La era de la ira, como yo le llamo a los tiempos que vivimos, es en gran medida producto de la desigualdad informada. Lo he dicho antes: la brecha entre los de arriba y los de abajo se ensancha al tiempo que el conocimiento democratiza, por lo que los muchos que tienen y deciden poco saben lo suficiente para indignarse ante los pocos que tienen y deciden mucho. Internet permite que todos estén al tanto de las complicidades de élites políticas y económicas para beneficiarse y negligir o dañar los intereses de las mayorías, lo cual ha puesto en crisis a la democracia. La ganancia en ese río revuelto es para pescadores populistas, que aprovechan el enfado colectivo para ganar elecciones y luego desmantelar instituciones democráticas. El remedio resulta peor que la enfermedad.
Pero los demócratas hemos cometido el error de hablar demasiado de ganones y muy poco de causantes. Aunque yo suelo señalar políticos corruptos, apenas un par de veces he denunciado la codicia desbocada de empresarios que alimenta el populismo. Tomo ahora un ejemplo de la semana pasada: el director de la mayor aseguradora de salud en Estados Unidos fue asesinado en Nueva York, y el asesino se convirtió ipso facto en héroe. Un aluvión de mensajes en redes sociales lo aclamó como vengador de la legión de pacientes a quienes las empresas de seguros niegan el pago de tratamientos vitales. Se juntó dinero para sufragar su defensa y —ojo— se profirieron amenazas de muerte a los ciudadanos que revelaron su paradero y a los policías que lo detuvieron.
Frente a múltiples peticiones de guardaespaldas para CEOs que aparecieron en los medios tras del crimen solo vi a un empresario llamando a corregir los abusos de la medicina privada. Estremecedor. Tal vez piensan que el síndrome de Robin Hood solo invoca impostores justicieros como Trump, que reducen impuestos a los más ricos y forman su gabinete con multimillonarios, y no se dan cuenta de que los agravios pueden producir otro tipo de antihéroes. Caray, si no leen historia o sociología que al menos vean la primera película del Joker. Urgen en el mundo de los negocios más personas capaces de entender los estragos de la inequidad y la injusticia y dispuestos a que el empresariado ponga su parte para contrarrestarlos —¿Warren Buffet?—; de lo contrario un fantasma volverá a recorrer el mundo, y no será el del comunismo sino el del populismo nihilista. El enojo social es caldo de cultivo de la post democracia y la post racionalidad.
Ven la tempestad y no se arrodillan. O quizá creen que el “vengador de Manhattan” —hijo de un magnate, por cierto— es la expresión excepcional de una sociedad esencialmente sosegada. No todos padecen esa miopía, claro; conozco algunos empresarios que, aún sin concebir un estallido anárquico, auspician equilibrios. Saben que a mediados del siglo pasado la socialdemocracia domesticó al capitalismo y que en las últimas décadas el neoliberalismo lo regresó a su estado salvaje, e intuyen que la jungla donde antes sobrevivían los más fuertes ha trocado en un páramo en el que ya no hay seres invulnerables ni criaturas inofensivas. Si el poder político y económico no lo entienden, la era de la ira puede abrir socavones en la tierra movediza de gobernabilidad y paz social que todos pisamos.