Se vale soñar

Ciudad de México /

Mañana termina el 2024. Mal año, a juicio mío. El mapamundi se tiñó de sangre en la prolongación de las invasiones de Rusia a Ucrania y de Israel a Palestina y se desgarró por el triunfo electoral de Donald Trump en Estados Unidos. La primera es una agresión expansionista de Vladímir Putin, por más que se disfrace de defensa geopolítica. La segunda es una atrocidad que responde a otra atrocidad, una sanguinaria competencia de salvajismo entre los jefes de Hamás y Benjamín Netanyahu: al bárbaro ataque terrorista que mató a más de mil mujeres y hombres inocentes y secuestró a centenares de ellos en Reim y otros lugares siguió una brutal ofensiva del ejército israelí que sigue matando a miles de mujeres y niños inocentes en Gaza. Y el tercero representa una victoria de la impunidad en el país que hizo del Poder Judicial un contrapeso: un candidato declarado culpable de varios delitos y acusado de otros tantos se convertirá en presidente, se librará de su sentencia y sus juicios pendientes y gobernará la superpotencia con ánimo vengativo.

Paréntesis mexicano: el arraigo de la polarización. Para los seguidores de la 4T, hoy 2PT, se concatenaron ciclos virtuosos; para los críticos como yo, se trata de un año desventurado precisamente porque ganó el proyecto que instauró el discurso de odio y se tragó los equilibrios democráticos. Se cimentó una reforma judicial que consolidará una concentración del poder en Morena como en la que había en el PRI hegemónico del siglo pasado y que dejará a opositores y disidentes en la indefensión. La violencia criminal se entronizó, además, en gran parte del territorio nacional, ante la lenidad de un gobierno que puso el culto a la imagen presidencial por encima de la primacía del Estado y de la seguridad de los mexicanos.

Pero el 2024 no es muy distinto a otros años recientes. El mundo está enojado, y no parece querer contentarse. El mundo, escribo, y aludo tanto al planeta como a sus habitantes. Uno parece buscar revancha por el maltrato recibido, y la ejecuta en la furia del cambio climático. Los otros se muestran indignados por los abusos de sus élites y arremeten obnubilados contra ellas sin darse cuenta de que las fortalecen o, si acaso, crean otras tan voraces como las que dicen combatir. No quiero decir que no haya habido luces, pues las hemos visto aquí y allá. Pero son tiempos de encono y la gente enconada persigue enemistades y despierta los peores instintos, los propios y los ajenos.

¿Se vale ser candoroso en temporada decembrina? Yo digo que sí y que solo de ese modo vamos a enderezar el ánimo. Las guerras las hacen quienes proyectan en otro a su enemigo interno y no quieren armisticio consigo mismos, es decir, quienes no pueden vivir sin pelearse. Mi ingenuidad de temporada, aclaro, no llega al grado de pedir que líderes despiadados como Putin, Netanyahu o Trump llenen sus almas con nieve de bondad; no llego a tanto, ni siquiera en estos días. Le pido al ciudadano de a pie, al que vota y elige, que reflexione. Que no se deje llevar por su rechazo a la otredad y vea el resultado de concebir la vida como conflicto. Que observe las consecuencias de expresar esa sinrazón en las urnas. Y que entienda que, hoy por hoy, no hay nada más revolucionario que la paz interior y la concordia exterior.

Se vale soñar. 

  • Agustín Basave
  • Mexicano regio. Escritor, politólogo. Profesor de la @UDEM. Fanático del futbol (@Rayados) y del box (émulos de JC Chávez). / Escribe todos los lunes su columna El cajón del filoneísmo.
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