En los últimos años, el impulso detrás de la inversión en temas ambientales, sociales y de gobernanza (ESG, por sus siglas en inglés) ha parecido imparable. Se han invertido billones de dólares en fondos ESG e incontables ejecutivos han renunciado a la máxima del accionista de Milton Friedman, en un cambio único en una generación en el consenso empresarial.
Ahora comenzó la reacción negativa. En las últimas semanas, un exjefe de inversiones sustentables de BlackRock calificó a la agenda ESG como una “distracción mortal” de las reformas políticas reales, mientras que un ejecutivo despedido por la división de gestión de activos de Deutsche Bank calificó sus afirmaciones de sustentabilidad como una postura perjudicial.
Los reguladores del Reino Unido revolotean sobre las marcas “greenwashing” que hacen afirmaciones engañosas sobre sus virtudes ambientales, y hacen eco de la alerta reciente de la Comisión de Bolsa y Valores de EU (SEC, por sus siglas en inglés) sobre los riesgos que plantean a los inversores las definiciones confusas de ESG de los fondos.
Los grupos a los que se dirigen estas críticas las han rechazado, a veces de manera convincente. Muchos líderes empresariales que se ven a sí mismos como que están a la vanguardia de una revolución en el capitalismo parecen genuinamente perplejos al descubrir que otros piensan que son parte del problema. A medida que más multinacionales aumentan los salarios de los trabajadores, diversifican sus Consejos de Administración, depuran sus cadenas de suministro de abusos ambientales o de derechos humanos y establecen objetivos de emisiones de “cero neto”, se preguntan por qué los críticos no les echan porras por avanzar voluntariamente en la dirección correcta.
Hay varias respuestas. En primer lugar, para los que sospechan que las empresas hacen greenwashing o son hipócritas no hace falta combustible, desde fondos ESG débilmente definidos repletos de acciones de gas y petróleo hasta el cabildeo de empresas que no quieren revelar sus contribuciones al calentamiento climático.
En segundo lugar, la agenda ESG se politizó. Muchos en la izquierda dudan de que los capitalistas puedan poner en orden su propia casa y sospechan que adoptan ajustes voluntarios a sus modelos de negocios para evitar regulaciones o impuestos más duros. Muchos en la derecha se van contra los directores ejecutivos y los califican de “capitalistas woke” (capitalistas que indican que tienen una conciencia social moralista), cada vez más a la deriva de la corriente conservadora estadunidense en temas que van desde las vacunas hasta el derecho al voto.
Él Dice...“El mundo necesita ver evidencia de que sus esfuerzos profundamente promocionados logran tener un impacto material”
Pero la principal razón de la reacción negativa puede ser la impaciencia por el hecho de que los líderes empresariales que pasaron años pregonando sus responsabilidades sociales y ambientales no han tenido un impacto más tangible. A medida que los empleados y consumidores se enfrentan a la evidencia diaria de una desigualdad arraigada, instituciones fallidas y un clima cada vez más inestable, algunos se preguntan por qué esta supuesta revolución no ha producido mayores mejoras.
Un estado de ánimo de autocomplacencia cada vez mayor en las salas de juntas se ha reflejado en la creciente insatisfacción del público. Ahora que las empresas deben rendir cuentas por su administración del capital humano y natural, así como del financiero y el capital, la necesidad de demostrar que la retórica estará respaldada por un cambio real parece cada vez más urgente. ¿Cómo, entonces, debería responder un capitalista autoproclamado como parte interesada?
Algunos no se librarán fácilmente de las afirmaciones del greenwashing. La agenda ESG siempre se arruina por la exageración y la confusión, y muchos de sus seguidores se contentan con firmar promesas sin compromiso y difundir imágenes de gira soles a través de informes sobre conceptos elusivos como “propósito”.
Ya se tardó mucho en llegar una mayor transparencia, mejores datos y una mayor responsabilidad. Ahora están al alcance, a través de iniciativas como el propuesto Consejo de Normas Internacionales de Sustentabilidad. Estandarizar el actual desorden inconsistente de métricas no financieras parece esencial para aumentar la confianza de que, de hecho, crean valor.
Los ejecutivos que entienden esto todavía tienen tiempo para adelantarse a los próximos cambios de divulgación, trabajando con los reguladores para asegurar nuevos requisitos de información obligatorios. Pero no deben perderse demasiado en las malas hierbas de las normas contables. Un principio simple debería guiar su respuesta a la reacción negativa de la agenda ESG: que el mundo necesita ver evidencia de que sus esfuerzos profundamente promocionados logran tener un impacto material.
Aún es discutible si el capitalismo de las partes interesadas estará a la altura de la forma como se promociona, pero sería contraproducente descartar todos los esfuerzos de ESG como vacíos o dañinos. Independientemente de la opinión sobre el poder que ejercen las grandes empresas, aprovecharlo todavía parece una de las formas más prometedoras de abordar nuestros mayores desafíos colectivos. Pero para vencer la reacción, la agenda ESG debe mantenerse en un nivel más alto, con un enfoque más honesto en su impacto.
srgs