Por: Sergio Humberto Chávez Arreola y Francisco Antonio Vázquez Sandoval
Ilustración: Patricio Betteo, cortesía de Nexos
En México, se habla de un sistema de planeación del desarrollo como la herramienta referente para propiciar el desarrollo de la sociedad en diversas dimensiones, como la económica y la social. Este sistema se entiende como uno de carácter participativo que recolecta las necesidades y demandas, luego trabajadas y procesadas, para definir metas y objetivos de gran calado. Este sistema produce no sólo un plan, sino una serie de instrumentos de planeación institucionales y sectoriales con la intención de que los funcionarios establezcan las estrategias para materializar los objetivos nacidos del aparente consenso. Enseguida, se piensa que estos se ponen en marcha para llegar a la tierra prometida, como si bastaran con decretarse y no requirieran de una gestión. Lo cierto es que la trivialidad con la que se reviste al proceso de planeación actual genera su propio distanciamiento de otros entramados de la función pública. En realidad, la planeación está alejada de esas aspiraciones. Primero, la regla concibe al gobierno como un monopolio del proceso de formulación de las políticas públicas, como si la diversidad real de actores no se involucrara, ya sea compitiendo por políticas contrapuestas o negociándolas. Más bien, el pluralismo democrático que pretende la planeación es una ilusión contenida en sí misma. Los arreglos institucionales de pesos y contrapesos evitan que un gobierno monolítico articule unilateralmente todo lo necesario para materializar la visión.