El último ludita

En el siglo XIX los luditas destruyeron telares y quemaron fábricas como protesta por la mecanización.

Ese espíritu anima al último de ellos, apoltronado en su oficina de Harvard, donde expía contrito su culpa meritocrática.
Nexos
Ciudad de México /

Por: José Antonio Aguilar Rivera

Ilustración: Belén García Monroy, cortesía de Nexos

En su último libro (The Tyranny of Merit), el teórico político de Harvard, Michael Sandel, se lanza en contra de la meritocracia.1 Su argumento es filosófico, pero sobre todo político. Sandel escribe una especie de catilinaria contra el mérito. El filósofo busca persuadir a sus lectores de que el verdadero culpable del populismo trumpista en Estados Unidos es el nefando ideal meritocrático. En una sociedad desigual, aduce, “aquellos que aterrizan en la cima quieren creer que su éxito está moralmente justificado. Esto significa que los ganadores deben creer que éste se debe a su talento y trabajo duro”. Sin embargo, esto es una ilusión que tiene consecuencias desmoralizadoras. La autosuficiencia hace difícil cultivar la gratitud y la humildad. Y sin estos sentimientos no se puede procurar el bien común.

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