Imagina a un loco conductor que está ansioso por llegar a casa rápidamente. Trata de recortar unos segundos de su viaje diario al trabajo a lo largo de una calle montañosa llena de curvas, rebasa otros coches sin ver. Todo funciona de maravilla hasta que choca con un camión que se aproxima.
Este es un concepto conocido como la Distribución Taleb, recibe el nombre por uno de los temas del celebrado libro de Nassim Nicholas Taleb sobre el riesgo, Fooled by Randomness (¿Existe la suerte? Engañados por el azar). Una distribución Taleb tiene la propiedad de que muchas pequeñas utilidades se mezclan con intensas pérdidas ocasionales. Resulta que, al rebasar en curva en las carreteras de montaña se corre el riesgo de una pérdida estilo Taleb.
Es posible ver el brote de coronavirus como una especie de una gigante distribución de Taleb en la forma en que noqueó a las corporaciones en todo el mundo desarrollado. Es cierto, cualquier cosa como los cierres de emergencia por el covid-19 habría causado un gran daño en cualquier década reciente pero, gracias a las decisiones que tomaron los gerentes e inversionistas, lo que ocurre ahora será más complicado y doloroso de lo que debería haber sido.
Una razón es que los inversionistas pasaron las últimas décadas alentando a las empresas a hacer el equivalente financiero de rebasar en curvas ciegas. Cautivados por las dudosas afirmaciones de que el financiamiento de empresas con préstamos promovería una mayor eficiencia operativa, permitieron a los gerentes cargar a las compañías con deudas cada vez mayores.
En el sector mencionado, se alentó a los gerentes a través de incentivos lucrativos para realizar adquisiciones financiadas con deuda y hacer recompra de acciones, incluso a precios elevados.
El estado de ánimo también impulsó un fabuloso crecimiento en el capital privado. Los activos netos de las firmas de adquisiciones ya crecieron más de siete veces desde 2002, el doble de rápido que las acciones globales que cotizan en bolsa, de acuerdo con los datos de los consultores McKinsey. Los inversionistas ahora poseen 14 por ciento de sus activos en los mercados privados. Una característica destacada de las empresas respaldadas por capital privado es que tienden a funcionar con un mayor apalancamiento que las empresas que cotizan en bolsa.
El resultado ha sido una erosión constante en la solvencia de las empresas. A escala mundial, desde 1980, la calificación crediticia promedio descendió de A a triple B menos, un solo escalón por encima del nivel de basura, de acuerdo con los datos de S&P. Independientemente de su supuesto nivel de eficiencia, estas empresas endeudadas son más vulnerables a las conmociones externas. Por consiguiente, es probable que algunas más quiebren en la recesión, lo que va a llevar a un mayor desempleo y una pérdida persistente de la producción.
No es solo en el ámbito económico donde se intensificará el dolor. Políticamente las cosas también se calentarán más. Esto se debe a que muchas de las personas que ahora piden ayuda son los conductores imprudentes que han sido los principales participantes financieros del juego de rebasar en curvas ciegas.
Nótese el desprecio que recibieron las solicitudes del multimillonario Richard Branson, que reside en un paraíso fiscal, para un rescate de sus intereses en líneas aéreas. O las aerolíneas estadunidenses, que gastaron 96 por ciento de su flujo libre de efectivo en recompras desde 2014. Hace una década, los culpables eran solo los banqueros, ahora es todo el sector de las grandes empresas, impulsado no solo por los bancos, también por los fondos de pensiones que invierten dinero en la banca paralela y en empresas de “crédito alternativo”.
Imagina un freno económico como el actual que sucediera en la década de 1950. Sin duda habría dolor, pero el nivel de resentimiento sería menor. La depresión de 1930 causó amargura, pero eso ocurrió después de una década de exceso al estilo Gatsby. El freno actual se produce después de más de tres décadas de triunfalismo financiero.
La mejor manera de evitar que esto vuelva a suceder en el futuro es que los fondos de pensiones pasen menos tiempo puliendo sus criterios ESG (ecológicos, sociales y de gobierno) y vuelvan a lo básico. Como administradores del capital, tienen que asumir la responsabilidad de lo que se hace con su dinero. Tienen que diseñar contratos que recompensen más a los administradores de inversiones por el desempeño que hace que el pastel económico general sea más grande.
Los contratos actuales que están mal diseñados permiten que los jefes de las firmas que cotizan en bolsa se enriquezcan mediante el apalancamiento para manipular las ganancias por acción y los objetivos de rendimiento. Permiten a las empresas de capital privado alcanzar riqueza sin importar la procedencia de esas utilidades. Algunos rendimientos de capital privado provienen de grupos que están mejor dirigidos. Pero la mayoría es del apalancamiento, de un sector cerrado o de las apuestas de selección de acciones.
Si los responsables de la formulación de políticas quieren alentar a los propietarios de activos a hacer que los administradores de fondos se comporten de manera diferente, también pueden considerar cambiar las reglas del juego por adelantado. Una idea, propuesta por los economistas Charles Goodhart y Rosa Lastra, es frenar o retirar el privilegio de responsabilidad limitada para los gerentes de empresas e inversionistas influyentes, como el capital privado y los activistas. Otra es restaurar la visibilidad.
Una de las consecuencias de los efectos colaterales políticos de la depresión de la década de 1930 fue elevar en su agenda la importancia de la rendición de cuentas. Condujo a la creación de la Comisión de Bolsa y Valores de EU (SEC, por su sigla en inglés) sobre el principio de que “la luz solar es el mejor desinfectante”.
Una consecuencia poco apreciada de la aceleración de la huida de los mercados públicos es que apagó progresivamente esa iluminación. Cada vez más la economía retrocede a las sombras anteriores a la década de 1930. Los conductores imprudentes son más propensos a tomar atajos si saben que nadie los observa. Entonces, para evitar un dolor innecesario en el futuro, ese proceso debe revertirse.
Warren Buffett pierde 50 mil mdd
Berkshire Hathaway, la firma del multimillonario Warren Buffett, sufrió en el primer trimestre del año una pérdida de 49 mil 746 millones de dólares, debido al desplome que la pandemia de coronavirus ha provocado en los mercados. Las cifras contrastan con el beneficio neto de 21 mil 661 millones de dólares que la compañía había registrado en el mismo periodo del año anterior. La compañía tuvo un beneficio operativo de 5 mil 871 millones de dólares, por encima de los 5 mil 555 millones registrados en el mismo lapso de 2019.
Vende acciones de aerolíneas en EU
La firma vendió todas sus participaciones en las cuatro aerolíneas más grandes de Estados Unidos, dijo el presidente Warren Buffett en la reunión anual de accionistas. El conglomerado tenía una participación del 11 por ciento en Delta Air Lines, 10 por ciento de American Airlines Co, alrededor de 10 por ciento de Southwest Airlines Co y 9 por ciento de United Airlines a finales de 2019, según su informe anual y reportes de la compañía.