El portentoso desafío de 'abuelear'

Ciudad de México /

Para Cami, Lu, Vale e Isi

Como cada Navidad y año nuevo, compartiré aquí un par de textos personales. El primero, el de hoy, es importantísimo. Refutaré con datos duros una postverdad: el absurdo de que la abuelidad es cosa fácil. Aclaro que, pese a que fui abuelo por primera vez hace casi ocho años, aún soy novato. Si de entrada todos lo somos (no hay curso propedéutico y nuestros conocimientos paidológicos ya cargan telarañas), yo lo soy más porque dos de los tres varones que procreé me han dado cuatro nietas, y ellas no traen instructivo. En todo caso, entendámonos: aunque su trabajo como papás es de tiempo completo y el de mi esposa y mío es eventual —y cada domingo, tras nuestra brega consentidora, hacemos el suyo más pesado—, abuelear es un desafío portentoso.

Debo decir que mis vástagos son mejores padres que yo. No sé si sea un asunto generacional, pues los millennials están venturosamente más comprometidos con la paternidad; lo cierto es que me ponen la vara muy alta. Junto con mis ingeniosas nueras se esmeran en entretener 24/7 a las niñas: les programan clases extracurriculares todas las tardes, les inventan juegos cuando están en casa, ¡no las dejan aburrirse nunca! Cuando mis hijos eran pequeños jugaba futbol y platicaba con ellos los fines de semana pero, en cuanto me cansaba o tenía que escribir, recurría al viejo truco de ponerles películas. En los criterios didácticos de mis nietas la cinefilia está, digamos, un poco más restringida. Esta circunstancia me ha llevado a un rol dominguero más pasivo. Tengo que sentarme, botana en mano, a verlas jugar, a escucharlas reír, a gozar su presencia. Ni hablar, la familia exige sacrificios.

Me detengo en el difícil capítulo de la pedagogía. Cuando en el siglo pasado vi a papás o suegros de amigos míos contradecirlos en este tema —los míos nunca lo hicieron, por fortuna— juré que yo jamás lo haría. Cumplirlo tiene su complejidad. Dos ejemplos: 1) estoy convencido de que educar a mis nietas para enfrentar un eventual buleo en la escuela presupone la enseñanza de competencias como el descontón y la patada voladora; 2) la logística del trasiego clandestino de chocolates no es sencilla. El problema es que María Montessori tiene otros datos. Me he visto en la necesidad de ensayar la transmisión subliminal de conocimientos estudiando magia, tosca como la de Hagrid o sutil como la de Hermione (quien no sepa quiénes son me gana en novatez). Inspiración es el nombre del juego: la abuelidad bien vale una musa.

Si tú, amable lector(a), sabes abuelear, o eres nieto(a) y te abuelean bien, da gracias a Dios por la bendición. Yo sigo aprendiendo. Dar a los nietos regalos, dulces y apapachos sin provocar una nota diplomática es complicado. En fin. A mi mamá, que murió muy joven, ya no le tocó convivir con mis hijos, pero a mi papá sí, y cuando veo que lo echan de menos y lo recuerdan como referente me doy cuenta de que de algún modo los hizo mejores seres humanos. Eso intentaré con mis cuatro maravillosas nietas: alegrarlas y enriquecer su mundo. Ellas son mi nueva razón de vivir y yo quiero ser una de sus razones para sonreír. Y si logro convencerlas, como a sus padres, de que asuman el compromiso dual que hace la vida digna de vivirse, el de ser buenas y ser felices, podré irme en paz.


  • Agustín Basave
  • Mexicano regio. Escritor, politólogo. Profesor de la @UDEM. Fanático del futbol (@Rayados) y del box (émulos de JC Chávez). / Escribe todos los lunes su columna El cajón del filoneísmo.
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