Donald Trump alcanza por segunda vez la presidencia de EEUU. A los votantes del país vecino no les importa que sea xenófobo, misógino, racista, autoritario, fraudulento, machista y un delincuente sentenciado y convicto. La clase obrera le dio la espalda a los demócratas que han sufrido una de las peores derrotas de su historia. Trump supo escuchar a su gente, igual que lo hizo López Obrador. Supo detonar las preocupaciones de la población vecina. Ha pasado en Argentina, Italia, El Salvador, México y ahora en los Estados Unidos donde el populismo supo llegar al oído del electorado y atender sus preocupaciones inmediatas, ofreciendo un remedio rápido. El populismo ha hecho a un lado a las ideologías liberales y conservadoras para ofrecer soluciones rápidas.
El norteamericano blanco, protestante, creyente del armamentismo y racista de closet salió a dominar las calles y manifestar su rechazo ante la diversidad racial, el crecimiento exponencial de las mujeres, inmigrantes, las personas LGTBI en puestos públicos y su decepción ante la esencia del sistema democrático del país. Es necesario regresar a las represiones del pasado.
En el ámbito internacional Ucrania perderá el apoyo de los Estados Unidos y, en consecuencia, la guerra ante Rusia. Europa se encontrará amenazada ante el creciente poder de Putin en la región. Los palestinos serán definitivamente expulsados de Gaza y Cisjordania. Finalmente, Israel podrá concluir su campaña de limpieza étnica. La ultraderecha continuará su ascenso en la Unión Europea y América Latina. Los migrantes serán las primeras víctimas.
Este giro no es solo es obra de Trump y de los medios de comunicación controlados por las elites financieras. Este nuevo fascismo es fruto de un desencanto colectivo. La socialdemocracia ya no transmite credibilidad. Ahora se simplifica lo complejo; se prefiere cuidar el bolsillo a costa de acotar las propias libertades; se divide a la sociedad entre buenos y malos; el insulto y la ofensa sustituyen al argumento y a la razón; se etiqueta a la ciudadanía entre ellos y nosotros; se influye en las masas usando el rencor popular para destruir derechos e instituciones que estorban en el ejercicio del poder; se sustituye a la realidad por una creencia; se justifica el proceder transgresor y violatorio del sistema constitucional por la voluntad de la mayoría del pueblo; se vota con rabia; se intimida a los opositores; por último, se atrae y protege a los eternos olvidados y decepcionados del sistema.
La sociedad se está transformando en una masa amorfa. El declive de la cultura ha contribuido al éxito de los mensajes esquemáticos y simplistas. La democracia se está muriendo ante nuestros ojos. Estamos en el umbral de una verdadera crisis de civilización y no sabemos cómo va a terminar todo esto. La victoria de Trump sugiere que se nos viene un tsunami de odio, racismo y violencia dispuesta a no dejar títere con cabeza. Vamos a atestiguar el lado más oscuro de un Trump que no tiene nada que perder ya que no se puede volver a reelegir.
Lo esencial es cuidar el bolsillo, del futuro luego hablamos.