Un páramo es, según el diccionario, un terreno inhabitado, raso, desabrigado… un lugar frío y desamparado. Así apellida Juan Rulfo al protagonista de su novela, Pedro Páramo, que da título a un libro universal. Una obra que lleva tres versiones cinematográficas y sigue debiéndonos el séptimo arte la cosmovisión literaria que contienen apenas 143 páginas. Lo intentó Carlos Velo en 1967, José Bolaños en 1978 y este año el cinefotógrafo Rodrigo Prieto brinda su versión con un guion de Mateo Gil, fiel a la estética de Rulfo.
Netflix apuesta a lo grande con un reparto de actores y actrices de gran nivel interpretativo. La música de Gustavo Santaolalla crea el misterio de las palabras del escritor: lo registra con momentos de erudición musical. De Prieto no hay nada que añadir salvo que lleva dos nominaciones al Oscar por su trabajo de fotógrafo. Pero como que no basta iluminar “imágenes parecidas al sueño” hay en el filme de Prieto ausencia en ese modo circular con el que Juan Rulfo nos lleva a la catástrofe de nosotros mismos. Porque el autor “vio cosas y gente donde quizá ustedes (y nosotros) no vean nada”. Esculpió de tal manera su obra que me atrevo a decir que es difícil llevarla a otros ámbitos artísticos a pesar de la fidelidad del guion del español Mateo Gil ¿o quizá por eso?
La película hay que verla sobre todo por las interpretaciones, por ese intento de las actrices y los actores para decir las palabras de Rulfo, el eco de “este valle de lágrimas”, el “gentío de ánimas que andan sueltas por la calle”. Ánimas que es imposible ver en el cine de Velo, Bolaños y Prieto. Ánimas que solo anidan en el fantaseo de la interpretación de la vida de quien escribió el poema que inspira La fórmula secreta, dirigida por Rubén Gámez en 1965. Ahí resuena el alma de Juan Rulfo desde el más allá en la voz de Jaime Sabines.
Un intento fallido que hay que ver a pesar de lo que escribo. Regresé a mi casa a releer Pedro Páramo. A lo mejor debo agradecer al filme de Prieto volver a leer, por ejemplo: “Como que se van las voces. Como que se pierde su ruido. Como que se ahogan. Ya nadie dice nada. Es el sueño”.
“Vivir después de haber muerto”, diría Xavier Villaurrutia.