastura la traemos desde Matamoros”. 

El agua, aseguran, proviene de un manantial que no obstante, está hoy seco ante la falta de lluvias. Éste abastece al rancho y aunque son pocos, no da abasto ante las necesidades diarias. Por eso reciclan el agua. Antonia Castillo, esposa de Martín es una mujer que con sencillez comenta que allí todos han nacido. Ellos se conocieron en el rancho, tuvieron sus hijos, y éstos les dieron nietos y bisnietos. Pero por el agua se padece.

“Ya tenemos como dos años batallando. Hasta las plantas sufren y se secan.

El infierno en la tierra

Al retroceder en el camino se encuentra la ruta de terracería para llegar al ejido La Fe, comunidad que parece una isla poblacional en medio de la nada si no fuera porque el paisaje lo rompe la presencia de una marmolera. 

Allí el apellido Tapia es común porque el ejido lo habitan 15 familias, casi todas relacionadas, que sobreviven en una pobreza ofensiva. 

De acuerdo a los anuncios que se colocan luego de entregar una obra, en el año 2018 y destinado a pequeños productores, la Sagarpa a través del programa de Infraestructura Productiva para el Aprovechamiento Sustentable de Suelo y Agua (IPASSA), destinó como aportación federal 2 millones 072 mil 528.28 pesos al “Proyecto integral para la captación de agua y restauración de agostaderos”, beneficiando a 64 personas que debieron aportar 101 mil 448.86 pesos. 

Con ese dinero la Sagarpa concedió como apoyo la construcción de 2 bordos de cortina de tierra compactada, 2 kilómetros de cerco de exclusión y la siembra de 100 hectáreas con zacate Buffel, además de 14.025 metros cúbicos de terrazas de base angosta y un muro de contención. 

Con el mensaje “México siembra éxito”, el letrero oxidado es la mejor explicación de este sitio. Allí no hay agua potable porque aunque se les dotó con infraestructura, ésta fue abandonada por las autoridades.

En el ejido también se colocó una planta purificadora que, al necesitar mantenimiento, las autoridades la dejaron “a la buena de Dios”. No les queda más que tomar agua que se les surte en camiones, por la que pagan y que aseguran es salada, posiblemente con altas concentraciones de arsénico y otros metales pesados que ponen en riesgo sus vidas. 

En suma, al tener solo dos norias y una de ellas sin agua, las familias subsisten de puro milagro. 

“Aquí no hay nada de agua. Echamos a jalar un pocito que tenemos aquí pero, tenemos un generador ahí y le estamos echando el diesel, pero ya ve que el combustible está bien caro, y para tomar pues no tenemos, potable no tenemos. Somos como catorce familias pero no mandan ni una pipa; mientras el presidente que está ahorita, cuando andaba en la política, pues sí, como en todo, prometía y todo pero no ha cumplido”, refirió Marcelino Tapia. Marcelino dio detalles. Ellos tienen una purificadora también debido a que el agua les sale salada. Pero tampoco funciona porque al descomponerse la noria, se arruinó todo. Al final y ante la falta de uso “se pegaron” todos los equipos.

Hace calor en el ejido La Fe y mientras los hombres descansan en donde podría haber una plaza pero no hay nada, las mujeres se encuentran en las cocinas asando chiles, tomates y calabacitas. Encima del comal encendido por las brasas, no faltan los jarros con frijoles y el café. Con la noria a un kilómetro, se movilizan por el agua para lavar y darle de beber a los animales. La que necesitan para beber la compran en la cabecera municipal. 

“El tanque de 200 litros nos lo dan a cien pesos en Viesca, la gente lo tiene que comprar porque no hay. El agua para el baño pos la de la noria, también para bañarse uno, pero para tomar sí se tiene que comprar porque para acá no pasan los camiones con agua, nomás que vinieron unos señores que andan trabajando en un mármol y ellos les ayudaron a poner una planta”, acotó Leonarda Sandoval. 

Si se piensa que esta comunidad no produce, nada más alejado de la realidad. Con técnicas rudimentarias, la familia Tapia es candelillera y con sus 30 años Eduardo Tapia se ha acostumbrado al intenso calor de los hornos, al ardor que el humo produce en los ojos, a cargar y descargar candelilla. Y a esperar 90 pesos por un kilo de cera. Eduardo comenzó a trabajar en este oficio a los doce años y aún no se casa. Santos Tapia, empezó a la misma edad pero el debe mantener a cuatro. Christian Tapia, sobrino de los anteriores, a sus trece años de edad, le toca atizar el fuego. Aprenderá que la vida es dura y que hay que trabajar para sobrevivir en La Fe.

CALE

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