Por: Juan Pablo Pardo-Guerra
Ilustración: Belén García Monroy, cortesía de Nexos
El plagio es algo muy diferente cuando ocurre de forma calculada, con el objetivo de engañar al lector —y en particular a otros miembros del gremio— con la apariencia de originalidad. De este lado del espectro, el plagio es cometido sabiendo que es una infracción, aprovechándose de nuestras culturas colectivas. Sus motivos son varios, pero generalmente personales y pecuniarios: producir una publicación, lograr una promoción en el trabajo, conseguir un título profesional, obtener mayor visibilidad y reconocimiento profesional u obtener más estímulos económicos. Si pensamos en el conocimiento que construimos como una casa, esta forma de plagio es más que simplemente usar los diseños de otros sin su permiso o de manera descuidada. Es un acto violento: es como quitarles ladrillos a las casas de nuestros vecinos. Es construir con materiales robados que, a diferencia de ladrillos, no se pueden reponer. Es privar a otros del reconocimiento que merecen, lucrando de sus labores y contribuciones, viviendo furtivamente bajo techos ajenos. Un ejemplo claro de este tipo de plagio es el caso que involucró a la ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Yasmín Esquivel. Identificado por Guillermo Sheridan, el caso constituye un ejemplo radical: la evidencia que poseemos hasta ahora apunta a que Esquivel no cometió una pequeña transgresión, el tipo de omisión por ignorancia que podríamos ver entre algunos alumnos de licenciatura. Por el contrario, la evidencia sugiere la participación de Esquivel en un acto fraudulento y calculado que involucró clonar, casi palabra por palabra, la tesis de licenciatura del exalumno Edgar Ulises Báez Gutiérrez. Igualmente, tiene que ser explicada la participación de la profesora Martha Rodríguez en este incidente y en el posible plagio de otras tesis en Derecho.