Mijaíl, de 11 años, cruzó la frontera hacia Polonia al atardecer, junto a su madre y su abuela. Su sonrisa era contagiosa. Lo noté al conocerlo y al conversar –utilizando el traductor del teléfono– durante cinco horas, sentados en un autobús de refugiados que nos llevaría desde la frontera a Varsovia.
Los tres huían hace más de una semana a través de Ucrania, desde Kharkiv, una ciudad al noreste donde los combates entre rusos y ucranianos han recrudecido bajo el asedio del intenso fuego de artillería y los bombardeos. La ciudad se encuentra sumida en una disputa encarnizada desde el pasado 24 de febrero, cuando comenzó la guerra.
Una niña ucraniana desplazada por la guerra llora a bordo de un tren para refugiados que los llevará a Polonia. (Narciso Contreras)
Mijaíl hablaba ucraniano y ruso, como la mayoría en ese país, mayoría que tiene un fuerte vínculo con su vecino del este, con quien libra ahora una feroz batalla, la cual pocos parecen entender y de la cual decenas de miles huyen cada día cruzando la frontera hacia Polonia, Moldavia y Hungría.
Mientras sonríe, Mijaíl me dice que quiere ser influencer, mostrándome los miles de seguidores que tiene en su red de TikTok. Su madre, sonriendo también, aunque nerviosa, explica que no entiende el porqué de esta guerra: “Si son nuestros amigos”, dice, “vivimos en el mismo vecindario, y hablamos ruso también”. La abuela que se ve distante y aun en shock, asiente con la cabeza mientras se derraman lágrimas de sus ojos, las cuales limpia con sus manos pálidas y temblorosas.
Refugiados que huyen del conflicto hacen fila en la estación para abordar un tren en dirección a Polonia. (Narciso Contreras)
Ya entrada la noche, paramos a mitad del camino, en medio de carpas y multitudes a las afueras de una pequeña ciudad al sur de Varsovia. Cientos aquí, y miles en todo el país, se han unido espontáneamente a una red de voluntarios para ayudar y dar asilo a los refugiados. Han establecido estaciones de recepción a lo largo del territorio. Los reciben con asistencia médica, ropa, comida e incluso juguetes que están a disposición de las caravanas de autobuses, vehículos privados y trenes llevando mujeres, niños y ancianos que transitan dentro de Polonia escapando de la guerra.
“Seguimos nosotros. Polonia es la siguiente en la lista”, dice una mujer voluntaria, al insinuar que Polonia, país miembro de la Comunidad Europea, entrará en guerra en cualquier momento con Rusia. “Estamos listos para combatir, la guerra en Ucrania es también nuestra guerra”, dice Ernst, un polaco de Varsovia que prepara documentos para sacar a su familia del país y llevarlos a un lugar más seguro, al oeste.
Refugiados que escapan de la guerra hacen fila para registrarse en el paso fronterizo mientras esperan para cruzar hacia Polonia. (Narciso Contreras)
Es un sentimiento muy extendido entre los polacos: que esta guerra, que sienten ya como suya, se desbordará dentro de su patria en cualquier momento. Y por ello se han unido en la batalla. Un número incierto de voluntarios polacos, con experiencia militar o sin ella, cruzan la frontera hacia Ucrania para formar parte de las unidades de voluntarios que combaten en los frentes. Junto a ellos, cientos de ucranianos en condición de migrantes en otros países, regresan todos los días para enlistarse en las brigadas de las ciudades, pueblos y villas donde han nacido.
“Voy a ayudar a mi gente”
Es lo que hizo Sergi, un ciudadano ucraniano que conocí en mi regreso a la frontera. Nacido en un suburbio de Kiev hace 72 años, Sergi regresó desde la provincia de Misiones, en Argentina, donde migró desde hace décadas.
Refugiados que escapan de la guerra arriban a la estación de tren en Leopolis . (Narciso Contreras)
Recostado en la oscuridad de la cama baja en un camarote del tren que tiene una corrida nocturna de 16:00 horas de Polonia a Leopolis, en Ucrania, y luego a Kiev; Sergi, de pelo corto y cano, con la mirada dura y la piel curtida –características de un hombre de trabajo–, mira su reloj y saluda, “hola amigo”, mientras sonríe y se fascina de hablar español en tan inverosímiles circunstancias.
“Voy a ayudar a mi gente. No me dejan tomar un fusil por mi edad, pero ayudaré en el frente, como mejor pueda”, dice en un tono de español extranjero, “la casa de mi familia está en un suburbio de Kiev, donde están cayendo bombas, detrás del municipio de Irpin, donde hay combates. Es muy peligroso, pero es mi deber”.
Una niña ucraniana desplazada se despide de su padre a bordo de un tren que la llevará a Polonia. (Narciso Contreras)
Al amanecer, en el frío de la planicie ucraniana que atraviesa el tren que corre sin cambios desde la época soviética, y con los rayos de sol entrando a través de las cortinas del camarote, Sergi comparte el desayuno: huevos duros y té antes de despedirse en la estación central de Kiev. “Vine a ganar esta guerra o a morir en mi tierra”, dice con un gesto de orgullo en la cara.
Como Sergi, muchos han regresado, pero la mayoría se han quedado, enviando a sus familias al exilio. La diáspora ucraniana la componen todos, menos los hombres en edad de combatir, de 18 a 60 años. Y una gran cantidad de mujeres, que igual llevan un rifle de asalto en la mano, entregan suministros a las brigadas de civiles voluntarios que custodian las ciudades o asisten en los servicios médicos y de cocina. Abuelas reparten comida en la calle a los combatientes en servicio. Y en algunos barrios, el café y la comida es gratis para todos.
Una mujer ucraniana abordo de un tren se despide de su esposo mientras huye de la guerra en Ucrania en dirección a Polonia. (Narciso Contreras)
Dicen que Ucrania era un pueblo dividido antes de esta guerra, y que Putin fue el artífice para provocar la unidad nacional. Aunque esta guerra comenzó desde 2014, en medio de las protestas de la plaza Maidan que derivaron en el derrocamiento del entonces presidente Viktor Yanukovich y que tuvo como una de sus consecuencias el conflicto separatista en la región del Dombás; lo que es evidente, es la sensación de un pueblo que ha cerrado filas, a una voz frente a la confusión característica que provoca la guerra.
Hoy Ucrania ya no existe como la nación que fue hasta hace poco más de un mes. Las provincias de Lugansk y Donetzk en el este, se declararon repúblicas populares independientes, separándose del resto del país. Y aunque la unidad nacional ha despertado el espíritu de un pueblo que lucha por su sobrevivencia, el futuro de Ucrania tambalea. Casi cuatro millones de refugiados han abandonado el país desde que comenzó la última guerra en suelo ucraniano, de acuerdo a Naciones Unidas, mientras millones más han sido desplazados internamente.
Una madre ucraniana y su hijo pequeño se dirijen a Polonia a bordo de un tren en la estación de Leopolis. (Narciso Contreras)
En la estación de trenes los padres evacuan con urgencia a sus familias. Se despiden. Y se quedan para defender sus ciudades y pueblos. Los niños lloran la despedida desde las ventanas empañadas de los vagones. Un día regresarán a casa acompañados de sus madres, que ahora llevan marcada la angustia del futuro incierto en sus rostros. Las abuelas, los abuelos, todos, se amontonan en los pasillos para escapar hacia el destierro.
Una mujer ucraniana se dirije a Polonia a bordo de un tren en la estación de Leopolis, mientras huye de la guerra. (Narciso Contreras)
Miré a un padre acariciar la ventana del vagón para despedir a su hija pequeña, apenas una bebé. La madre que la cargaba en brazos intentaba alcanzar con su mano la mano del padre, desde el otro lado del vidrio, antes de que el tren anunciara su partida. Entonces recordé a Mijaíl, mi compañero de viaje de 11 años, cuando decía que su padre le hablaba al teléfono todos los días, desde casa, para contarle que ésta aún no era bombardeada y que todavía seguía en pie. Mijaíl sonreía y repetía: “Un día volveré a mi casa”.
Un padre toca con su mano la ventana de un tren, mientras se despide de su esposa y su pequeña hija, las cuales huyen hacia Polonia. (Narciso Contreras)
Una niña refugiada espera la partida del tren que la llevará hacia Polonia mientras huye de la guerra. (Narciso Contreras)
*El autor es fotoperiodista y documentalista mexicano, ganó el Premio Pulitzer por su cobertura de la guerra en Siria.
DMZ