Algo interesante del ir pasando por varias décadas es que se pueden notar patrones más grandes que las tendencias de un día o de un año. Muchos son meramente triviales o desalentadores: por ejemplo, a medida que se envejece (si se tiene un mínimo de vida interior, de capacidad de reflexión) se puede ir previendo la forma que tendrá la existencia entera, los límites que ya no podremos sobrepasar y las rutinas que no abandonaremos salvo con la muerte. Pero también se puede ver más allá de uno mismo y percibir, por ejemplo, cambios sociales, transformaciones en las modas y los intereses, en las maneras de pensar. En las de leer.
Y no todos esos cambios son para peor, aunque quien envejece (quienes envejecemos) tienda con frecuencia a verlo así.
Hace diez o veinte años, por ejemplo, decir el cuento estaba en decadencia como género literario se consideraba todavía una “verdad” incuestionable. Se escribía mucho (comparativamente) sobre “la muerte del cuento” y se desalentaba la publicación de cuentos en una especie de círculo vicioso: no genera ganancias, se decía, y al no publicarlo ni promoverlo no se le permitía generar ganancias.
La situación es diferente ahora. No es que el cuento esté a la cabeza de las ventas mundiales, aunque hay más lectores que hace una generación y nuevas editoriales interesadas en las narraciones breves; es más bien que la lectura misma, como la entendimos durante los siglos de la imprenta, está por lo menos en una crisis de identidad traída por los medios digitales y las nuevas formas de consumo y explotación mercantil. En la era en que las mercancías más valiosas son el prestigio, la atención y los datos personales, cualquier libro tiene que competir con numerosas pantallas diferentes y en general lo hace con desventaja. Y el cuento ha conseguido abrirse cierto espacio en esa competencia, no tanto por su brevedad como por sus posibilidades de relacionarse —en nuestras conciencias sobrestimuladas— con muchas otras formas actuales de “contenido”. En las redes se les enlaza en aniversarios o cuando tal o cual tema aledaño a ellos se pone de moda; tal vez algunas de las personas que llegan a verlos encuentran, en sus historias, caminos que lleven más allá del diluvio de información de cada día.
Como cada año, este 2019 habrá una nueva edición del Encuentro Internacional de Cuentistas de la FIL. Ocho autoras y autores de seis países se reunirán para hablar de su trabajo y leer una muestra del mismo, hoy 6 y mañana 7 de diciembre, en el Salón 2 de la planta baja de la Expo Guadalajara, a las 18 horas.
Para buscar en la FIL
Hace un par de días, en un evento con lectores jóvenes, a David Huerta, recientísimo ganador del Premio FIL, se le pidió un consejo para aquellos interesados en escribir y propuso leer antologías. Tiene razón: las colecciones de autores diversos ofrecen variedad y sorpresas. Aquí van algunas antologías de cuento: 'Largueza del cuento corto chino' de José Vicente Anaya (Almadía); 'Quién anda ahí…' (Valdemar); 'A todos nos falta algo. Antología del cuento croata' de Román Simic Bodrožic (Cal y Arena); 'Bella y brutal urbe' de Édgar Omar Avilés (Resistencia) y la serie 'Lados B', antologías anuales de Nitro Press. Si las encuentran, me avisan.
ÁSS