Hay una escena en la comedia dramática independiente próxima a estrenarse Goodrich, en la que el personaje de Michael Keaton, un comerciante de arte radicado en Los Ángeles y atrapado en una crisis de la mediana edad, acepta asistir a un taller de respiración para ganarse a un posible cliente medio hippie.
El actor, con un pequeño huracán de esperanza y ansiedad en el rostro, hace más que solo “vibrar alto”. Se menea y se sacude e intenta hacer una especie de tai chi estilo libre; espanta un enjambre de abejas invisibles y deja salir un grito primitivo (que más bien suena como un quejido ahogado). Este es el Keaton que la escritora y directora de Goodrich, Hallie Meyers-Shyer, imaginó cuando concibió el guion.
“Lo escribí con él en mente —afirmó—, al grado que si hubiera dicho que no, habría enterrado el guion y a mí misma en el patio de mi casa”.
Es esa misma sensación de imprevisibilidad, un cierto destello descabellado, que ha hecho que Tim Burton elija a Keaton como protagonista de cinco de sus películas a lo largo de casi cuatro décadas, incluyendo la más reciente Beetlejuice Beetlejuice.
“Cuando ves a Michael en Beetlejuice o incluso en Batman, tiene algo en la mirada —señaló Burton—. Por eso quería que interpretara a Batman, porque simplemente lo ves y piensas: ‘Este es un tipo que sí se vestiría como un murciélago’. ¿Sabes a lo que me refiero? Hay algo en esa mirada que es muy inteligente, gracioso, peligroso y un poco loco”.
El actor
El Keaton que se sentó en un gabinete en la esquina de una sala de hotel silenciosa en el centro de Manhattan una mañana a finales de agosto no parecía un maníaco. Ataviado como un papá genial y elegante con un suéter de tejido fino y pantalones a la medida, seguía siendo muy delgado a sus 72 años (cumplió 73 el jueves), y su tono de voz era tan suave que a veces se me dificultaba escucharlo con la máquina de capuchino sonando de fondo.
Pero esas cejas oblicuas y esa sonrisa de gato de Cheshire estaban intactas, al igual que la energía cinética como de jazz improvisado del papel que lo dio a conocer en la comedia de Ron Howard Servicio de noche (1982). La llegada del café hizo que soltara una especie de monólogo rítmico fascinante: “¡Muy bien, eso es todo! Perfección. Perfecto, perfecto, perfecto”.
El nivel de encanto personal podría no resultarles conocido a los espectadores que vieron a Keaton recientemente en el papel de un bondadoso médico campirano que cae en la adicción a la oxicodona en la miniserie de 2021 Dopesick, por el que ganó un Emmy y un Globo de Oro; o en personajes más serios y moderados en dramas sobre combatir al poder con la verdad como Spotlight y El juicio de los 7 de Chicago.
Pocos papeles han sintetizado su talento para conectar el drama con la comedia con tanta destreza como Birdman, la fantasía virtuosa de 2014 dirigida por Alejandro G. Iñarritu que le valió a Keaton una nominación al Oscar como Mejor actor y se llevó cuatro premios de la Academia, incluyendo Mejor película.
Esa actuación, que le exigió al protagonista de dos películas de Batman interpretar a un actor acabado que alguna vez fue un superhéroe, se promocionó como un regreso tras varios años improductivos en Hollywood. Keaton comprende la narrativa, aunque no está muy de acuerdo.
“Hubo un periodo en el que se dio una combinación de que yo no tenía ningún interés, no aparecí en nada bueno, yo no era bueno —relató en la entrevista—. Nadie tocaba a mi puerta. Lo único que me celebro es que nunca me desesperé. Nunca desesperes. ¿Has visto eso que flota sobre la cuenca de Los Ángeles cuando aterrizas en avión? Es pura desesperación”.
El actor ya pasó sano y salvo esa línea de esmog. Su calendario de estrenos para 2024 incluye el drama discreto Knox Goes Away, ya disponible en Max, que dirige y protagoniza como un asesino a sueldo con una demencia que empeora con rapidez; Goodrich, en cines el 18 de octubre; y sí, como ya vieron en los enormes espectaculares y marquesinas en las sales de cine, Beetlejuice Beetlejuice, la secuela de Beetlejuice que lleva 35 años gestándose y lo reúne con Burton, y con varias de las estrellas de la película original, entre ellas Winona Ryder y Catherine O’Hara.
Regresa el superfantasma
Durante mucho tiempo, tanto Keaton como Burton, dudaron si debería haber o no una segunda parte, aun cuando seguían colaborando (incluso en la ambiciosa versión con actores reales de Dumbo, que se estrenó en 2019). Cuando ambos se conocieron a finales de los 80 y empezaron a trabajar en el aspecto y tono del personaje de Beetlejuice —un muerto viviente juguetón y embaucador que ama las cucarachas y los trajes a rayas— interpretado por Keaton, en gran medida estaban improvisando.
“Era la primera gran película de Tim —recordó Keaton—. Digo, ya había dirigido La gran aventura de Pee-Wee. Pero solo éramos nosotros dos, con casi nadie que nos estuviera vigilando, y entonces decíamos: ‘No sé, ¿tú qué opinas de esto?’; ‘Ah muy bien, ¡me encanta! ¿Sabes qué sería divertido? Si yo hago X, Y, Z’. Fue glorioso de verdad. Hacerlo de nuevo, recrear eso, es mucho pedir a los escritores”.
A lo largo de varias décadas, se escribieron varios guiones especulativos sin llegar a nada; ninguno daba en el blanco. “He hecho nuevas versiones de cosas, rehabilitaciones, lo que quieras —dijo Burton—. No me importa nada de eso. Quería hacer esto por Michael, Catherine y Winona”.
La nueva trama que al final eligieron, una aventura gótica en la que la familia de O’Hara y Ryder una vez más son aterrorizados por visitas no deseadas del más allá, se amplió para incluir a Jenna Ortega, la joven estrella inexpresiva de la exitosa serie de Netflix Merlina, dirigida por Burton, y a la seductora actriz italiana Monica Bellucci como la esposa vengativa de Beetlejuice que por mucho tiempo se mantuvo alejada.
Próximamente en cartelera
Entre proyectos que quizá destaquen más por lo que pagan, como Batgirl, cuyo estreno se canceló hace poco, y varios personajes de animación (Cars, Toy Story 3, Los Minions), Keaton se ha enfocado cada vez más en producciones más pequeñas y personales.
Knox Goes Away es una de ellas, una historia sin muchos sobresaltos en la que el actor interpreta a un asesino profesional y un hombre de familia fracasado —está divorciado y no ha hablado en décadas con su hijo adulto, interpretado por James Marsden— que se entera de que tiene una agresiva enfermedad cerebral. La actriz polaca Joanna Kulig (Guerra Fría) aparece en la cinta, con Marcia Gay Harden y un noble Al Pacino.
Es una película melancólica y voluble, a la vez triste y sangrienta, con una subtrama criminal compleja que se integra bien al guion. También es la segunda vez, por raro que parezca, que Keaton dirige y protagoniza una película sobre un asesino a sueldo, después de The Merry Gentleman en 2008.
“Ojalá pudiera actuar en todas las películas de Michael Keaton —afirmó Pacino—. Ya sea actuando a su lado o que él me dirija”.
Los riesgos de vida o muerte sin duda son menos literales en la comedia ligera y agridulce Goodrich, aunque no deja de incluir problemas familiares y temas de mortalidad. En la cinta, Keaton interpreta a Andy Goodrich, un arribista incansable cuyo negocio de arte empieza a fracasar al mismo tiempo que su segunda esposa lo deja con sus gemelos de nueve años y su hija adulta (Mila Kunis) se prepara para dar a luz a su primer bebé.
Knox como Goodrich son sobre los fracasos y arrepentimientos: dos retratos distintos de padres ausentes que tienen la esperanza de redimirse antes de que sea demasiado tarde. En su vida personal, Keaton no parece interesado en las historias de familias disfuncionales. Como el más joven de siete hermanos e hijo de una familia católica y obrera de las afueras de Pittsburgh, recuerda haber crecido con “tres de las mejores hermanas y la mejor mamá del mundo”; tres hermanos mayores y “muchos amigos locos”. La imagen que describió fue de una infancia feliz, análoga al aire libre, llena de bromas y travesuras.
Así que cuando alcanzó el éxito a principios de los 80, tras dos años de estudiar en la Universidad Estatal de Kent y un torpe intento en los monólogos de comedia —una vez fue el acto telonero de Cher y fracasó rotundamente—, Keaton de inmediato compró un rancho cerca de Big Timber, Montana, donde todavía vive durante gran parte del año. Y aunque su matrimonio con la actriz Caroline McWilliams terminó en 1990 (ella falleció en 2010), ser un papá presente fue su prioridad antes que ciertas consideraciones profesionales.
“Pude haber hecho muchísimas películas y haber ganado mucho más dinero —afirmó—. Pero tuve un hijo porque quería ser padre. De verdad lo disfruté”.
El evidente orgullo que siente Keaton por su único hijo, Sean Douglas, compositor y productor musical con dos hijos propios, a menudo se refleja en la cuenta de Instagram del actor, en la que tiene casi un millón de seguidores. Una que se vuelve aún más tierna por la naturaleza poco pulida de las publicaciones de Keaton, que a menudo recuerdan a Tim Walz en su liberalismo folclórico y entusiasmo desmesurado (los temas más populares que toca incluyen pesca, beisbol, política, nietos y capturas de pantalla caóticas de su televisor; en internet se han escrito odas enteras al encanto borroso y movido de estas imágenes, sobre todo por admiradores millennials y de la generación Z).
Su reputación como un “hombre de Montana” suele destacar ahora en todos sus perfiles como celebridad, aunque Keaton desmintió la percepción de que es una especie de lobo solitario que se queda en su rancho.
“Ahora tengo casi tantos amigos allá como los que tengo en Nueva York y Los Ángeles, y en todo el mundo —sostuvo el actor—. Además, es un lugar que siempre atrae a escritores, excéntricos y pintores. Solo digamos que no es Hicksville”.
Sí parece tener una vida social activa; su conversación estuvo repleta de referencias casuales a sus buenos amigos “Carville” (el consultor político James Carville) y al actor Griffin Dunne, pero también a muchos conocidos que no son del medio.
“Me encantan las personas que todavía tienen esa aura de que no los conoces del todo, ¿sabes? Vivimos en un mundo en el que todos saben todo de todos, y como que se pierde el misterio —comentó Burton, con quien Keaton ha mantenido un vínculo fuerte e improbable a lo largo de los años: el príncipe gótico de la oscuridad en el cine y el papá de Estados Unidos que pesca con mosca—. Michael entra a una habitación y es como un boxeador profesional. Entra bailando al cuadrilátero un rato y luego se sale”.
Keaton lo veía desde una perspectiva un tanto distinta: “Yo soy de los que se quiere tener lo mejor de dos mundos. Lo admito —reconoció, con la mirada aún brillante sobre una taza de café que se enfriaba—. La gente dice: ‘Bueno, eso no se puede’. Y yo digo: ‘A mí sí me ha funcionado bastante bien’”.