A medida que cerramos el año y miramos hacia 2025, la temporada festiva es un momento en el que reflexionamos sobre lo que hemos conseguido y cómo podemos hacer que el año que viene sea mejor: alcanzar nuestros objetivos personales, devolver algo a nuestras comunidades y contribuir a mejorar el mundo.
Cuando damos, no faltan las causas nobles, desde aliviar la pobreza y mejorar la educación hasta proteger el medio ambiente y avanzar en la atención a la salud. En teoría, todos deberíamos alinearnos en torno a aspiraciones compartidas para que 2025 sea un año de progreso para todos.
Pero la dura realidad es que la cooperación mundial ha tenido grandes dificultades en la última década. En 2015, la ONU presentó una agenda de 169 puntos para solucionar todos los problemas a los que se enfrenta la humanidad de aquí a 2030. Los llamados Objetivos de Desarrollo Sostenible fueron acordados por todos los líderes mundiales con la mejor de las intenciones. Sin embargo, cuando faltan cinco años, el mundo está muy lejos de cumplir casi todas las 169 promesas. La lucha contra la pobreza, las enfermedades y el hambre ha perdido impulso.
¿Por qué no avanzamos más? En gran medida, porque intentamos hacer demasiadas cosas. Intentar abarcarlo todo significa que no hemos priorizado nada y que hemos conseguido muy poco.
Un nuevo año ofrece una nueva oportunidad. En lugar de intentar hacerlo todo, tanto como sociedad como a nivel individual con nuestras propias donaciones, deberíamos centrarnos primero en las intervenciones que producen más progreso. Es decir, aquellas que proporcionen el mayor rendimiento de la inversión para las personas, el planeta y las generaciones futuras.
Aquí está el truco: las mejores inversiones no son necesariamente las que acaparan titulares o atraen el apoyo de famosos. He trabajado con más de 100 de los mejores economistas del mundo y varios premios Nobel para averiguar cuáles de los muchos objetivos mundiales ofrecen el mayor rendimiento de la inversión.
A lo largo de cientos de páginas de análisis revisado por pares y de acceso gratuito, hemos identificado las 12 cosas más inteligentes que podríamos hacer para mejorar la vida de la mitad más pobre del planeta. Estas soluciones rara vez aparecen en los titulares, pero son baratas e increíblemente potentes.
Cuando una madre embarazada carece de nutrientes y vitaminas esenciales, el crecimiento y el desarrollo cerebral de su hijo serán más lentos. Sus hijos estarán condenados a estar peor a lo largo de toda su vida. Con sólo US$2.31 se puede garantizar que una futura madre reciba un suplemento multivitamínico básico que signifique que sus hijos crecerán más sanos, más inteligentes y productivos. Cada dólar gastado en suplementos nutricionales para embarazadas puede generar hasta US$38 en beneficios económicos. No se trata de una utopía lejana. Es una solución factible y probada que podría ampliarse inmediatamente.
Otra inversión sencilla pero poderosa es en la mejora del aprendizaje. En los países más pobres del mundo, sólo uno de cada diez niños de 10 años sabe leer y escribir. Tenemos que solucionar este problema, no solo porque es lo correcto, sino para reducir futuros conflictos y la dependencia de la ayuda, y para garantizar que los países puedan escribir sus propias historias de éxito.
La mayoría de los colegios agrupan a los niños por edades, independientemente de su capacidad. Algunos alumnos tienen dificultades y otros se aburren. La solución es sencilla pero transformadora: enseñar a los niños de forma individual y al nivel adecuado. Obviamente, los profesores no pueden hacerlo con todos los niños, pero la tecnología sí. Basta una hora al día frente a una tablet con software educativo para enseñar lectura, escritura y matemáticas básicas.
Innumerables estudios demuestran que, aunque las otras siete horas diarias de clase sigan siendo tradicionales e ineficaces, al cabo de un año el alumno habrá aprendido tanto como lo que normalmente llevaría tres años. Los costos son modestos: compartir una tablet cuesta US$31 por alumno al año. El retorno de la inversión es extraordinario: los niños que aprenden más se convierten en adultos más productivos, lo que se traduce en un retorno de US$65 por cada dólar gastado. Es una gran inversión a largo plazo para un mundo más estable y autosuficiente.
Hay razones de peso para centrarse en combatir las enfermedades que ya han sido erradicadas en los países ricos, como la malaria y la tuberculosis, que se han convertido en enfermedades de la pobreza. El simple hecho de proporcionar más mosquiteros y ampliar el tratamiento de la malaria en África salvaría 200.000 vidas al año, con unos beneficios de US$48 por cada dólar gastado. Las personas sanas y productivas tienen más probabilidades de innovar, trabajar y contribuir al mundo, lo que en última instancia beneficia a todos.
A medida que nos acercamos al nuevo año, debemos dejar de perseguir grandes listas de objetivos inalcanzables y centrarnos en lo que funciona. Nuestra resolución debe ser dirigir los recursos de que dispongamos, ya sea nuestro tiempo, atención, dinero o voluntad política, hacia las acciones que más mejoren la vida de las personas.
En 2025, mi esperanza para el mundo es que los gobiernos y las instituciones dejen por fin de titubear y se centren en soluciones que ofrezcan los mejores resultados. Concentrándonos en lo que funciona, podríamos conseguir más en un año que en una década de vacilaciones. Como individuos, podemos poner nuestro granito de arena para que 2025 sea el año en que nos comprometamos seriamente con el progreso para todos.