Economía global, cerca de una nueva era de inflación elevada

Previsión. El libro de Charles y Manoj Pradhan argumenta que el mundo está por cambiar de régimen.

El envejecimiento de la población afecta el crecimiento de la fuerza laboral, señalan los autores. AFP
Martin Wolf
Londres /

¿Estamos a punto de entrar en una nueva era de inflación inesperadamente alta, en lugar de la de una inflación por debajo del objetivo a la que estamos acostumbrados? Muchos descartan esta visión, pero el chico que gritó ahí viene el lobo tuvo razón la última vez. Un libro que acaba de salir grita con insistencia que ahí viene el lobo. Afirma que, como resultado de la generosidad fiscal y monetaria de la actualidad, “al igual que el resultado de muchas guerras, habrá un aumento de la inflación, lo más probable de más de 5 por ciento, o incluso en el orden de 10 por ciento en 2021”. Eso lo cambia todo.

El pronóstico es de Charles Goodhart, un respetado académico, y Manoj Pradhan, antes en Morgan Stanley. Su profecía de una maldición inflacionaria es, de hecho, menos significativa que su marco analítico. Estos autores argumentan que la economía mundial está por cambiar de régimen. La última vez que esto ocurrió fue en la década de 1980. Los grandes cambios hace cuatro décadas no fueron tanto por el deseo de controlar la inflación, sino por la globalización y la entrada de China a la economía global. Esa era, argumentan, fue de baja inflación, alto endeudamiento creciente, que ahora está por terminar. Su inverso pronto seguirá.

En las décadas de 1980 y 1990, las economías de China, el antiguo imperio soviético y otros países en desarrollo se abrieron. Se acordó la Ronda de Uruguay, que generó la Organización Mundial del Comercio, a la que China se adhirió en 2001. La integración avanzó a gran ritmo, sobre todo a través del comercio, pero también mediante la inversión de los países de altos ingresos. La oferta mundial de mano de obra para la producción de bienes comercializables aumentó. Las grandes economías con tasas de natalidad a la baja y poblaciones aún jóvenes, reforzadas por la entrada de mujeres en sus fuerzas de trabajo. La fuerza laboral creció más rápido que la población y la producción per cápita subió por encima de la de por trabajador.

Todo, argumentan Goodhart y Pradhan, provocó una caída en el poder de mercado de la mano de obra en países de altos ingresos, un aumento de la participación en las ganancias del producto interno bruto (PIB), el alza de la desigualdad interna, una disminución en la desigualdad, un “exceso de ahorros”, debilidad de la presión inflacionaria, caída de las tasas de interés y aumentó el endeudamiento.

Ahora dicen que todo va a la inversa. La globalización está bajo ataque y no hay otras economías que puedan replicar lo que hizo China. El envejecimiento de la población afecta el crecimiento de la fuerza laboral y exacerba las presiones fiscales. No menos importante, afirman, a medida que el número de consumidores aumente en relación con el de los productores, la presión inflacionaria aumentará. Además, a medida que la fuerza laboral se reduce y la globalización se debilita, el poder de mercado del trabajo volverá a surgir. 

Estos cambios, añaden, crearán dilemas de políticas, dados los extensos balances de los gobiernos y las empresas no financieras. Si la relación entre el desempleo y la inflación cambia como sugieren los autores, ¿cómo manejarán los gobiernos las oleadas de incumplimientos de pagos? ¿Cómo podrán controlar sus déficits en un mundo de crecimiento estructuralmente bajo, tasas de interés más altas y presiones para aumentar el gasto? Si no lo hacen, ¿los bancos centrales seguirán imprimiendo dinero o permitirán la insolvencia nacional? En resumen, ¿nos enfrentamos a una repetición de la década de 1970, en peores circunstancias?

Los autores tienen razón al argumentar que el mundo experimenta grandes cambios estructurales. El envejecimiento y el debilitamiento de la globalización en la producción de bienes están muy avanzados. Además, este proceso incluye a China. Esa combinación transformará nuestras economías.

Sin embargo, es vital recordar lo que sabemos sobre cómo esos cambios pueden desarrollarse en el mundo real. ¿Y si hubiéramos sabido en 1980 que China iba a abrir su economía e iniciar el mayor auge de inversiones en la historia, culminando con una tasa de inversión de 50 por ciento del PIB? ¿Cuántos habrían predicho que la situación macroeconómica décadas más tarde sería de exceso de ahorro, bajas tasas de interés, políticas monetarias flexibles y sobreendeudamiento? La mayoría habría asumido que China estaba a punto de importar ahorros masivos, elevar las tasas y exportar la demanda.

Del mismo modo, Goodhart y Pradhan pueden tener razón en que, en su nuevo mundo feliz, el deseo de ahorrar tenderá a disminuir más rápido que el de invertir, el exceso de ahorro se convertirá en escasez y las tasas de interés se van a disparar. En cambio, es muy posible que, con un crecimiento económico lento y una disminución constante en el precio relativo de los bienes de capital, las utilidades retenidas de las empresas sigan superando la inversión en las economías de altos ingresos. El sector corporativo chino también podrá seguir su ejemplo. De ser así, la demanda podrá mantenerse débil y las tasas bajas durante mucho tiempo, reforzadas por el sobreendeudamiento del sector privado.

No está claro que la globalización haya sido el principal motor de los cambios en los mercados laborales. Fue solo un elemento en un conjunto de transformaciones, nuevas tecnologías, el modelo de maximización del valor para los accionistas, el creciente papel de las finanzas y el poder monopolista.

Las dudas sobre estas tesis están justificadas, pero también es peligroso extrapolar el presente al futuro. En 1965, pocos imaginaron que el keynesianismo moriría pronto. El mundo de “más bajo por más tiempo” también puede desaparecer. Grandes cambios están en proceso. Tenemos que pensar sobre cómo nuestro futuro puede diferir de nuestro pasado.


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