No hemos cedido los espacios, el crimen organizado nos los arrebató. Eso me dice la doctora Karla Salazar, quien desde hace años ha acompañado a las madres que buscan a sus hijas e hijos desaparecidos. Las madres que nunca se rinden.
En sus clases de la universidad, aún escucha a los alumnos que se quejan de los monumentos rayados en las marchas. Ella les pide empatía.
Cuando miramos cómo la desaparición de una adolescente salta a los medios de comunicación y a las redes sociales, inunda la agenda pública y está en la conversación de la sociedad, uno pensaría que esta tragedia nacional por fin se convertiría en el tema más importante. Pero no es así. Un escándalo siempre desplaza a otro. Esa es la lógica de la opinión pública. La lógica del olvido, de lo efímero, de la ausencia de memoria, pero sobre todo, como me recuerda Karla Salazar, la ausencia de la justicia restaurativa.
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A las muertas de Juárez no se les ha dado seguimiento, no se les ha dado justicia restaurativa con los familiares, precisa.
“No existe, incluso, la construcción de la memoria para recordarles de una manera digna”.
En Ciudad Juárez, según documenta Jorge Alberto Álvarez Díaz, del Instituto de Ciencias Biomédicas de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, en el periodo comprendido entre 1993 y 2003, desaparecieron más de 300 mujeres.
La académica de la Universidad Autónoma de Tamaulipas señala en entrevista: las desapariciones, durante muchos años, no se denunciaron porque habían amenazas continuas.
“¿Cuántas personas no están desplazadas en este momento de sus lugares de origen porque se les ocurrió denunciar, se les ocurrió hacer colectivos?”
Y no habla de esperanzas, pero sí de procesos de acompañamiento, de resiliencia.
“Se deben generar procesos de empatía social, el abrazo social se debe de construir con el reconocimiento de lo que estamos viviendo. No es normal y no se debe de normalizar. No porque desde hace 20 años vivamos una violencia extrema debemos de adaptarnos a ella o conformarnos con las acciones que se realizan”.
Recupero la voz de Hubert Matiúwàa, poeta guerrerense, que denuncia en su libro Las sombrereras de Tsítsídiín la trata de personas y el feminicidio:
En la Montaña, en Guerrero, “cuando cae la tarde, el miedo cubre la piel y paraliza los ojos; se escucha rumorar:
Es mejor que te guardes la lengua, han llegado los hombres armados a rondar las carreteras, a sembrar el miedo y a relucir la angustia en el vientre de las mujeres. Si no quieres amanecer colgado en el puente, guárdate de la tarde. Los que no lo hacen, son colgados en los puentes para mecer el silencio con la palabra soterrada”.
Y concluyo con uno de sus poemas:
“Llegaron amarradasy envueltas en nailo
para que hombres de Acapulco
desangren sus cuerpos”.
EHR