Toda buena biografía es un buen libro de historia: la vida colocada correctamente en un paisaje sin el cual nada o muy poco entenderíamos de la persona que se nos presenta.
Esa totalidad es la que permite arrojar luz incluso sobre los seres más esquivos y enigmáticos, como esa escritora brasileña de origen ucraniano que fue y es moda, culto, ambición literaria, estrella intelectual, póster, ícono mediático pero, sobre todo, autora de una obra siempre profunda, original, extraña y radiante: Clarice Lispector.
El libro que ha conseguido acercarnos a este personaje como nunca antes es Por qué este mundo. Biografía de Clarice Lispector, de Benjamin Moser (Siruela, 2017), un fino trabajo monumental que explora las raíces familiares, culturales y hasta psicológicas de la autora de Aprendiendo a vivir.
Es tan simbólico el misterio que rodeó siempre la vida de Lispector, que no sorprende que la biografía de Moser inicie con un episodio que viene a ser la metáfora central en la existencia de esta escritora. En 1946, de regreso a Italia para reencontrarse con su marido (diplomático de carrera), hace una rara escala en El Cairo: “Vi las pirámides, la Esfinge; un musulmán me leyó la mano en el desierto y me dijo que tenía un corazón puro… Hablando de esfinges, pirámides, piastras, es todo de un gusto terrible. Es casi impúdico vivir en El Cairo. El problema consiste en sentir algo que no haya sido explicado por un guía”. Mucho tiempo después recordaría su paso por Medio Oriente, cuando se miró frente a frente con la Esfinge: “No la descifré, pero ella tampoco me descifró a mí”.
Moser cita también las palabras de Drummond de Andrade ante la muerte de Lispector: “Clarice procedía de un misterio/ y regresó a otro”.
¿Qué hubiera hecho falta para que la Esfinge o Drummond de Andrade conocieran su secreto? Demasiada historia de dolor, persecuciones y, al fin, otra historia sobrepuesta a la anterior, en una tierra en la cual Lispector consiguió renacer en medio de una suerte de olvido terapéutico prescrito por su propia familia.
Venían de Ucrania, de Chechelnik, de cuando los judíos comenzaron a ser perseguidos y exterminados al inicio de la Primera Guerra Mundial, como mero preludio de lo que más tarde sería el Holocausto. En un principio fueron acusados de colaborar o espiar para los alemanes, y el imperio ruso permitió y fomentó los rumores más descabellados que pusieron en duda la lealtad de los judíos. A pesar de que más de 100 mil de ellos dieron la vida por el Zar en la guerra, una ola despiadada de pogromos azotó la región.
El relato de Moser es en este punto una especie de novela histórica en donde se reseñan las matanzas, violaciones y despojos de los que fueron víctimas los judíos en esos años, por parte de todos los bandos que participaban en el conflicto. La colisión de mundos, proyectos y utopías maltrató demasiado a los judíos y fue, de algún modo, lo que provocó el nacimiento de Lispector.
Después de que su madre fue violada por los soldados rusos adquirió sífilis, “y por una superstición muy extendida” que “creía que el embarazo podría curar a la mujer de su enfermedad”, sus padres decidieron concebirla. Así que cuando nació, en 1920, tuvo como primer nombre Chaya, que en hebreo significa “vida”; eso representaba su llegada al mundo: una esperanza de vida para ella y su sufrida madre.
Desde luego, no hubo tal milagro y su madre fallecería 10 años después, cuando ya habían conseguido huir de la tragedia del pueblo judío en Rusia e instalarse en el país que también elegiría Stefan Zweig para terminar sus días: Brasil, país continente, lugar del futuro según creía el autor de Amok.
Allí renacieron ella y su familia, y allí surgió la escritora: “Escribir siempre me fue difícil, incluso habiendo empezado con lo que es conocido como vocación, que es distinta del talento. Uno puede tener vocación y no talento; uno puede ser llamado y no saber cómo ir”.
Pero ella tuvo talento y supo cómo ir y venir desde el olvido hasta el recuerdo, desde la realidad hasta el sueño, hasta alcanzar la profunda originalidad que hay en toda su literatura.
Moser nos da las claves biográficas esenciales de una obra que se construye con aparente sencillez desde Cerca del corazón salvaje hasta La hora de la estrella, su obra póstuma. En ese recorrido se comprueba que formalmente es una escritora brasileña, pero que en realidad es, como advirtió el poeta Lêdo Ivo, “una extranjera… la condición foránea de su prosa es uno de los hechos más abrumadores de nuestra historia literaria, e incluso de la historia de nuestra lengua”.
Pero ¿dónde su prosa no habría sido foránea? Quizás en ningún lugar, porque en todas partes ella misma, en el mejor de los casos, se vería a sí misma como desde fuera: “Hace tantos años que me perdí de vista que vacilo en intentar encontrarme. Me da miedo comenzar. Existir me da a veces taquicardia. Me da tanto miedo ser yo. Soy tan peligrosa. Me pusieron un nombre y me apartaron de mí”.
¿Quién más podía personificar esa emoción palpitante, esas palabras desbordadas y libres, sino Clarice Lispector?
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