La nota empezó a circular este martes: Sara Khadem, de 25 años, ajedrecista profesional iraní, aparece en una foto tomada un día antes. Concentrada en el tablero, sostiene su quijada en la palma de la mano. Suéter azul oscuro y melena caoba suelta. La noticia no debería trascender más allá de la sección dedicada al milenario juego de mesa.
Pero el tema cruzó las secciones para resaltar en política internacional por un detalle nimio para Occidente pero de gran peso en naciones musulmanas: la cabellera. Desde 1979 en Irán la fórmula “mujer más pelo descubierto” da un resultado liberal que puede ser muy castigado por las autoridades del gobierno islámico.
Semanas antes, a mediados de octubre, la escaladora iraní Elnaz Rekabi compitió en Seúl sin cubrirse la cabeza, detonando la controversia y la división de opiniones en su país.
Por un lado, cientos de seguidores la recibieron como una heroína en el aeropuerto de Teherán, por el otro, la información, confusa y sesgada, señaló que como consecuencia, su casa fue desmantelada y vive bajo prisión domiciliaria.
Presionada, a decir de la disidencia, argumentó que “solo fue un olvido involuntario”.
Sin embargo, queda como un símbolo que ha ido creciendo a marejadas cada vez más fuertes entre las mujeres iraníes: quitarse el hiyab como protesta y desafío ante un régimen machista que impone la moral como política de Estado.
Todo empezó a mediados de septiembre cuando Mahsa Amini fue detenida por Gasht-e-Ershad, la policía de la moral creada en 2005 para hacer cumplir las restricciones sobre cómo comportarse en público y cumplir con los estrictos códigos de vestimenta, y tres días después, declarada muerta.
“Incidente desafortunado”, “complicaciones de su salud”, las explicaciones de las autoridades solo atizaron la ira de la población, encabezada por las mujeres, al existir elementos creíbles de que Amini, de 22 años, murió a consecuencia de una golpiza al ser señalada por violar el código de vestimenta.
En ese momento, las calles de Teherán y de las principales ciudades de la nación vieron cómo miles de mujeres alzaban su voz de solidaridad, justicia y hartazgo al tiempo que se quitaban el hiyab, lo quemaban y se cortaban las largas cabelleras.
Tres meses después, a las manifestaciones siguen sumándose miles de jóvenes cansados de ser supervisados por el recalcitrante conservadurismo de los ayatolás y ante una economía en creciente crisis.
De acuerdo con distintas organizaciones citadas por la BBC, han muerto por lo menos 500 personas en la ola de protestas más prolongada desde la Revolución islámica y el régimen ha ejecutado a dos jóvenes por los disturbios, mientras otros 38 esperan el mismo castigo.
Impiden salida de familiares
Desde que Ali Daei apoyara las protestas en Irán y rechazara acudir al Mundial de Qatar el destino de su vida y el de sus familiares ha cambiado radicalmente su curso. El último capítulo de esta historia es que un avión de Mahan Air modificó su trayectoria para impedir salir del país a familiares del célebre ex futbolista.
La nave que partió el lunes desde el aeropuerto internacional Jomeini de Teherán con destino a Dubai, tuvo que regresar horas después a Irán para devolver a la hija y mujer de Ali Daei.
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El portavoz y director de relaciones públicas de Mahan Air, Amir Hosein Zolanvarí, dijo que el avión que llevaba a Dubai a la mujer e hija del famoso ex futbolista iraní aterrizó en Irán por “orden judicial”.
El velo en Afganistán
Pero si en Irán las protestas están poniendo en aprietos al gobierno (ayer, el presidente Ebrahim Raisi advirtió que las autoridades “no tendrán piedad” contra los manifestantes opositores) bajo el lema kurdo “Mujer, Vida, Libertad”, en la Afganistán de los talibán, la represión crece cada vez más.
Uno de los grupos que más lamentó la retirada de las tropas estadunidenses de suelo afgano, entre mayo y agosto de 2021, fue el de las mujeres al advertir que el regreso de los extremistas musulmanes significaba hacer trizas los avances que se tuvieron en su ausencia del poder.
El 17 de agosto del año pasado, los talibán ofrecieron una rueda de prensa con medios occidentales, donde, con bombo y platillo, el principal portavoz del movimiento, Zabihulá Mujahid, afirmó que “las mujeres son una parte importante” de la sociedad afgana, por lo que podrán continuar trabajando y estudiando.
“Serán muy activas en la sociedad”, prometió, para luego advertir: “dentro del marco del Islam”.
En mayo pasado, las promesas se disolvieron para mostrar las intenciones de volver a los parámetros de cuando gobernaron por primera vez, entre 1996 y 2001, al ordenar que las mujeres se cubrieran el rostro en público y quedarse en casa.
Para el 10 de octubre de este año, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas daba voz a Mahbooba Seraj, una activista afgana de derechos humanos que resumía la situación: “estamos siendo suprimidas”.
De acuerdo con Ilze Brands Kehris, subsecretaria general de Derechos Humanos, los talibanes han “privado a las mujeres y niñas de sus derechos humanos, las han eliminado de la esfera pública y han desarticulado todas sus organizaciones”.
La avalancha de restricciones no para y el último portazo se dio en estas semanas al prohibir a las mujeres entrar a las universidades.
Por eso Naciones Unidas exigió ayer a los talibanes que reviertan esas políticas misóginas, expresando alarma por la “creciente erosión” de los derechos humanos en Afganistán.
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