El foro de Davos y la nueva era de la desglobalización

La regionalización de las cadenas de suministro y sus consecuencias, así como la producción local, serán los temas principales del encuentro de líderes políticos, empresariales y activistas en Suiza

Participantes conversan en el Centro de Congresos de la 51 reunión anual del Foro Económico Mundial. Laurent Gillieron/EFE
Rana Foroohar
Londres /

Esta semana, la élite mundial se reunirá una vez más en Davos, Suiza, después de un paréntesis de dos años a causa de la pandemia, para celebrar el Foro Económico Mundial. La conversación girará en torno a la desglobalización y sus disgustos. Espero que los titulares sean que el desacoplamiento entre China y Estados Unidos es indefendible, que el libre comercio siempre funciona tal como David Ricardo pensó que lo haría, y que a menos que volvamos al statu quo del neoliberalismo de mediados de la década de 1990, nos espera la perdición.

Los lectores de esta columna sabrán que no estoy de acuerdo. Sí, nuestra última ronda de globalización produjo más riqueza de la que el mundo ha conocido jamás. Por desgracia, como señala el economista Dani Rodrik, por cada dólar de aumento de la eficiencia del comercio, normalmente hay 50 dólares de redistribución hacia los ricos. Las consecuencias económicas y políticas de esto son la razón principal por la que nos encontramos en un periodo de desglobalización.

Incluso cuando las cadenas de suministro se vuelven más regionales y locales, los académicos y los responsables de la formulación de políticas siguen debatiendo si el desacoplamiento es posible. Deben salir de la torre de marfil y hablar con más ejecutivos y líderes sindicales. Mientras los economistas debaten sobre lo “posible”, las empresas no hacen más que enfrentarse a la nueva realidad de un mundo posneoliberal y adaptarse de forma creativa y, en algunos casos, incluso potenciando el crecimiento.

Los mercados emergentes de América Latina, África y Asia, por ejemplo, están desarrollando redes de producción regionales para bienes cruciales. En última instancia, esto puede crear vías de comercio más resilientes y nuevos modelos de desarrollo que no estén vinculados a la exportación de productos baratos a un puñado de naciones ricas a través de largas rutas de transporte que cada vez se vuelven más caras y políticamente controvertidas.

En casi todas partes, las tecnologías descentralizadas y los macrodatos (big data) permiten una producción más “local para lo local”, algo que tal vez termine siendo bueno para el planeta. La fabricación aditiva es otro de los grandes temas de la agenda de Davos. Las casas impresas en 3D, por ejemplo, no solo surgen como una solución de vivienda rápida en zonas de desastre, sino en países ricos como Estados Unidos como una posible solución a la inflación de los alquileres.

En resumen, el mundo posneoliberal no es del todo malo ni del todo bueno, solo es diferente. Y, sobre todo, es más bien un reflejo de las realidades sobre el terreno. Uno de los grandes mitos del comercio de laissez-faire es que la política y los valores culturales no importan: si dos países pueden hacer comercio juntos, los dos serán siempre más ricos y estarán mejor, y punto. Es el clásico tropo ricardiano, pero ni siquiera el propio Ricardo lo creía por completo.

No solo no imaginó la tecnología que permitirá la subcontratación de cadenas de producción enteras (en lugar de materias primas para productos terminados, que era la norma en 1817), sino que creía que “la mayoría de los hombres con bienes se conformarán con una tasa de utilidades baja en su propio país, en lugar de buscar un empleo más ventajoso para su riqueza en naciones extranjeras”. Es evidente que nunca había estado en Davos.

No hay que fomentar el nacionalismo, pero sí hay que cuestionar la sabiduría económica convencional. Consideremos el debate en torno a la industria de fabricación, otro tema del foro. Muchos economistas señalan que la industria de fabricación representa una proporción pequeña y cada vez menor de los puestos de trabajo en los países ricos y también en muchos pobres. Los países deben desprenderse del trabajo en las fábricas a medida que ascienden en la cadena alimentaria hacia los servicios. Pero, como sabe cualquier persona del mundo empresarial, estos sectores siempre han estado más entrelazados de lo que indican los datos sobre el empleo, y lo están cada vez mucho más en nuestra época.

Las investigaciones muestran que las empresas de todo tipo que hacen un uso intensivo del conocimiento suelen surgir con más frecuencia en los centros de fabricación, estimulando niveles más altos de crecimiento en los países que las crean. El cambio continuo a nuestra siguiente etapa de desarrollo digital, desde el internet de los consumidores al internet de las cosas, pondrá esta tendencia en esteroides. Al tener en cuenta que los datos viven en los productos de fabricación, ya no existe una línea divisoria entre el trabajo de fábrica y el trabajo del conocimiento.

Pensemos en algo tan sencillo como una llanta de automóvil. A medida que los vehículos se vuelven autónomos, el neumático se convierte en el nodo clave de recopilación de información entre la calle y el coche, supervisando las condiciones, dando seguimiento a movimiento, etc. Empresas como Bridgestone, Pirelli, Michelin y otras están incorporando sensores en sus productos para recoger estos datos, que serán analizados por cualquier número de compañías e industrias más, creando negocios y puestos de trabajo nuevos que aún no podemos imaginar. ¿A quién pertenecen estos datos? Es posible que a las compañías y países que fabrican los productos.

Esto no es un argumento a favor de los aranceles o de la sustitución de importaciones, ni siquiera de la política industrial (aunque no estoy en contra de esta última). Es más bien un alegato a favor de un razonamiento un poco más inductivo a la hora de pensar en nuestro orden económico que está surgiendo. A menudo solemos retroceder a la forma de pensar antigua porque todavía no hay una teoría de campo unificada para nuestro nuevo mundo. Eso no hace que los modelos anticuados funcionen mejor.

La globalización no es inevitable, a pesar de lo que nos dijeron los políticos en la década de 1990. Para que cualquier economía política funcione tiene que servir a las necesidades internas. Los cambios que experimentamos en la actualidad conllevan tanto retos como oportunidades. En ese sentido, la desglobalización no es muy diferente de lo que hubo antes.


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