Darren Aronofsky habla sobre The Whale, su más reciente película

FT Mercados

Darren Aronofsky un cineasta controversial, con métodos de filmación que llevan a los actores al límite de sus sentimientos.

Darren Aronofsky, director y guionista.
Raphael Abraham
Ciudad de México /

Al igual que el protagonista con sobrepeso mórbido de su nueva película The Whale (La ballena), Darren Aronofsky se ha acostumbrado a que la gente sienta repugnancia de su trabajo. Con melodramas extenuantes como Réquiem por un sueño, El luchador y El Cisne negro, el director ganó numerosos premios y admiradores, pero también ha sido vilipendiado por sus representaciones gráficas del sufrimiento humano. Esto alcanzó su apoteosis con ¡Madre! de 2017, en la que sometió a Jennifer Lawrence a una tortuosa mezcla de allanamiento de morada y alegoría repugnante.

Las audiencias, marcadas por esa experiencia, pueden acercarse a su última película con temor. No ayuda que la escena inicial de The Whale muestre al enorme y sudoroso Charlie (interpretado por Brendan Fraser) masturbándose y adquiriendo un alarmante tono malva. Lo primero que pensé fue: “Dios mío, ¿esto va a ser...?” Él termina mi pensamiento: “...¿otra de Darren Aronofsky?”.

También está la primera impresión causada por el título: a la vez una broma infantil y alusión a Moby-Dick, una referencia clave en la obra de Samuel D. Hunter de 2012, que adaptó para la pantalla. Aronofsky, de 53 años, me asegura que hubo “muchas discusiones. Hablamos con la Coalición de Acción contra la Obesidad... llegamos a un punto en el que todos nos sentimos cómodos”.

El director no quiere que se saquen conclusiones precipitadas. O más bien sí, para luego poder anularlas. “Es muy importante que la gente vea la película y no juzgue algo por la portada”, dice. “De hecho, ese lugar común es realmente apto para la escritura de Sam. Todo el público y cada uno de los personajes juzgan (a Charlie) por la portada, y entonces la hermosa escritura de Sam disuelve poco a poco eso y te hace pensar con mucho más profundidad”.

Es cierto que no todo es lo que parece a primera vista en The Whale, y su superficie de crueldad acaba dando paso a una suavidad casi dulce. Pero seguro que Aronofsky estaba consciente de que esta película brutalmente franca resultaría provocativa.

“No era consciente de eso al empezar”, dice Aronofsky, con una actitud defensiva pero un tono sin remordimientos. “Me di cuenta de mis propios prejuicios cuando empezó la obra. Y, al final, sentí algo muy profundo por Charlie. Eso fue lo que me atrajo... realmente no pensé en eso desde el lado del fantástico hombre espectáculo de crear controversia. En realidad nunca lo hago. Solo sigo las historias que quiero contar. Es posible que mi gusto me lleve allí”.

Lo mismo podría decirse de la decisión de Aronofsky de darle el papel a Fraser, que resultó ser un golpe maestro, con una interpretación llena de elogios tanto por la crítica como por los fans. Solo es patético que el propio Fraser ganó un peso considerable desde que interpretó al héroe de acción en películas como La momia hace casi 25 años, el hecho de que usara un fat-suit (traje para verse con sobrepeso) y prótesis para interpretar a Charlie avivó aún más la polémica.

Fraser pasó años aislado del mundo del espectáculo después de denunciar en 2003 una conducta sexual inapropiada contra Philip Berk, expresidente de la Asociación de la Prensa Extranjera de Hollywood. (Berk negó la acusación y que el declive de la carrera de Fraser tuviera algo que ver con él). Pero desde el estreno de The Whale en Estados Unidos, un ejército de millennials se alzó para impulsar su regreso a Hollywood. Fraser fue nominado para el Oscar como mejor actor.

En realidad, no me había dado cuenta de cuánto cariño había por él. No soy de esa generación. Vi las películas de La Momia, pero me perdí George de la Jungla y nunca vi El hombre de California. No me había dado cuenta de lo fundamentales que fueron para tanta gente. Las personas están entusiasmadas con su regreso”, dice Aronofsky.

Para Aronofsky no se trata de un terreno totalmente nuevo. Ya había protagonizado una resurrección similar a la de Lázaro al darle un papel a Mickey Rourke en El luchador de 2008. Este caso es diferente, dice. “Con Mickey hubo más de un cálculo porque sabía el profundo respeto que le tenían los actores de su generación. Brendan fue realmente el actor adecuado, en el momento adecuado. Lo vi y pensé: ‘Muy bien, él va a ser interesante’”.

A estas alturas, cualquiera que se presente a una audición para Darren Aronofsky sabe en qué se está metiendo. Sus exigentes métodos son legendarios —Jennifer Lawrence se desgarró el diafragma y se dislocó una costilla después de que se hiperventiló durante la filmación de ¡Madre!— y no son para todos. Le pregunto si le gusta llevar a los actores al límite, pero se resiste a la sugerencia.

“Nunca he forzado a un actor hacia un sentimiento, porque no funciona”, dice. “Nunca presionas, a veces solo extiendes una mano para jalarlos hacia arriba... eso fue la belleza de encontrar a Brendan justo cuando él quería eso. No sé si se sentía así a mediados de la década de 1990, cuando estaba en su cuarto papel protagónico”.

Él dice.

"Es muy importante que la gente vea la película y no juzgue algo por la portada"

Al parecer, Darren Aronofsky sigue creyendo en la anticuada noción de sufrir por tu arte. “Cuando los actores empiezan, todos quieren llorar y mostrar sus entrañas: los que no están en busca de la fama y realmente aman el arte. Por eso van a la escuela de actuación: para llorar, gritar y sentir. Así que solo les recuerdo que aquí tienen una oportunidad para hacerlo”.

Acepta que no todas las estrellas tienen la capacidad de exprimirse emocionalmente película tras película, y cita ejemplos contrastantes: “Daniel Day-Lewis es su propio auto-torturador, y tal vez esa sea parte de la razón por la que no trabaja (a menudo), porque es un trabajo muy duro para él. Luego hay actores, como Ellen Burstyn (estrella de Réquiem por un sueño), a los que no les duele. Salía del set flotando en una nube porque ese día lo había dejado todo en la pantalla”.

Para esta película, como para cualquier adaptación de una obra de teatro, uno de los mayores retos era conseguir que fuera suficientemente cinematográfica. Esto significa que tuvo que imaginar formas ingeniosas de bloquear las escenas (organizar los movimientos de los actores en relación con la cámara). “Se trataba de: ¿Cómo bloqueamos esto para que ayude constantemente a la narrativa de la historia?”, dice Aronofsky.

Cita una escena en la que Ellie, la resentida hija adolescente de Charlie, lo visita, pero se pasea arriba y abajo detrás de su padre, que está postrado en un sillón, mientras lo sermonea. Aronofsky coloca la cámara detrás de Charlie para que lo veamos inclinarse patéticamente para poder echarle un vistazo.

“Empatizas con Charlie, porque quiere ver a su hija. Y ves lo difícil que le resulta moverse. Ella sigue moviéndose detrás de él, aprovechando su punto ciego, y eso subraya que se está ensañando con Charlie. Se está burlando de él”.

Se acusa a Arofnosky de burlarse del público y de tener un punto ciego cuando se trata de crueldad, pero podría argumentar que, al igual que Charlie, no lo deberían juzgar por las apariencias. Después de todo, solo quiere romperte el corazón.

“Cada persona que entra a la sala de cine y ve a Charlie va a tener un prejuicio contra él, especialmente por la forma como comienza la película. Pero a los cinco minutos, empieza a abrirte el corazón. Y al final, con suerte, te lo rompe”, afirma Arofnosky.

Financial Times Limited. Declaimer 2021

SGS

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