Llegó en 1968 con El príncipe constante. Con los actores moldeó la ruta de directores para nuevas generaciones. Se convirtió en “espíritu del teatro del siglo XX”. Larga lista de adscritos pero pocos sobresalientes. Se respiraban cambios de la escena nacional, no la consagrada al comercio y venta de mentiras como verdades, ese artificio teatral. Existen pruebas, montajes, nombres de quienes hicieron suyo esos planteamientos que hoy casi son olvido.
Aquel año cruzas la puerta cinco de la Ciudad Deportiva. Eran las Jornadas Culturales. Lees que escenifican el montaje que Grotowski concibió como una inmolación, un principio contra la ignorancia social, religiosa, un proceso político donde nadie sale librado y perdemos por guerras inútiles. Donde la muerte ronda porque la vida se equivoca en sus excesos. Escrita por Calderón de la Barca hacen adaptación al polaco y aquello se convierte en reencarnación viva del dolor. La dramaturgia al servicio del director y los actores, no al revés. El actor es cuerpo, voz, alma, donde importa más el espíritu actoral que la propia concepción de Calderón. Entras a ver la pieza que te cambia la vida.
En 2023 hicieron la restauración de un video que recoge aquel montaje (puede verse en Youtube). Cuando lo viste era luminoso y en la memoria visual hoy es sinuosamente oscuro. Pero adivinas la inmensidad de los actores y actrices con voces donde el sonido onomatopéyico, gutural, silabeante, con la extensión de la cavidad bucal para expresar las angustias del mundo son la constante, la virtud del intentar decir más allá del simple lenguaje verbal, lejos de aquello prefabricado que te lleva a estereotipos. En El príncipe constante las imágenes te paralizan. El teatro en escena no puede convertirse nunca en un documento visual. No puede adherirse a la piel a través de tecnologías. Necesita de los sentidos del ser para estar vivo: con cuerpo, voz y latidos de un corazón en llamas.
Grotowski era la búsqueda del actor desde el interior de un cuerpo para expresar emociones, ahí donde las luces y sombras inconscientes de una persona sufriente pueden ser vistas por un espectador sensible. Era un destriparse sin retorno para alcanzar guerra y paz. Un renacer.