Durante dos días, Edi Setiawan ayudó a rescatar personas vivas y a recuperar cadáveres de entre un mar de barro y escombros, todas ellas víctimas del letal terremoto que sacudió el viernes a Indonesia.
Y luego, medio enterrados en el fango marrón, vio dos cuerpos inmóviles que le rompieron el corazón.
“Pude ver a mi padre que todavía abrazaba a mi hermana”, revela Setiawan, al recordar el devastador momento en que encontró a sus familiares cerca de la casa donde vivían, en la ciudad de Palu, en la isla Célebes.
“Solo lloré”, confiesa. “Pude salvar a otras personas, pero no pude salvar a mi propia familia”.
El sismo de magnitud 7.5 ha dejado al menos mil 347 muertos, según un nuevo reporte publicado ayer por la Agencia Nacional para la Gestión de Desastres, y destruyó miles de casas, desatando de inmediato una crisis humanitaria en la que un sinnúmero de personas necesita alimentos, agua y combustible.
La mayoría de las víctimas fueron producto del terremoto y del tsunami pero cientos de personas fueron enterradas vivas por un fenómeno llamado licuefacción del suelo, que ocurre cuando colapsa la tierra suelta cerca de la superficie.
El portavoz de la agencia de desastres Sutopo Purwo Nugroho dijo que el vecindario de Petobo, en Palu, donde Setiawan vivía, fue muy afectado: “Todavía hay cientos de víctimas enterradas en barro”.
Palu, de 380 mil habitantes, quedó en ruinas tras quizá ser la ciudad más castigada en la isla de Célebes.
Cuando el sismo sacudió la ciudad, Setiawan estaba recogiendo los escombros provocados por otro sismo fuerte que había fracturado las paredes de su casa unas horas antes. Al correr hacia afuera, “el suelo donde estaba parado se resquebrajó... y comenzó a salir agua y barro, más y más en varias direcciones”.
Su esposa y su hija de un año estaban bien, pero otros familiares, amigos y vecinos no respondían. Trató de ir a la casa de sus padres pero no pudo llegar por el mar de barro que cubría el área. Junto con otros pobladores, se dedicó a salvar a quien podía.
“Cargué a un niño de dos años sobre mi cabeza, un niño de tres años en mi espalda, y agarré un niño de cinco años mientras trataba de salir nadando del barro al camino de asfalto”, cuenta.
Los pobladores lanzaron sogas a personas que estaban atrapadas en charcos de barro espeso que parecían pantanos, y los sacaron jalándolos con las cuerdas.
Para el sábado habían rescatado a 11 adultos, incluida una embarazada, y dos niños, aunque uno de ellos murió después.
Luego se enfocaron en los muertos y recuperaron cuatro cuerpos. Fue el sábado cuando Setiawan vio los cadáveres de su padre y hermana en el fango, dándose el abrazo que marcó el último momento de sus vidas.
“Vi a mi padre y a mi hermana abrazados, muertos bajo el lodo”
“Pude salvar a otros, pero no a mi familia”, asegura Edi Setiawan, ciudadano de Palu, en Indonesia.
Palu /
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