El proyecto, que sustituye a la anterior sede localizada en Santa María la Ribera, promete crear oportunidades y diversificar el arte en la ciudad.
Parte de tu trabajo es la activación social y económica de lugares como Puerto Escondido, Oaxaca o Monticello (Nueva York). Hoy es la colonia Atlampa en CdMx, ¿qué tienen en común estos sitios?
Este tipo de activaciones son un compromiso que todos debemos de tener, tratar de que cuando se hace una propuesta cultural sea en una zona que realmente lo necesite, que sume al barrio. Atlampa es una colonia con problemas sociales, donde hay un alto índice de pobreza e inseguridad. Buscamos que este tipo de proyectos siempre beneficien a la comunidad más cercana, no solo por la derrama económica, sino abriéndolo al público e incluyendo a la gente de la zona. En el caso del estudio, queremos invitar a las escuelas de gobierno para que vengan los niños a participar, quizás tengan una clase de arte una vez a la semana. Tratar de hacer sinergia con distintas instituciones y proyectos alrededor. Lo que se detona de esto es lo que me interesa. Me parece algo absurdo, por ejemplo, que quieren poner más museos en la zona de Chapultepec, los museos deberían estar en donde puedan generar diferentes dinámicas, aportando algo nuevo y ayudando a diferentes comunidades.
¿Cuál es tu relación con la arquitectura? ¿Cómo la integras a tu arte?
Siempre me ha interesado el entorno de la obra, me sorprende constantemente la recontextualización que llega a ocurrir en un espacio. He hecho algunos proyectos arquitectónicos en Puerto Escondido, por supuesto, con mucha humildad, y es sumamente interesante el diálogo entre la arquitectura y el arte; las muchas coincidencias que pueden tener las dos. En el caso de Tadao Ando o Alberto Kalach, son arquitectos que admiro mucho, y ha sido un gran honor crear proyectos en conjunto con ellos.
¿Qué buscas transmitir con este espacio?
Creo que el espacio, al igual que mi obra, trata de transmitir calma y serenidad. Fue parte del diálogo que tuvimos el arquitecto y yo, el de crear un espacio acogedor que conviviera con la obra, no un cubo blanco, no un museo, no una galería, sino un espacio en el que mi obra –que también está hecha de materiales muy simples– pudiera convivir con su entorno sin una tensión absurda. Es un espacio con muy buena luz que crea un ambiente propio, queríamos que fuera un lugar sencillo en el cual la gente pueda ir a hacer un poco de introspección, ver las piezas y sacar sus propias conclusiones sin que la arquitectura y las piezas compitieran entre ellas.
¿Cómo fuiste escogiendo las piezas que llenarían este espacio?
Para esto conté con la ayuda de Dakin Hart, que es el curador en jefe del Museo Noguchi en Nueva York. He colaborado con Hart en varias exposiciones, como durante la Bienal de Venecia y en mi exposición en el Anahuacalli. Le pedí que fuera y seleccionara piezas de mi almacén para que curara la exposición. Toda la obra son piezas que he ido guardando para mis hijos, las he ido escogiendo y apartando: cuadros, esculturas, las piezas que me van gustando más.
El arte debería ser consciente y responsable, ¿cuál es la mejor manera de regresar algo a la comunidad?
Falta mucha conciencia social en el mundo del arte. Creo que debería ser una obligación de los artistas exitosos regresar a la comunidad. No solo donando obras para subastas, sino haciendo un trabajo social, un compromiso. Eso es lo que más falta: un compromiso social. Por parte de los artistas, y también de los coleccionistas y curadores. Creo que debería ser algo obligatorio, buscar que el mundo sea mejor que cómo nos tocó. Los artistas somos quienes se nutren de esta cosa tan maravillosa que es el arte, de su gran poder curativo, de introspección, de lectura, de cultura, tenemos muchas maneras en las que podemos aportar.
mrevistademilenio.com
Fotografía: Betsy de la Vega Tay y Denisse Hurrle
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PJG