La mañana del 19 de septiembre de 1985 miles de mexicanos se despertaron de golpe. Un sismo de 8.1 grados Richter había sacudido a la ciudad, dejando como resultado edificios colapsados, gente atrapada bajo trabes y concreto y escombros por todos lados. Basta con ver una fotografía de aquella mañana para comprender el daño.
En 1985, se estimaba que cerca de 10 millones de personas vivían en el entonces Distrito Federal. En 2015, según el último censo del INEGI, éramos 8 millones 918 mil 653 hombres y mujeres en la capital, cifra que se ha incrementado en los últimos dos años.
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También, hace tres décadas, las técnicas de construcción y sobre todo los reglamentos para las nuevas edificaciones eran muy diferentes a las que tenemos hoy. A 32 años del fatal acontecimiento ¿la Ciudad de México está preparada para otro temblor de esa magnitud?
"Actualmente tenemos mayor entendimiento de la geofísica del suelo y cómo se comporta un sismo. A partir del temblor del 85 se tuvieron que corregir las normas técnicas complementarias del Reglamento de Obras del Distrito Federal", explicó el ingeniero Jorge Navarro, uno de los peritos estructuralistas que supervisó las construcciones dañadas días después del temblor de hace 32 años.
Normas más estrictas
El daño que ocasionó el terremoto de 1985 fue valuado en seis mil 500 millones de dólares actuales. Ese 19 de septiembre se registraron tres mil 692 decesos más 228 a causa de la réplica del día siguiente; sin embargo, extraoficialmente se cuentan cerca de 40 mil fallecidos. Un gran número de edificios públicos resultaron dañados, entre estos el Hospital General y el Centro Médico Nacional, lo cual representó una reducción de la capacidad de atención hospitalaria de un 30 por ciento.
La afectación del sismo permeó en todos los sectores y ámbitos de la vida nacional, por lo que no tomarlo en cuenta para próximas edificaciones y políticas a implementar sería una apuesta arriesgada por parte del gobierno.
Dos años después del terremoto, en 1987, se publicó un nuevo Reglamento de Construcción que incluía normas de emergencia y mecanismos de control más rigurosos para la supervisión de las obras.
"A raíz del sismo se hizo más estricto el cálculo para los edificios; las fuerzas y cargas se incrementaron considerablemente, ya no era lo mismo un edificio de antes del 85 a después del 85", explicó el doctor Renato Berrón, director del Instituto para la Seguridad de las Construcciones.
En 1997 se volvió a actualizar el reglamento en el cual se especifican por primera vez los tres tipos de suelo de la Ciudad de México para establecer la resistencia y las características bajo las cuales un edificio debe ser construido para resistir un temblor.
La zona 1 o de lomas, que es la parte alta del Valle de México, la zona 2 que es la franja que divide a la zona 1 de la 3 con características de ambos suelos, y la zona 3 o del lago, con un suelo mucho más blando debido a que es donde se encontraba Lago de Texcoco y el Lago de Xochimilco; y en 2004, la zona 3 se subdivide en a, b, c y d.
"Después del 85 se empezó a tomar muy en serio el reglamento y se convirtió en una serie de normas que son la vanguardia de la ingeniería civil", explicó Carlos Ortega, un joven arquitecto que a pesar de no haber sido testigo de la devastación del sismo, sabe cómo influyó éste en el mundo de la construcción.
Los edificios de hoy
"La razón por la que se cayeron muchos edificios en el 85 es que esas estructuras se hicieron con concreto armado, es decir una combinación de varilla de acero con concreto. Esta manera de construir, que es la estampa de la modernidad, no estaba tan refinada y sobre todo no tenía tanto sustento científico cuando se implementó en México. La manera de preparar el material era al 'ahí se va', pero no sólo en México, sino en todo el mundo", explicó Ortega.
La construcción y sus materiales no tenían en ese momento toda la investigación que hay actualmente. Ahora no sólo se revisa constantemente cuán resistente es el concreto, sino también se han desarrollado sistemas hidráulicos para colocar en los edificios a manera de amortiguar los movimientos telúricos, e incluso, sistemas que contrarrestan casi por completo el movimiento, al funcionar como especie de balanza.
También la forma en la que trabajan los arquitectos, de mano con los ingenieros civiles, ha cambiado, por lo que trabajos en los que el diseño y la estructura están integrados comienzan a verse más. Como ejemplo está el Estado Azteca.
"Lo que ha cambiado es que ahora es menos empírica la manera en la que se diseñan las cosas, ya no se dejan al azar", señala el arquitecto Ortega.
Hoy, un edificio puede resistir un sismo de 8.1 grados o más porque los edificios ya se piensan con una sobre resistencia, dependiendo del tipo de suelo y uso que se le va a dar, explicó el ingeniero Navarro.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que un sismo de una magnitud similar o superior a los 8 grados Richter, traerá daños estructurales, más no derrumbes como los que se vieron hace 30 años.
"Los edificios aquí en México están diseñados con la filosofía de aceptar grietas o muros dañados, pero que no llegue al colapse", comentó el doctor Berrón.
Los esfuerzos de Protección Civil
“Ahora se ha vuelto más sencillo lidiar con un sismo porque lo tenemos súper normalizado, y creo que Protección Civil ha hecho un buen trabajo al señalar los puntos reunión y rutas de evacuación, por ejemplo”, comenta el arquitecto Ortega.
Sin embargo, tanto él como el ingeniero Navarro coinciden en una cosa, no basta con saber cómo reaccionar, sino igual o más importante es ubicar los triángulos de vida, los cuales consisten en el espacio que queda entre un mueble, sea una mesa o una cama, y las partes derrumbadas.
Y es que en un país en donde se registran en promedio 100 temblores al año según un estudio del Instituto de Geofísica de la UNAM, cobra más importancia ubicar las rutas de evacuación y los puntos de reunión, así como las zonas más seguras de tu casa o lugar de trabajo, pues como dijo el doctor Berrón, los edificios se dañarán, pero no caerán.
mrf