Por: Karla Paniagua
Ilustración: Estelí Meza, cortesía de Nexos
La primera revista científica de la historia, Philosophical Transaction of the Royal Society, se publicó en 1665. Fue allí, por ejemplo, que Isaac Newton difundió los resultados de sus experimentos con prismas. Junto con las cartas que los autores solían intercambiar con sus colegas y amores, los artículos de investigación eran la manera más habitual de divulgar un hallazgo científico, ya que los libros se reservaban para la revisión de trayectoria autoral en la cúspide de la vida. La publicación de libros se ha desacralizado de manera significativa desde el siglo XVII, tanto que ya no es necesario estar en la cúspide de nada, ni ser firmado por una editorial para publicar un libro. Lo cierto es que, hoy por hoy, los avances de la ciencia suelen difundirse mediante revistas especializadas y conferencias en primer lugar, y en segundo a través de revistas de divulgación, blogs, videoblogs, podcasts, televisión, radio, periódicos y redes sociales, entre otros foros donde los hallazgos genuinos compiten con una avalancha de información falsa.