El ocaso de la era salomónica

Puebla /

Benito Juárez lo dijo con claridad: “Los hombres pasan, pero las instituciones quedan.” Una frase que debiera ser brújula, pero que en la política mexicana se queda como eco vacío. Porque aquí, la trascendencia de los gobernantes se mide más por los favores que distribuyen o las obras con las que se adornan, que por el legado real que dejan a la sociedad.

Nos hemos acostumbrado a la mediocridad. A esa resignación disfrazada de pragmatismo que celebra frases como “robó, pero hizo”. Rafael Moreno Valle y sus obras faraónicas, Mario Marín y sus canchas de fútbol… Y así podríamos seguir con los Bartlett Díaz, los Marín Torres, los Gali Fayad, los Pacheco Pulido, hasta llegar al capítulo más oscuro: el de los Barbosa Huerta, cuya administración pasó como un torbellino de divisiones, pendencias y un escritorio en Casa Aguayo convertido en trinchera.

La pregunta hoy es inevitable: ¿qué dirá la historia de Sergio Salomón Céspedes Peregrina y su grupo político cuando abandonen el poder? Su llegada al gobierno fue atípica y en un contexto complicado.

Con el estado fracturado tras el mandato de Barbosa, Céspedes asumió el poder con una consigna clara: reconstruir y unificar.

Y, hay que reconocerlo, lo hizo con un estilo discreto y con una clara voluntad de reconciliar.

Sergio Salomón unió lo que Barbosa destrozó y construyó lo que al anterior gobernador ni siquiera le interesó intentar. En solo 730 días, logró resultados que contrastan con los 1,095 de un gobierno que apostó más al enfrentamiento que a la solución.

¿Fue perfecto e incuestionable? Claro que no.

Su administración también tiene claroscuros, pero no se puede regatear el cambio de tono que imprimió en la vida pública de Puebla. Es un político de acuerdos en un momento donde la confrontación parecía la única forma de gobernar.

Hoy, Sergio Salomón se enfrenta al juicio del tiempo. A partir de ahora, la historia empezará a poner a cada quien en su lugar. Al de Tepeaca, lo evaluará no solo la ciudadanía, sino también el partido que lo impulsó y los intereses nacionales que lo rodean.

Pero, si algo queda claro, es que en comparación con su antecesor, este gobernador entendió algo esencial: gobernar no es dividir, es trascender.


  • Alberto Rueda
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