El hombre que cuenta con el respaldo de Occidente para salvar a Venezuela de la dictadura y la ruina económica se está tardando. Juan Guaidó, un carismático exlíder estudiantil de 36 años de edad que tiene más de una semejanza con Barack Obama, reúne apoyo en las laderas de la zona rural andina, su avance se frena por las multitudes entusiastas de seguidores. Cansadas de dos décadas de la Revolución Bolivariana de Hugo Chávez, las familias se reúnen en las calles para tener un vistazo del hombre que desafía al heredero de Chávez, el presidente Nicolás Maduro.
“Si tengo que descender al infierno para terminar con esta dictadura, lo haré con la bendición de todos ustedes”, grita el político desde la parte trasera de una camioneta pick-up. “Venezuela será rescatada, cueste lo que cueste. Les pido que confíen en la ruta que hemos establecido…. el fin de la usurpación, un gobierno de transición y elecciones libres”.
Minutos después, Guaidó termina su discurso y su convoy se va rápidamente, con las sirenas sonando, a su próxima aparición en un agotador día de 14 horas. La multitud regresa a una lucha diaria por la supervivencia: filas para obtener gasolina, cortes de electricidad, agua corriente intermitente y salarios que se pagan en una moneda casi sin valor.
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Ese día en el estado de Trujillo, al oeste de Venezuela, fue una metáfora adecuada de lo que pasa. A pesar del fuerte apoyo, la gran valentía y el respaldo internacional, la revolución del “poder popular” de Guaidó también va retrasada.
Planes fallidos
Después de su fracaso para derrocar al régimen de Maduro, tanto Guaidó como sus partidarios en Washington, Europa y América Latina enfrentan preguntas difíciles. Aunque sigue siendo, por mucho, el político más popular de Venezuela, no está claro cuánto tiempo podrá mantener unida su frágil coalición de oposición y a sus partidarios entusiasmados.
Para la administración de Donald Trump, el problema es si ahora tiene que empezar a pensar en un plan B para Venezuela. La semana pasada, Estados Unidos (EU) anunció nuevas sanciones para congelar todos los activos y prohibir las transacciones económicas con el gobierno venezolano, que no incluyen asuntos oficiales o la provisión de ayuda humanitaria. Pero mientras el estancamiento político en Caracas se prolonga, la implosión en la economía y el desastre humanitario se acelera de forma creciente.
“Venezuela se encuentra en un estado de equilibrio perverso”, dice Luis Vicente León, director de Datanálisis, una firma encuestadora y de investigación de mercado en Caracas. “Estamos en un punto muerto catastrófico, donde ninguna de las partes puede vencer a la otra, pero su conflicto puede destruir al país”.
El 23 de enero, ante una enorme multitud en Caracas, Guaidó se proclamó presidente interino citando un artículo en la Constitución, que le permite al jefe del Parlamento asumir el poder en ausencia de un presidente debidamente elegido. Rápidamente lo reconocieron en Washington, la Unión Europea y la mayoría de los países latinoamericanos.
Pero no hubo victoria fácil. Maduro denunció lo que calificó como un complot golpista inspirado por EU y permaneció en el poder, respaldado públicamente por figuras de alto rango del ejército.
En medio de la crisis humanitaria, Guaidó intentó una táctica diferente al mes siguiente. Al dirigirse a los venezolanos desde el otro lado de la frontera en Colombia, prometió enviar un convoy de ayuda (que en su mayoría suministró EU) y apeló al ejército para que lo permitiera. Las tropas se mantuvieron firmes y los convoyes nunca entraron.
A estas alturas, las agitadas conversaciones sobre una posible intervención militar estadounidense para derrocar a Maduro se desvanecían y Washington optó por una estrategia de “máxima presión”, con sanciones cada vez más duras. La economía venezolana se hundía progresivamente, pero el mensaje seguía siendo el mismo: un empujón más y Maduro se iría.
Tras semanas de protestas y manifestaciones en las calles y frustrado por el estancamiento continuo, Guaidó aumentó aún más las apuestas a finales de abril. Al amanecer, apareció frente a una base militar en Caracas con uno de los líderes opositores más conocidos del país, Leopoldo López, quien había escapado tras años de arresto. Guaidó apeló directamente a las tropas en un mensaje de video para levantarse y derrocar a Maduro.
Pero el levantamiento terminó casi tan pronto como comenzó. El mensaje de Guaidó sonó improvisado y poco claro. Los venezolanos se preguntaron por qué proclamó un golpe desde fuera de una base militar y no en el interior.
Manuel Cristopher Figuera, el temido jefe del servicio de inteligencia, desertó, pero las tropas nuevamente se mantuvieron firmes para respaldar a Maduro. Por su parte, la policía antidisturbios rápidamente aplastó las protestas dispersas y López se refugió en la residencia del embajador español.
El Dato.8 millones
de venezolanos dejarán su país a finales del próximo año, si el éxodo continúa a su ritmo actual
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Ahora, ¿qué sigue?
A seis meses de proclamarse presidente interino, Guaidó siente la presión. Encuestas independientes muestran que se mantiene como el político más popular de Venezuela, pero su apoyo ya disminuyó. De mala gana se vio obligado a entablar negociaciones con el gobierno de Maduro, auspiciadas por el de Noruega, que en el pasado no dieron grandes frutos y que prometió evitar.
Mientras tanto, el estancamiento está destruyendo lo que queda de la economía venezolana. Una potencia petrolera tan rica, que se jactaba de contar con el servicio del Concorde a París a finales de la década de 1970, se deterioró tan dramáticamente que más de cuatro millones de ciudadanos salieron del país.
Dos décadas de mala gestión han otorgado a los datos económicos de Venezuela una dimensión descomunal, casi absurda. El banco central dice que la inflación llegó a 130,060% el año pasado. La economía se redujo a menos de la mitad de su tamaño anterior en unos pocos años. El efecto de endurecer las sanciones estadounidenses este año solo aumentó el dolor.
Ricardo Hausmann, un exministro venezolano y partidario de Guaidó, lo describe como el mayor colapso económico en la historia, fuera de una guerra o el fracaso del Estado, con una magnitud de más del doble que la Gran Depresión.
Las filas para gasolina en la capital del país pueden extenderse alrededor de las manzanas y a lo largo de las carreteras. Los conductores duermen hasta dos días dentro de sus vehículos en espera para llenar sus tanques. Cuando llegan a las bombas, custodiadas por la policía armada, el combustible se distribuye de forma gratuita: la hiperinflación hizo que el precio oficial del combustible sea tan bajo, que no haya un billete lo suficientemente pequeño para pagar un tanque lleno.
La Organización de Estados Americanos (OEA) estima que si el éxodo continúa a su ritmo actual, ocho millones de venezolanos habrán abandonado su país de origen a finales del próximo año, cerca de una cuarta parte de la población.
Para quienes permanecen, la protesta contra el régimen de Maduro es cada vez más peligrosa. Michelle Bachelet, la alta comisionada de la ONU para los derechos humanos, informó el mes pasado que casi 7,000 personas murieron en los últimos 18 meses en enfrentamientos con las fuerzas de seguridad, y dijo que muchas parecían ser ejecuciones extrajudiciales. El gobierno rechazó rotundamente el informe.
En medio de la deteriorada economía, los funcionarios estadounidenses insisten en que la victoria de Guaidó es cuestión de tiempo. “Las presiones crecen y estamos ayudando a eso”, dice un alto funcionario. “No veo cómo pueden sobrevivir. Realmente no puedo creer que lleguen a fin de año”.