En las últimas dos semanas se celebraron dos elecciones importantes para el futuro de la globalización. En una de ellas, un izquierdista radical relativamente afín a China fue elegido prometiendo una fuerte ruptura con su predecesor, un derechista favorable a las empresas y que firmó uno de los mayores acuerdos comerciales del mundo de la historia. En la otra, un partido conservador con perspectiva histórica de libre mercado disputa el control de la legislatura del país.
Sin embargo, en el primer caso, la victoria de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil, es casi con toda seguridad más positiva para una economía mundial abierta que el segundo caso, los republicanos que intentan retomar el Congreso de Estados Unidos. Son tiempos extraños, pero se necesita una apreciación de las reglas y los valores internacionales más que un vago instinto desregulador para apoyar el sistema comercial moderno, y EU en general y los republicanos en particular desde hace mucho tiempo abdicaron a su papel de defensores de la apertura económica.
Lula tiene experiencia en sorprender a quienes esperaban una administración imprudente, fiscalmente incontinente y proteccionista. Antes de su primera elección como presidente de Brasil en 2002, los mercados de bonos se asustaron, obligando al Fondo Monetario Internacional a lanzar un rescate de 30 mil millones de dólares, en esa época un récord. Al final, el gobierno de Lula endureció la política fiscal incluso más de lo que exigía el programa de ayuda, evitó el incumplimiento de pagos y salvó el sistema bancario. La historia es similar en cuanto a la política comercial. Brasil continuó promoviendo sus exportaciones agrícolas y participó en las conversaciones de la Organización Mundial del Comercio (OMC).
Esta vez, Lula señaló un posicionamiento más cercano con Pekín que su predecesor, Jair Bolsonaro. Pero no está señalando un salto definitivo hacia un gran campo geopolítico liderado por China. Todos los grandes países de medianos ingresos tienen que negociar la forma de mantener las relaciones con EU, la Unión Europea y China. Esto también es cierto en el caso de Bolsonaro, instintivamente a favor de EU, pero consciente de las tres cuartas partes de las exportaciones brasileñas de soya con destino a la nación asiática.
De hecho, las posturas políticas y ambientales del nuevo presidente también mejoran su posición con el segundo mayor socio comercial de Brasil, la Unión Europea. Bolsonaro firmó el acuerdo comercial preferencial del Mercosur con la Unión Europea en 2019, pero la ratificación se estancó en Europa debido a su compromiso con los valores ante las preocupaciones sobre la agricultura de tala y quema en la Amazonía.
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La Unión Europea le dio largas y esperó las elecciones para presentar un acuerdo paralelo sobre la deforestación. El acuerdo podrá ser ratificado si Lula acepta algunas concesiones para satisfacer su deseo de tener más libertad de acción en materia de política industrial nacional, y si las objeciones de la Unión Europea se basan en principios ecologistas y no en un proteccionismo encubierto de los ganaderos. En septiembre, Lula predijo que podía concluir el acuerdo con la Unión Europeo en seis meses.
Mientras, en Washington, tanto si toman o no el control de la Cámara de Representantes, los republicanos aún son una amenaza para una economía mundial abierta, pues son tradicionalmente más positivos hacia los acuerdos comerciales preferenciales que los demócratas, aunque fue un Senado dominado por republicanos el que paralizó el último gran acuerdo de EU, el Acuerdo de Asociación Transpacífico después de que lo firmara Barack Obama en 2015.
La presidencia de Joe Biden, que ha mantenido en vigor los aranceles y las cuotas junto con las disposiciones de contenido local del tipo “Buy America”, ha decepcionado a los socios comerciales que esperaban un marcado alejamiento del trumpismo. Pero, incluso teniendo en cuenta el bajo desempeño de los republicanos trumpistas en las elecciones intermedias de esta semana, es difícil imaginar que algún presidente republicano se arriesgue a enemistarse con la base volviendo a una política económica internacional instintivamente abierta.
La realidad es que entre las principales potencias comerciales —incluidos los países de medianos ingresos— EU es un caso atípico por su profunda desconfianza hacia la globalización y a los acuerdos comerciales y por su voluntad de ignorar instituciones como la OMC. China está recalibrando sus relaciones comerciales y de inversión con el resto del mundo y, en particular, amurallando sus datos y parte de su economía de alto contenido tecnológico. Pero Japón, la Unión Europea, Corea del Sur, Brasil, Chile, India e incluso México con el populista Andrés Manuel López Obrador, ninguno ha dado un giro hacia el proteccionismo como EU.
Más líderes como Lula y menos como los republicanos estadunidenses habría sido una receta excéntrica para proteger la globalización cuando fue elegido presidente de Brasil por primera vez hace 20 años. Pero el populismo económico aislacionista es ahora una amenaza mayor en la política de EU que en la mayoría de las demás naciones comerciales importantes, y representa un peligro claro e inminente para una economía mundial abierta.