Espejito, espejito en la pared, ¿quién es el más keynesiano de todos hoy?
Hasta estas semana, nadie habría dicho “Alemania” como respuesta. Pero el paquete de estímulo fiscal de Berlín, diseñado para comenzar la recuperación con una “explosión”, en palabras del ministro de Finanzas Olaf Scholz, sorprendió a todos.
El programa de 130,000 millones de euros (mde), que se anunció la semana pasada, combina recortes fiscales, pagos directos a los hogares y medidas de gasto repartidas en los próximos dos años que representan más de 3% del Producto Interno Bruto anual de Alemania. En cualquier caso, contiene un gran golpe de estímulo discrecional además de los “estabilizadores automáticos” por los cuales el balance presupuestario del gobierno varía con el ciclo económico para absorber los choques económicos, incluso en ausencia de medidas especiales.
Para algunos experimentados observadores europeos del presupuesto, ha sido un grato cambio total a la política anticíclica keynesiana por parte de un país que durante mucho tiempo ha sido acusado de una obtusa negación “ordoliberal” •política basada en la austeridad, sin inflación ni endeudamiento• de verdades macroeconómicas básicas y una obsesión que raya en el fetichismo con reglas sin sentido. Pero siempre fue una acusación injusta.
La política anticíclica no es nueva para Berlín. En respuesta a la crisis financiera de 2008, Alemania promulgó uno de los programas de estímulo fiscal más grandes de Europa, que se desarrolló bajo el mando del ministro de finanzas Wolfgang Schäuble, considerado en toda Europa como el último halcón de la política económica.
En un segundo sentido, Alemania ha sido más keynesiana que sus críticos. En la década posterior a la crisis financiera, Berlín fue reprendido en el extranjero por la consolidación de sus presupuestos gubernamentales. Esa reducción del déficit fue producto de cláusulas de presupuesto demasiado rígidas en la constitución alemana y de una cultura política que elogia el ahorro y la frugalidad. Pero también fue precisamente lo que prescribía un keynesianismo apropiado.
El principio de la política fiscal anticíclica no se limita a impulsar la demanda interna en los periodos de recesión, sino que también requiere extraer la demanda de la economía en repunte. Eso es exactamente lo que hizo la política presupuestaria de Berlín durante la mayor parte de la década de 2010, cuando los déficits se convirtieron en superávit, mientras que la producción creció de manera constante y el desempleo cayó a mínimos históricos.
Él dice...La economía del país se había comportado como una persona que vive de sus rentas en lugar de como un empresario.
Sin embargo, Berlín se ha quedado corto en un tercer aspecto de lo que John Maynard Keynes enseñó sobre una buena política macroeconómica. Una de las lecciones cruciales que el economista británico extrajo de la Depresión fue que el mecanismo del mercado privado podría no generar suficiente inversión en capital nuevo y productivo.
Una inversión insuficiente en relación con el ahorro deseado es lo que puede impedir que la economía utilice plenamente sus recursos, en contra de la opinión de que los mercados financiero se equilibran de manera eficiente. Pero la inversión insuficiente también puede ser un problema en sí mismo, incluso cuando se logra el pleno empleo.
Esa es una descripción justa de la economía alemana justo antes de la pandemia de coronavirus (covid-19). Si bien el crecimiento y el empleo continuaron mejorando, el superávit en cuenta corriente se mantuvo elevado, lo que implica aritméticamente un exceso de ahorro interno sobre la inversión. La economía del país se había comportado como una persona que vive de sus rentas en lugar de como un empresario, enviando ahorros al exterior con la esperanza de un retorno financiero en lugar de generar capital productivo en casa.
La solución de Keynes para una inversión privada insuficiente fue que el gobierno asumiera una mayor responsabilidad por la asignación de capital. Esto no solo significa una inversión directa del Estado; también requiere crear incentivos para que las compañías aumenten sus gastos de capital. No es algo que Berlín se haya tomado muy en serio en el pasado: durante la última década, la inversión pública ha sido negativa, debido a la baja inversión de los gobiernos locales. La inversión privada neta también ha sido mucho más débil de lo que podrían sugerir las cifras brutas.
El último paquete sirve para remediar este descuido de la inversión. Existen ayudas para los municipios que deberían aligerar sus limitaciones de efectivo, así como los gastos de inversión directa. Las deducciones fiscales por gastos de capital se hicieron más generosas. Y hay una serie de medidas para incentivar la inversión relacionada con la transición verde.
Todo esto son buenas noticias. Pero tan importante como un paquete de estímulo a corto plazo favorable a la inversión es que los líderes de Alemania ajusten permanentemente su política presupuestaria para fomentar una mayor inversión privada y pública de manera sostenida. Solamente entonces podrán reclamar la corona keynesiana.
srgs