De la guerra al sueño americano... de refugio

El Cajón es un condado de San Diego donde cientos de musulmanes intentan rehacer su vida, como Firas Al Naqeeb, quien huyó de la violencia en Irak y Siria, pero ahora corre el riesgo de ser expulsado.

“Para mí son dos vidas: antes de la guerra todo era estable. Después de ella todo ha sido un desastre”, cuenta.
Firas tiene tres hijos y planea abrir un restaurante de comida iraquí.
Editorial Milenio
California, EU /

Desde hace seis años que Firas Al Naqeeb está huyendo de la guerra. Dejó su carrera como abogado, su familia y sus amigos. La casa donde vivía, su oficina y su barrio entero quedaron en ruinas luego de los bombardeos y ataques de soldados que allanaban cada lugar en busca de enemigos.

Su nuevo hogar está a 12 mil kilómetros de las calles donde creció. Se llama El Cajón, un condado al este de San Diego, en California, de no más de 100 mil habitantes, según el último censo en Estados Unidos. Ojos claros, mirada transparente, pero rara: pareciera que una angustia permanente la opaca, la ensombrece…

“Para mí son dos vidas: antes de la guerra todo era estable. Era una vida buena. Después de ella todo ha sido un desastre, una pesadilla”, cuenta Firas mientras camina de su casa a la mezquita que está en la calle Broadway con Segunda Street. Es viernes a mediodía, el día de la semana más importante en el islam. “El día que celebramos a Alá”, dice.

El Cajón, donde Firas intenta rehacer su vida, es el refugio de cientos de musulmanes que desde 2003 huyen del Medio Oriente: 76 por ciento de sus habitantes practica el islam y otra buena parte es latina.

“Cuando llegué me sorprendió que la comunidad iraquí convive todos los días con mexicanos. Creo que tenemos muchas cosas en común, así que no me siento lejos de casa”, cuenta.

Al Naqeeb creció en Bagdad. En 2010, el gobierno de Estados Unidos lo contrató para trabajar en una organización que prestaría servicios humanitarios y jurídicos en Siria. En 2013, Firas y uno de los colegas enviados en apoyo fueron secuestrados por una organización terrorista que los torturó por dos semanas.

“El gobierno de Estados Unidos me puso en grandes aprietos: por un lado mi gente pensaba que era algún infiltrado y los militares estadunidenses pensaban que estaba defendiendo criminales”, recuerda el hombre de marcadas facciones y nariz aguileña, quien además habla inglés con fluidez, árabe y francés.

Firas y su familia buscaron apoyo mediante la Agencia de la Organización de las Nacionales Unidas para los Refugiados y fue trasladado a Dubái, en los Emiratos Árabes. Ahí comenzó sus trámites de asilo en Estados Unidos a través de un sponsor, familiar o conocido que las autoridades piden tener en algún estado de la Unión Americana para que el solicitante pueda entrar al país.

Su médico en Bagdad, Jabar Sadik, había huido tiempo atrás y pidió al gobierno estadunidense el auxilio para Firas y su familia. En 2015, Firas llegó a San Diego y se estableció en la casa de Sadik, quien por dos años le ha proporcionado apoyo económico y lo ha ayudado a colocarse en trabajos de servicio.

Firas se matriculó en la Universidad de San Diego para continuar sus estudios en leyes y desde septiembre del año pasado intenta abrir un negocio de comida iraquí en El Cajón con su vecino Mustafa Alsamurrai, un refugiado sirio que teme ser devuelto a su país, igual que Firas, luego de que el pasado 27 de enero el presidente Donald Trump envió una orden ejecutiva para restringir el acceso de ciudadanos de siete países.

La orden también suspende la emisión de visas, como la que espera Firas, para personas provenientes de países como Irán, Irak, Somalia, Sudán, Siria y Yemen, y afecta incluso a aquellos que tengan una licencia de residente o greencard, prohibiéndoles la salida de Estados Unidos a sus países de origen.

La medida presidencial suspende de manera indefinida la entrada de refugiados sirios y limita a 50 mil el número personas que pueden recibir refugio provenientes de otros países. El decreto de ley tiene una duración de 120 días.

Desde entonces, organizaciones sociales han promovido juicios en tribunales locales de Estados Unidos para permitir el tránsito de refugiados y personas provenientes del Medio Oriente. La primera resolución fue emitida un día después del decreto de ley por la jueza Ann M. Donnelly, del Tribunal del Distrito Federal de Brooklyn, en Nueva York.

El 14 de febrero, el condado de San Diego se sumó al juicio promovido en el noveno Tribunal de Apelaciones del Circuito de Estados Unidos en Chicago contra la orden ejecutiva.

David Álvarez, miembro del Consejo de la ciudad, dijo a MILENIO que San Diego “goza de una diversidad de culturas y razas que se traducen en familias que no merecen ser separadas”.

Apenas ayer los secretarios de Estado, Rex Tillerson, y de Defensa, James Mattis, y el consejero de Seguridad Nacional, H.R. McMaster, hicieron una petición al presidente Trump para retirar el veto migratorio a las personas provenientes de Irak, debido a que ese país es uno de los que luchan contra el Estado islámico.

A Firas no le causa conmoción la petición: “De cualquier forma este presidente no nos quiere aquí, nos lo ha dicho, y ahora o después nos atacará”.

Para el abogado y ahora incipiente empresario en San Diego, su sueño americano sigue en pie. “Quiero lograr el sueño americano aquí. Quiero ser el refugiado ideal. Quiero poner un buen ejemplo que contradiga el estereotipo que no solo tiene Trump de nosotros, sino muchos americanos”, expresa.

Ve de frente, pero con una mirada que trasluce cierta desolación: “Toda la gente piensa cosas malas sobre los musulmanes o la gente de Oriente Medio, pero si nos mostramos como refugiados y buenos ciudadanos, podremos cambiar ese estereotipo a través de un buen ejemplo, enseñarles cómo nos mezclamos con la comunidad, cómo trabajamos en equipo”.

Firas tiene una canción en mente mientras cuenta de su nueva vida, de sus tres hijos y su esposa, que da clases de inglés a los iraquíes que llegaron el año pasado. La toca un grupo conocido en Medio Oriente, Adel ogla, y se llama “Baghdad jana”, que significa “Bagdad es un paraíso”.

“Mi paraíso sigue siendo allá, donde están mi madre y los recuerdos que le aferran a mi padre, quien murió en 2010... Me siento como un gran árbol moviéndose, plantado en otra tierra. Es muy duro. Para mis hijos está bien porque son educados aquí, pero para mí, cada vez que escucho esa canción, no puedo controlar mis lágrimas”, dice mientras sostiene un té especiado.

Reflexiona un momento y suelta una frase catártica: “Si Trump cree que eso me hace terrorista, está equivocado”. Firas Al Naqeeb entra a una mezquita, se pone de cuclillas y ora junto a decenas de musulmanes. Aquí, tan cerca de San Diego, en California, en pleno Estados Unidos. Y sueña como miles otros con el refugio americano que le dé paz…

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