Los partidos políticos no dejan de ser una constante fuente de frustración para los ciudadanos. Lejos de resolver los problemas que enfrentamos como sociedad, parecen empeñados en profundizarlos.
Se supone que los partidos son la base de nuestra democracia, al ser organizaciones ciudadanas creadas para representar intereses comunes y que sus propuestas, debates y competencias electorales deberían reflejar las aspiraciones de la sociedad. Sin embargo, en la práctica, solo responden a intereses de particulares.
El ejemplo más claro lo encontramos en lo local. Durante el pasado proceso electoral, el PRI, PAN y PRD optaron por una alianza desesperada para competir contra la maquinaria de la 4T. El resultado es conocido: el PRD perdió su registro, y el PRI, bajo la batuta de Néstor Camarillo, salió a culpar públicamente a su socio, el PAN, del desastre electoral. Un mea culpa que, en apariencia mostraba autocrítica, pero que en el fondo no era más que otro ejercicio de evasión de responsabilidades.
La lógica detrás de este tipo de alianzas siempre ha sido cuestionable. El electorado espera una visión auténtica y no fusiones de conveniencia entre partidos que históricamente han representado ideologías opuestas.
Pero la historia no termina ahí. Ahora, en medio de las elecciones extraordinarias que se avecinan, Camarillo Medina ha decidido cambiar de tono y coquetear nuevamente con la idea de una alianza con el PAN -ahora a través de Mario Riestra- bajo una postura que contradice sus declaraciones pasadas.
La apuesta por aliarse nuevamente con el PAN puede interpretarse como un intento para no desaparecer del mapa político, pero también como una señal de que el “PRItanic” sigue navegando sin brújula, incapaz de definir quién es y qué representa para Puebla en la actualidad.
Y es que el PRI por sí solo no tiene el músculo político para competir. Estas decisiones no parecen responder a estrategias técnicas ni a un análisis profundo del panorama electoral, sino a cálculos políticos dictados por el único priista beneficiado.
Al final, todo indica que la alianza se concretará. Una unión que, lejos de fortalecer a las partes involucradas, confirma la crisis de identidad que consume a la oposición en Puebla y en todo el país.