Ambos países, México y Estados Unidos, celebramos elecciones este año. En ambos casos, la ciudadanía optó por otorgar un mandato abrumador a una sola fuerza política, consolidando así lo que se conoce como una “supermayoría”. A partir de enero, los gobiernos en ambos lados de la frontera no sólo controlarán sus respectivos poderes ejecutivos, sino también los legislativos, y pronto también influirán ideológicamente sobre sus poderes judiciales.
Desde la óptica de la ciencia política, las supermayorías son vistas con recelo. La concentración de poder en una sola fuerza política genera preocupación por la falta de equilibrios y controles, ambos esenciales para evitar abusos y garantizar la representación. La idea central de la democracia moderna radica en la pluralidad y el diálogo entre distintos sectores, y las supermayorías, en principio, desdibujan este fundamento al silenciar las voces minoritarias. Sin embargo, es crucial recordar que estas supermayorías no fueron una imposición autoritaria, sino paradójicamente el resultado de un proceso democrático. Son la expresión directa de la voluntad popular, que alinea todos los factores de poder en un solo sentido ideológico y alrededor de una propuesta política dominante.
En este contexto, las supermayorías mexicana y estadounidense reflejan no sólo un momento político, sino también una manifestación del espíritu esencial de cada país. En México, la supermayoría de Morena consolida una tradición de estatismo social de centro, una apuesta histórica por un modelo que prioriza la intervención estatal en busca de justicia social. Por otro lado, en Estados Unidos, la supermayoría de MAGA reafirma el libertarismo conservador de centro derecha, un modelo que privilegia la autonomía individual y el minimalismo estatal. Ambos resultados son un claro rechazo a experimentos políticos recientes, que la población percibió como ineficaces y alejados de sus necesidades.
Estas supermayorías describen también la frustración hacia una democracia plural que, a los ojos de muchos ciudadanos, no ha logrado resolver sus problemas cotidianos. Durante años, se asumió que garantizar el orden democrático automáticamente derivaría en bienestar social. La realidad ha demostrado lo contrario. En ambos países, los votantes optaron por retornar a modelos políticos que, aunque no perfectos, sienten como propios y, sobre todo, como efectivos.
El último ingrediente son las oposiciones en ambos países, las cuales no lograron conectar con el electorado. Sus propuestas, percibidas como románticas e idealizadas, no ofrecieron respuestas concretas a las preocupaciones de las mayorías y, ajenas al sentimiento popular, fueron apabulladas en las urnas. Y hasta aquí el análisis binacional de tu Sala de Consejo semanal.