La devastadora invasión rusa a Ucrania ha acaparado la atención mundial. Aunque el mundo se centra, con razón, en el número de víctimas y el sufrimiento, la crisis ha puesto de manifiesto la necesidad de acabar con la dependencia del petróleo y el gas rusos.
Cada día, el mundo gasta más de mil millones de dólares en combustibles fósiles procedentes de Rusia. Como tuiteó el ministro de Asuntos Exteriores ucraniano, ese dinero está pagando ahora el "asesinato de hombres, mujeres y niños ucranianos". Debemos acabar con esta dependencia.
Sin embargo, esto ha resultado ser más fácil de decir que de hacer. Durante décadas, la UE ha afirmado que las energías renovables pueden aportar seguridad energética porque se pueden producir en casa y no es necesario importarlas. Pero las energías renovables clave, la solar y la eólica, no son confiables porque sólo funcionan cuando brilla el sol o sopla el viento. Para conseguir una energía confiable las 24 horas del día, la solar y la eólica necesitan un respaldo proporcionado por el gas. Así, la política energética verde de la UE contribuye pagando a Rusia más de 500 millones de dólares diarios, sobre todo en concepto de combustibles fósiles y especialmente de gas, para que proporcione un respaldo a la energía solar y eólica europea.
Los defensores de la energía solar y eólica afirman que las baterías pueden ser un factor clave cuando el sol no brilla y el viento no sopla. En realidad, todas las baterías de Europa pueden almacenar energía para sólo 81 segundos de la demanda media de electricidad del continente, después de lo cual volvemos a depender principalmente de los combustibles fósiles.
Además, la electricidad sólo representa una quinta parte del consumo energético total de Europa, casi tres cuartas partes del cual se satisface con gas y otros combustibles fósiles. A pesar de la propaganda, la energía solar y la eólica aportan menos del cuatro por ciento de la energía total de Europa y no evitan el frío en los hogares. La electricidad sólo aporta una mínima parte de la calefacción, mientras que el gas proporciona casi el cuarenta por ciento.
Mucha más energía proviene de la fuente energética más antigua del mundo, la quema de madera. Aunque en principio es renovable, el aumento de la tala de bosques puede tener un enorme impacto en la biodiversidad. Además, la madera emite más CO₂ que el carbón cuando se quema, y a menudo se importa y transporta en barcos que usan diésel desde Estados Unidos. Actualmente, el 60 por ciento del total de la energía renovable de la UE procede de la quema de pellets de madera.
La conclusión es que necesitamos mejores alternativas al petróleo ruso. Alemania no debe cerrar sus centrales nucleares, y Europa también debería reconsiderar la posibilidad de producir su propio gas natural mediante fracking, como hizo Estados Unidos. El fracking podría proporcionar energía barata y una independencia energética total, y ha reducido las emisiones de Estados Unidos de forma espectacular. Aunque existen verdaderas preocupaciones en torno al fracking, la mayoría pueden resolverse con una buena regulación.
Lamentablemente, la mayor parte de Europa ha rechazado el fracking debido a los temores exagerados, difundidos con la ayuda financiera de Rusia. Sin embargo, los estudios realizados en Estados Unidos muestran claramente que los beneficios generales del fracking superan ampliamente los costos adicionales.
Para lograr una verdadera independencia, tenemos que mirar más allá e invertir en investigación y desarrollo en una amplia gama de fuentes de energía potenciales. Esta investigación llevará tiempo así que, a corto plazo, el fracking es la opción más pragmática. Con una normativa sensata, podría generar gas abundante y barato y enormes beneficios económicos, al tiempo que reduciría las emisiones. Y lo que es más importante, a la sombra de la guerra de Putin, podría ser una forma relativamente rápida y realista de que Europa avance hacia la independencia energética.
Por Bjorn Lomborg *