La barbarie en Ucrania empaña el Día de la Victoria en Rusia

La Gran Guerra Patriótica, como le llaman los rusos, mantiene una interrogante que contiene una victoria y una derrota, retomando su validez en suelo ucraniano.

El presidente ruso Vladimir Putin encabezó las conmemoraciones del lunes de la victoria de la Unión Soviética sobre la Alemania nazi. (Reuters)
Horacio Besson
Cuidad de México /

La tarde del 28 de abril pasado, Moscú se engalanó para el primer ensayo del Día de la Victoria sacando brillo a la gloria militar de haber derrotado a la barbarie del nazismo. Una lección de la historia hecha trizas ahora, cuando, al tiempo que la Plaza Roja se preparaba para honrar a sus más de 24 millones de muertos durante la Segunda Guerra Mundial, sus tropas se ensañaban contra población y territorio ucranianos en una acción donde el triunfo insiste en escabullírsele a Vladímir Putin.

En esa misma fecha, pero en 1945, el asalto final soviético sobre Berlín era ya un hecho. Hitler y su delirante régimen vivían sus últimas horas mientras los rusos avanzaban entre ruinas de la capital alemana para tomar al Reichstag y el búnker de la élite nazi debajo de la Cancillería. Para el 9 de mayo de ese año, los alemanes ya habían aceptado su derrota ante Stalin.

Hay una imagen icónica que lo dice todo sobre el orgullo soviético sobre su victoria de entonces: un soldado del Ejército Rojo coloca en el techo de un derruido parlamento alemán la bandera de la hoz y el martillo. El patriotismo, la superioridad y la razón rusas plasmados por la historia.

Bandera sobre Europa

Para no dejar dudas, el 9 de mayo a las 8 de la noche de Moscú, Stalin lo dejaba claro: “A partir de ahora, la gran bandera de la libertad de los pueblos y la paz entre los pueblos ondeará sobre Europa”.

A partir de entonces, el desfile realizado por el Kremlin en el llamado Día de la Victoria para conmemorar su hazaña bélica (dejando a lado y sutilmente la parte aliada encabezada por Washington y Londres) es, año con año, una ventana para renovar el patriotismo ruso y mostrar al mundo su fortaleza/advertencia bélica. Y, desde luego, nuclear.

El presidente ruso Vladimir Putin encabezará las conmemoraciones del lunes de la victoria de la Unión Soviética sobre la Alemania nazi. (AFP)

Ayer, en la jornada previa a esta celebración rusa, Putin envió mensajes a los mandatarios de las ahora repúblicas ex soviéticas que siguen, de alguna manera, bajo la esfera de poder moscovita:

Nuestro deber común es evitar el renacimiento del nazismo, que trajo tanto sufrimiento a la gente de diversos países. Es necesario conservar y transmitir (...) la verdad sobre los sucesos de la guerra, los valores espirituales comunes y las tradiciones de amistad y hermandad”.

Desde luego, no olvidó a Ucrania para capitalizar la celebración a su conveniencia. A los separatistas del Donbás los alentó ligando 1945 con 2022: “al igual que sus abuelos, luchan hombro a hombro para liberar su tierra de la inmundicia nazi”.

No tardó mucho en responderle Volodímir Zelenski: “varias décadas después de la Segunda Guerra Mundial la oscuridad retornó a Ucrania. En otra forma, bajo otros lemas, pero bajo el mismo objetivo. En Ucrania han hecho una sangrienta reconstrucción del nazismo”.

El desfile militar de hoy en Moscú tiene un claro significado que Putin busca revalorizar a su beneficio a través de una palabra cuando, al menos hasta el último minuto de este domingo, la invasión a Ucrania no le está aportando las ganancias planeadas: propaganda. De eso se trata. Propaganda de grandeza. Ambas palabras unidas para desarrollar una serie de imágenes que eleven la lealtad de los rusos y la prudencia (o el claro temor) de Occidente ante su poderío bélico.

Entre el triunfo y la derrota

Cuando en 2015 se cumplió el 70 aniversario de la victoria sobre Hitler, Moscú tuvo una treintena de mandatarios como invitados presenciales. Había convocado a 60 pero la anexión de Crimea pasó la factura entre los líderes de Occidente.

Putin ha buscado legitimar la invasión a Ucrania al compararla con la lucha contra el nazismo y el orgullo nacional que despertó. (AP)

Hoy, Rusia no se arriesgó al desdén y no invitó a ningún jefe de Gobierno o Estado extranjero. “Una fiesta para casa”, argumenta que, en realidad, a decir de muchos, tiene un tufillo de derrota ante recuerdos más cercanos.

Tras nueve años, las tropas soviéticas empezaron a salir de suelo afgano el 15 de mayo de 1988. En un texto, Pilar Bonet recordó ese día lo dicho en el periódico oficial ruso Izvestia sobre la decisión tomada por Moscú.

La corresponsal de El País en la entonces URSS escribió: “‘¿Quién se decidirá a asegurar ante los ojos de las víctimas que la historia todo lo justifica?’, se preguntaba el articulista Albert Plutnik tras afirmar que las viudas y huérfanos de Afganistán se han sumado a las viudas soviéticas de la Segunda Guerra Mundial que hacen aún cola para obtener piso”.

Hoy, a 77 años de la Segunda Guerra Mundial, la Gran Guerra Patriótica como le llaman los rusos, y a 34 años de la salida de Moscú de Kabul, esa interrogante que contiene una victoria y una derrota retoma su validez en suelo ucraniano.

Hace dos años, para el 75 aniversario de la victoria sobre la Alemania nazi, Putin proclamó: “estamos abiertos al diálogo y a la cooperación en los asuntos más actuales de la agenda internacional. Entre ellos, la creación de un sistema de seguridad fiable y común (…) solo juntos podremos defender al mundo de las nuevas y peligrosas amenazas”. Hoy, él se ha convertido en esa peligrosa amenaza.

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