Por: Naomi Campos
Ilustración: Ros, cortesía de Nexos
La palma aceitera es un ejemplo de una naturaleza a disposición de los humanos. Es un reflejo de cómo la naturaleza es concebida como un elemento de conquista y explotación. Con este tipo de industrias se refuerza la idea de que la naturaleza está a disposición de aquella producción que trae ganancias para unos cuantos. Así, la destrucción de las selvas, el aumento de los monocultivos, la contaminación de aguas y suelos, entre otros efectos de esta industria, no son relevantes mientras exista aceite de palma para utilizar y vender. En Indonesia y muchos países del Sur global, el despojo territorial y la destrucción de la naturaleza se han hecho en beneficio económico para unas cuantas personas y en detrimento de los grupos históricamente invisibilizados. Desgraciadamente, este mismo escenario se vive en México. El despojo territorial y la destrucción de la naturaleza se han hecho presentes en la expansión de monocultivos de aguacate, soya, caña de azúcar y palma aceitera. En el estado de Chiapas, que cuenta con la mayor superficie sembrada del cultivo, se convenció a base de engaños a la población de diversos municipios para trabajar con el monocultivo de palma aceitera; se les dijo que a través de estas plantaciones podrían convertirse en “pequeños empresarios”, y se les aseguró que este cultivo no perjudicaría sus tierras. Pero en varias ocasiones se ha denunciado el despojo y control violento en esos territorios.