El sonido acapara la atención desde el principio. En la sorprendente película La zona de interés, de Jonathan Glazer, nominada al Oscar, las atrocidades que se cometen en Auschwitz nunca se ven, solo se oyen.
El ruido de fondo también se impone cuando me reúno con el cineasta británico en Camden, al norte de Londres. En la spaghetti house (casa de espaguetis) a la vieja usanza que eligió para nosotros suena una incongruente banda sonora de animados éxitos musicales clásicos que, según nos dicen, no se puede bajar. Echo un vistazo ansioso a mi grabadora y espero que esté captando nuestra conversación tan bien como Wham!, 4 Non Blondes y Toploader.
Ya vino y se fue la hora de almorzar pero ninguno de los dos tiene mucho apetito. “Desayuné tarde”, explica Glazer, de presencia cálida y simpática. “Fue un desayuno bastante grande, porque apenas comí anoche en esa cosa”.
“Esa cosa” fueron los premios BAFTA Film Awards, el equivalente británico de los premios Oscar, donde La zona de interés (The Zone of Interest) obtuvo tres premios: el improbable doblete de Mejor Película Británica y Mejor Película No Inglesa, así como Mejor Sonido, un triplete que describe como “realmente desconcertante”.
Es el tipo de cosas que dicen todo el tiempo los actores premiados, pero en este caso es más fácil de creer. Cuando se estrenó en Cannes el año pasado, La zona de interés parecía formalmente radical y totalmente desalentadora; que ahora se proyecte en complejos de cine y atraiga a un público amplio y variado es una sorpresa para todos, incluido Glazer. Celebró el triunfo de los BAFTA con su esposa y sus tres hijos, de 23, 20 y 18 años.
El menú de Goodfare Italian tiene menos sorpresas. Consideramos compartir una pizza, pero al final nos llenamos de comida reconfortante rica en carbohidratos: risotto porcini para él, ñoquis de espinacas para mí, además de ensaladas y agua.
“Aquí no vas a tener la mejor comida de tu vida, pero todo está bien”, me asegura amablemente. “Cuando le dije a mi esposa dónde íbamos a almorzar, ella dijo: ‘No puedes llevarlo allí, simplemente no puedes’”.
Glazer, al parecer, es un hombre de gustos modestos. El esmoquin que llevó a los premios BAFTA lo cambió por un desgastado conjunto urbano-casual de chinos negros arrugados, botas de cuero café muy gastadas y un suéter azul acanalado deshilachado y con un agujero en un codo. Con su melena ondulada, podría ser un rockero grunge veterano que emerge de uno de los muchos espacios de ensayo de la zona. Se ve más joven que sus 58 años.
“Fui a una escuela por aquí --Jewish Free School (JFS)-- y tenía un puesto en el mercado en Camden Lock cuando tenía 17 años”, revela. ¿Qué vendía? “Solo tonterías, ropa de segunda mano, pipas y ese tipo de cosas”. Ahora vive en Camden y también tiene un estudio cerca, pero creció más al norte, en la zona semirrural de Hadley Wood, en una casa donde no se hablaba abiertamente del Holocausto. Cuando le pregunto si su familia se vio directamente afectada por el Holocausto, dice: “El trauma de la Shoah violó la conciencia de todas las familias judías directa e indirectamente. La mía incluida”.
En los últimos 25 años, Glazer se convirtió en uno de los cineastas británicos artísticamente más intrépidos y celebrados de su generación. Aunque su producción cinematográfica difícilmente se puede considerar prolífica --La zona de interés es apenas su cuarto largometraje en 24 años, después de Sexy Beast (2000), Birth (2004) y Bajo la piel (Under the Skin, 2013), también es un director solicitado de videos musicales (Radiohead, Massive Attack, Blur) y de publicidad para televisión. Su comercial de 1999 para Guinness, en el que sementales salían disparados de las olas, ha sido votado como el mejor de todos los tiempos.
Llega nuestra comida y, aunque no es nada especial, resulta satisfactoria, ya que solamente desempeña un pequeño papel secundario. Eso parece inevitable, dada la película por la que estamos aquí para comentar, una que te atrapa con un temor nauseabundo desde el principio y que nunca se detiene.
Comenzamos hablando de la novela de Martin Amis de 2014, que sirvió como punto de partida para La zona de interés y comparte su título, pero no mucho más; la película se parece poco a la prosa llamativa y a veces cargada de erotismo de Amis.
“Estuve buscando comprometerme con una perspectiva”, dice Glazer sobre el génesis de la película, antes de corregirse cuidadosamente, un hábito frecuente. “No, eso no es verdad. Estaba trabajando en la idea de hacer algo a través de los ojos nazis, desde la perspectiva de los perpetradores, pero no sabía qué tan lejos estaría eso de las entrañas de la bestia de Auschwitz”.
Lo que sí se quedó con él fue Paul Doll de la novela de Amis, una versión ficticia del comandante de Auschwitz, Rudolf Höss. “Había algo en él que me hizo leer sobre Höss. Fueron principalmente los textos originales en los que se basó Amis los que me fascinaron y simplemente profundicé más y más”.
Al embarcarse en un guión, Glazer decidió desde el principio que su película sería completamente en alemán, aunque no hablaba ese idioma. “Pasé los primeros seis meses intentando aprender alemán. Pasé por tres tutores en la misma cantidad de meses, pero me di cuenta de que no era un buen comienzo”.
Si bien escribir en alemán resultó ser un gran desafío, dirigir el elenco (encabezado soberbiamente por Christian Friedel como Höss) a partir de un guión traducido al alemán resultó ser un problema más pequeño. “Hay algo en la verdad --o lo que crees que es veraz-- en una actuación que trasciende el lenguaje, no está limitada por el lenguaje. Crees o no en la actuación que está dando un actor. Y el idioma es secundario a eso”.
El verdadero problema era encontrar un enfoque adecuado para un tema que Glazer claramente veía con vacilación. “Desconfío mucho de la gente que hace películas sobre el Holocausto”, admite. “Incluso desconfiaba de mí mismo”. El estilo minimalista que finalmente adoptó recuerda la máxima de Theodor Adorno de que “no puede haber poesía después de Auschwitz”. Esta es una obra libre de florituras poéticas, y mucho menos de sentimientos reconfortantes.
“No quería drama”, dice Glazer. “Lo único que sucede en esta película, en el sentido de la trama, es que un hombre será transferido de un trabajo que ama. Está enojado por eso y su esposa no quiere irse”. Y añade mordazmente: “Y el final es un final feliz porque regresa para seguir haciendo lo que ama. El detalle es que es el comandante de Auschwitz”.
A esta narración mundana y a los frívolos acontecimientos de la feliz casa familiar --la esposa de Rudolf, Hedwig (excelente Sandra Hüller), que se ocupa de la casa y regaña a sus criadas polacas, los hijos de los Höss que juegan y discuten en el jardín-- se yuxtaponen los sonidos que emanan del campo de exterminio que se encuentra literalmente al lado, como ocurrió en la realidad. Inquietantes gritos, el repugnante rechinar de la maquinaria asesina y ocasionales disparos salpican la opresiva banda sonora, que Glazer y el diseñador de sonido Johnnie Burn ensamblaron minuciosamente a lo largo de un año. No se confeccionó nada: la pareja recopiló “grabaciones de campo” en Alemania, incluidos los gritos de la gente en el metro de Berlín y gritos durante un partido de futbol en Hamburgo.
Tomando prestado el léxico de los programas de televisión de realidad y adoptando un enfoque que denominó “Gran Hermano en la casa nazi”, Glazer equipó una casa cerca del Auschwitz real con 10 cámaras y filmó a los actores de forma remota, recopilando 800 horas de material en total. Ningún elenco ni equipo estuvieron directamente presentes.
“Las situaciones son intencionalmente planas”, explica. “Realmente estaba tratando de sacar los contornos del drama de la imagen, sabiendo que todo eso estará en lo que escuchas: el vórtice volcánico, la agitación del sonido. Tratar de encontrar una calibración entre lo que ves y lo que escuchas fue un proceso extremadamente largo y riguroso”.
Le pregunto cómo llegó a este discordante enfoque audiovisual, posiblemente la mayor fortaleza de la película. “En realidad, simplemente surge de: ¿cómo carajo hago esto?” admite. “¿Cómo se puede llegar a ese abismo? Cuando lo sientes, llegaste”.
Hüller, le digo, me sorprendió al decirme que no le resultaba difícil interpretar a Hedwig Höss porque no tenía ningún problema. “Eso es porque Sandra es muy buena”, dice Glazer sobre la estrella, nominada al Oscar a la Mejor Actriz por Anatomía de una caída. “No sé si muchos actores hubieran podido lograr eso, si es que hubiera alguno, para ser honesto”.
Pero él está de acuerdo con su evaluación de Hedwig. “Lo interesante es que no es que no les importaran las cosas, que no les conmovieran o que no fueran emocionales. Por supuesto que lo eran; eran seres humanos. La pregunta no es ‘¿se conmovían?’ sino ‘¿qué los conmovía?’ Y ahí es cuando entras en esta área tan interesante de la empatía selectiva, que es claramente parte de la condición humana: cómo valoramos a ciertas personas sobre otras según su raza, religión o filiación política”.
Otra figura fascinante es la madre de Hedwig, Linna Hensel (Imogen Kogge), que viene para quedarse con la familia y al principio está locamente enamorada de su “jardín paradisíaco”. Pero aunque parece que cambió de opinión y se marcha abruptamente después de aparentemente ver demasiado, Glazer rechaza cualquier noción de indignación moral de su parte.
“Es simplemente la cercanía”, dice. “Para alguien como ella, no es diferente a comprar un bistec en Sainsbury’s e ir a un rastro. Sabes de dónde viene ese bistec, pero en realidad no quieres estar cerca de una vaca sacrificada o su olor, o que la sangre corra por tus zapatos… no hay remordimiento de conciencia, no hay redención. No hay salvación en esta película, y no puede haberla. Estos personajes terminan como empiezan”.
“Primo Levi hablaba de que estaban hechos de la misma arcilla que la burguesía de cualquier país”, continúa. “Realmente eran el señor y la señora Smith del número 26. Eran nuestros vecinos, y nuestros vecinos dirían que éramos nosotros. Esos fueron los conceptos básicos de lo que obtuve de la investigación de archivos: lo grotescamente familiares y ordinarios que eran. Lo que les interesaba: estatus, familia, salud, vacaciones, posesiones no son diferentes de las cosas que la mayoría de la gente quiere… los Höss no nacieron asesinos en masa. Eran adolescentes enamorados de las ideas sobre el futuro. Así empezaron. Y mira dónde terminaron. Hay una advertencia en eso”.
Esta sensación de alarma también surge cuando le pregunto a Glazer qué sentía que tenía que agregar a la vasta biblioteca de películas existentes sobre el Holocausto. “No sabía si tenía algo que agregar”, dice, “pero me impulsaban las emociones y sentimientos fuertes sobre la forma en que iba el mundo. Los patrones. Hay rabia dentro de mí por eso y la usé”.
No hace falta decir que un proyecto que comenzó hace una década ahora llega a audiencias en tiempos cada vez más difíciles. Y si el mundo ya estaba en un lugar oscuro cuando la película se estrenó en mayo pasado, las sombras no han hecho más que aumentar en los últimos meses. Le pregunto si, para él, la resonancia de la película se acentuó desde los ataques de Hamás contra Israel y el posterior bombardeo de Gaza.
“Por supuesto, en el momento de este estreno, lo que ocurrió el 7 de octubre en el sur de Israel y las atrocidades que se llevan a cabo desde entonces están absolutamente presentes en mi mente. Y la película puede ser tomada casi como una polémica por parte de los llamémoslos “propagandistas” de uno u otro bando. Pero espero que haya algo en ella que le permita marcar su curso a través de eso, porque de lo que habla estaba ahí mucho antes y estará ahí, trágicamente, mucho después… es la deshumanización del ‘otro’. Pero en esta película el perpetrador es el que está verdaderamente deshumanizado”.
Se podría ver un rayo de esperanza en el hecho de que La zona de interés despertó el interés de los cinéfilos convencionales, con Deadline informando que más de la mitad de su audiencia en EU tenía menos de 35 años, algo muy inusual para una película de arte que no está en inglés con un elenco sin estrellas. “Me alienta mucho que la gente vaya a ver la película y que sean jóvenes”, dice Glazer. “Esa es una buena señal”.
Él está de acuerdo con entusiasmo con mi sugerencia de que las películas en sí (y los premios Oscar, para los que La zona de interés está nominada en cinco categorías) muestran señales de madurar. La atención generalizada que atrajeron este año películas como Oppenheimer, Los asesinos de la luna y Anatomía de una caída parecería algo poco probable incluso hace 10 años.
“No leo las señales de la industria, pero mi experiencia es que muchos dramas de mentalidad intermedia se trasladaron a la televisión, y eso dejó un espacio. También creo que todo el enfrentamiento entre Barbie y Oppenheimer fue increíblemente bueno para el cine y una especie de catalizador. Hay un espectro de calidad más interesante y más amplio, y la gente se inclina a ver cine del mundo, no solo películas en inglés”.
Ahora, dice, es responsabilidad de los cineastas desafiar aún más al público. “Para mí, el cine debería ser un espacio político radical en estos tiempos. Ese es el cine que me interesa. Sé tan audaz como puedas, tan radical como puedas, sé tan político como puedas. Esa es la oportunidad. Tienes 200 personas en la sala, tienes su atención durante dos horas. ¿Qué vas a decir? Porque si no tienes nada que decir, no les hagas perder el tiempo”.
Por primera vez, percibo un lado más duro en el aparentemente tranquilo exvendedor de pipas de hachís. No es de extrañar: se necesita coraje y acero para abordar un tema de tanta gravedad, y más para hacerlo con tanta audacia formal.
El publicista de Glazer ronda cerca, esperando llevarlo a su siguiente compromiso. A estas alturas nuestra comida ya hace tiempo que se enfrió y endureció. No habrá postre, ni endulzante. Parece bastante apropiado.
“Es imposible que La zona de interés abarque todo lo que fue el Holocausto”, dice Glazer. “Pero en cierto modo es el aspecto visceral y ponzoñoso lo que buscaba. Si le revuelve el estómago a la gente, entonces está haciendo su trabajo. Es como decir: comiste algo que te intoxicó y sabes lo que se siente, así que no vuelvas a tocar esa fruta. Es una advertencia tanto física como intelectual”.
DJR