Algunos políticos estadunidenses ya están lamentando la amenaza de que las grandes compañías de EU se conviertan en buitres, y recojan los cadáveres de las pequeñas empresas quebradas para afianzar su dominio.
Las trayectorias de crecimiento orgánico de estos grupos deberían generar una preocupación similar. El viernes pasado, en un informe económico de EU, se mostró que la tasa oficial de desempleo en Estados Unidos se disparó a 14.7 por ciento y que 23.1 millones de trabajadores no tienen empleo.
La yuxtaposición discordante fue el índice Nasdaq Composite, que el viernes resultó positivo de forma anual. El S&P 500 bajó solo una décima parte en 2020, a pesar de una racha vertiginosa que duró años y el inicio de lo que puede ser una depresión económica.
Las explicaciones para la sorprendente desconexión van desde culpar a los bancos centrales y a las autoridades fiscales por apuntalar los precios de los activos hasta señalar que las acciones pretenden predecir las ganancias futuras a largo plazo. Una explicación más simple radica en lo que ahora constituye “el mercado de valores”.
La mitad del Nasdaq Composite, que está ponderado por el mercado, corresponde a compañías de tecnología. Casi 40 por ciento de ese índice comprende a Microsoft, Apple, Amazon, Facebook y Alphabet. Todas esas acciones subieron este año. La demanda de sus bienes y servicios demostró ser relativamente resistente, al igual que sus saldos de efectivo. Del mismo modo, esos grandes campeones de tecnología se encuentran entre los 10 integrantes más grandes del S&P 500, aunque dicho índice está más diversificado en todas las industrias que el Nasdaq.
En contraste, el índice Russell 2000, que representa las acciones de pequeña capitalización: se mantiene 20 por ciento por debajo desde finales de diciembre.