La idea subyacente de la democracia —que los gobiernos son responsables ante los gobernados— todavía es valorada en gran parte del mundo. ¿Qué más puede explicar el hecho de que más de la mitad de la población global vaya a votar este año? Sin embargo, el mundo lleva casi dos décadas en lo que Larry Diamond, de la Universidad de Stanford, denomina una “recesión democrática”.
El poder de la autocrática china aumentó. Vladímir Putin estranguló la democracia en Rusia. El autoritarismo está triunfando en muchos países. La reelección de Donald Trump, después de su intento de tumbar el resultado de las últimas elecciones presidenciales estadunidenses, también representará un cambio decisivo en la democracia más influyente.
Sin embargo, lo que sucede no es principalmente una pérdida de confianza en las elecciones mismas. Después de todo, los autoritarios suelen utilizar los comicios para santificar su poder. Como argumenta Francis Fukuyama en su libro, Liberalism and its Discontents: “Son las instituciones liberales las que han sufrido un ataque inmediato”. Se refiere a las principales instituciones de control: tribunales, burocracias no partidistas y medios de comunicación independientes. Estamos viendo una pérdida de confianza en el liberalismo, el conjunto de creencias que parecían tan triunfantes después de la caída de la Unión Soviética.
Entonces,¿qué es el liberalismo? Abordé esto en una columna publicada en el verano de 2019, en respuesta a una afirmación de Putin de que “la llamada idea liberal… ha vivido más que su propósito”. El liberalismo, sostuve, no es lo que los estadunidenses suelen pensar que es, porque la historia de su país es única. Lo que comparten los liberales es la confianza en que los seres humanos decidan las cosas por sí mismos. Eso implica el derecho a hacer sus propios planes, expresar sus opiniones y participar en la vida pública.
Tal capacidad para ejercer la voluntad depende de la posesión de derechos económicos y políticos. Las instituciones son necesarias para proteger esos derechos, pero esa acción también depende de los mercados para coordinar a los actores económicos de unos medios de comunicación libres, para debatir la verdad, y de los partidos políticos, para organizar la política. Detrás de ese tipo de instituciones hay valores y normas de comportamiento: un sentido de ciudadanía; la creencia en la necesidad de tolerar a quienes difieren de uno mismo y la distinción entre beneficio privado y propósito público necesaria para frenar la corrupción.
El liberalismo es una actitud, no una filosofía completa del mundo. Reconoce conflictos inevitables y opciones. Es, a la vez, universal y particular, idealista y pragmático. Reconoce que no puede haber respuestas definitivas a la pregunta de cómo deben vivir juntos los seres humanos; sin embargo, todavía hay principios subyacentes.
Las sociedades basadas en principios liberales son las más exitosas de la historia del mundo, pero tanto ellas como sus ideas también están en conflicto.
Como señaló el Centro para el Futuro de la Democracia en un informe publicado a finales de 2022, la invasión de Rusia galvanizó el apoyo a Ucrania entre las democracias liberales occidentales, pero en gran parte del resto del mundo ocurrió lo contrario. “Como resultado, China y Rusia ahora están ligeramente por delante de Estados Unidos en popularidad entre las naciones en desarrollo”. Además, añade el informe, basado en encuestas que cubren a 97 por ciento de la población global, esto “no puede reducirse a simples intereses económicos o conveniencias geopolíticas. Más bien, sigue una clara división política e ideológica. En todo el mundo, los indicadores más sólidos de cómo se alinean las sociedades son sus valores e instituciones fundamentales, incluidas las creencias en la libertad de expresión, la elección personal y el grado en que las instituciones democráticas se practican y se perciben como legítimas”.
Una forma de ver esto la proporciona el “Mapa cultural de Inglehart-Welzel”, de la Encuesta mundial de valores. Hace un mapa de los valores en dos ejes: uno muestra el enfoque en la “autoexpresión” en relación con la “supervivencia”, el otro muestra el enfoque en los valores “seculares” respecto a los “tradicionales”. El énfasis en la autoexpresión (un valor liberal central) es alto en Europa occidental y los países de habla inglesa, con los países africano-islámicos en el extremo opuesto. Las sociedades “confucianas” tienen valores más seculares, en comparación con las tradicionales, que Estados Unidos. El gran punto, sin embargo, es que las diferencias de valores son profundas. Algunos aspectos del liberalismo —el libre mercado, por ejemplo— se transmiten con facilidad, pero otros —como el cambio de las normas de género— no.
La resistencia al liberalismo no solo es patente en el extranjero. También es interna. Fukuyama destaca cómo la izquierda progresista y la derecha reaccionaria coinciden en la centralidad de las identidades grupales en la política estadunidense. También están de acuerdo en que sus diferencias giran en torno a qué grupos detentan el poder, más que en cuál es la mejor manera de crear igualdad de oportunidades para los individuos, pero los enfrentamientos por el poder son un juego de suma cero. Además, la izquierda “progresista” parece haber olvidado que, en una guerra de identidad, las minorías tienen casi todas las de perder.
Con el liberalismo asediado en todo el mundo y en su propio seno, es fácil creer que el futuro está en la política autoritaria y los valores tradicionales. De ser así, este siglo puede ser un eco del anterior, aunque sin el fervor revolucionario. El atractivo del “gran líder” que lo asumirá todo parece eterno. También lo son las comodidades del tribalismo y las jerarquías tradicionales. También el carisma del profeta revolucionario que promete transformar una sociedad. Los conflictos por el poder y las formas de vida son inevitables.
Además, la libertad siempre implica decisiones difíciles. Es necesariamente limitada. Significa responsabilidad, ansiedad e inseguridad; sin embargo, la libertad es muy valiosa. Hay que defenderla, por difícil que sea esa tarea.