“Gasten todo lo que puedan”. La mayoría de los países siguieron hasta cierto punto el consejo de la jefa del Fondo Monetario Internacional (FMI), Kristalina Georgieva, pero pocos con tanto entusiasmo como Brasil. El presidente Jair Bolsonaro superó a todos los demás mercados emergentes importantes, de acuerdo con el Instituto de Finanzas Internacionales (IIF, por su sigla en inglés), lo que impulsó el gasto del gobierno central en casi 40 por ciento entre enero y noviembre del año pasado.
La mayor parte de ese dinero fue para los “cupones del corona”, un aumento temporal al ingreso con tasa fija para casi un tercio de la población. La medida aumentó las ventas de cerveza —y la popularidad de Bolsonaro— pero demostró ser desastrosa para las finanzas, ya frágiles, de Brasil. La deuda pública asciende a más de 91 por ciento el producto interno bruto (PIB), uno de los niveles más altos de cualquier mercado emergente. Azotado por un crecimiento débil, Brasil no ha podido equilibrar su presupuesto antes de los costos del pago de deuda desde 2013.
Las reformas vitales para recortar sueldos y prestaciones excesivamente generosos para los trabajadores del sector público siguen estancadas en el Congreso. Todavía no se lleva a cabo una reforma muy anunciada del complicado sistema fiscal. La privatización se ve obstaculizada por los intereses creados. El esquema de los cupones del corona venció a finales del año pasado pero, a medida que las infecciones por virus vuelven a aumentar, los políticos brasileños presionan para que se reanude.
Paulo Guedes, el friedmanita (seguidor de Milton Friedman) ministro de Economía de Brasil, se ha resistido hasta ahora, pero sus manos están atadas por un presidente cuyos instintos son populistas y cuyo objetivo es la reelección el próximo año. Las promesas de Guedes de que las reformas estructurales siguen en camino son cada vez más huecas; varios de sus principales lugartenientes ya abandonaron el barco.
¿Debería preocuparse la comunidad internacional? Cerca de 95 por ciento de la deuda de Brasil es interna, la mayor parte está en manos de inversionistas locales. Pocos acreedores extranjeros, ya sean privados o multilaterales, perderán dinero por un incumplimiento de pago. Brasil se ha tambaleado en el borde fiscal muchas veces antes, por lo general sin caer.
En esta ocasión los riesgos son más altos. La mayor parte de la deuda brasileña de 4.8 billones de reales (878 mil millones de dólares) es a corto plazo y los vencimientos son cada vez más cortos: casi 30 por ciento vence el próximo año. La inflación está subiendo. Los mercados locales están valorando fuertes aumentos en las tasas de interés a partir de este año. Incluso Bolsonaro ya declaró que el país está en quiebra.
Brasil todavía puede alejarse del borde. A diferencia de muchas naciones, su destino está, en gran medida, en sus propias manos. El gobierno aún puede financiarse a sí mismo.
Bolsonaro haría bien en recordar la segunda parte del consejo de Georgieva: “Pero guarden los recibos”. La rendición de cuentas y la transparencia faltan en la nación más grande de América Latina desde hace mucho tiempo y sus 210 millones de ciudadanos pagaron el precio.
Economía global crecerá 4.7%: ONU
La economía mundial presentaría una modesta recuperación de 4.7 por ciento este año tras contraerse 4.3 por ciento en 2020 debido a la pandemia, más del doble del impacto de la crisis financiera global en 2009, señaló ayer Naciones Unidas. El informe Situación y Perspectivas de la Economía Mundial del Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de la ONU resaltó que las economías desarrolladas que se hundieron 5.6 por ciento en 2020 presentan una proyección de crecimiento de 4 por ciento, mientras que los países en desarrollo se contrajeron 2.5 por ciento y se expandirán 5.7 por ciento en 2021. “Las respuestas fiscales evitaron una catástrofe económica similar a la de la Gran Depresión a escala mundial”, señala el informe.