Cuando decía en aquel ‘Mambo del ruletero’… “yo soy el macalacachimba, que sí-señor.. el macalacachimba”, suena a que eso era absolutamente cierto.
Un 15 de septiembre (1989) estaban sepultando a Dámaso Pérez Prado en la tierra mexicana en la que decidió morir y antes, crear un sonido único que trascendió cualquier tipo de frontera. Incluida la del tiempo.
Nunca nadie tuvo un mote más perfecto en la historia de la humanidad… el legendario cantante Beny Moré lo bautizó como ‘cara de foca’. Personaje de contrastes como esas trompetas agudas hasta el infinito, chocando con los graves profundos, en un delirio musical que sólo produjo, produce y producirá alegría. Tiene que ser a todo volumen, o no tiene sentido.
Han quedado en el olvido las discusiones que le regateaban la paternidad del mambo como género musical. Antes de él ciertamente en los músicos Antonio Arcaño u Orestes López o Ismael ‘Cachao’ López, en Cuba, le antecedieron con elementos o hasta con el término. Lo mismo en Nueva York el también cubano ‘Machito’ o los músicos de origen puertorriqueño Tito Puente y Tito Rodríguez o el español Xavier Cugat. Ese mambo es más armado. El de Pérez Prado es más simple… y quizá por ello, más poderoso. Habrá o no tomado algo de uno o de todos, añadiéndole elementos del swing estadunidense… siguiendo orquestaciones de big band, especialmente como la del jazzista Stan Kenton. Pero… aportándole un algo propio que no consiguió nadie más. Quizá quien mejor describió el fenómeno, fue el Premio Nobel colombiano Gabriel García Márquez: “… dio un golpe de Estado contra la soberanía de todos los ritmos conocidos”
Nunca ocultó su intención de adueñarse del término, del género y de los mares que se le hacían pocos para hacer un buche de agua. Y de alguna manera, sustantiva, lo consiguió. Hoy por hoy y ayer por ayer, el gran público asume que el mambo es aquello que suena a Pérez Prado, más allá de lo que sepan y expliquen los especialistas. Buscó el éxito, literalmente, a cualquier costo. Y eventualmente lo obtuvo… y eventualmente, lo pagó.
Nació el 11 de diciembre de 1917 (aunque él decía que en 1916) en Matanzas, Cuba… a unos 100 kilómetros de La Habana. Hijo de un periodista blanco y una maestra mulata. Graduado como maestro de piano, incursionó a estudiar a otros instrumentos en el Conservatorio de Matanzas. A los 23 años se traslada a La Habana, incorporándose como pianista de 6 o 7 orquestas (destacándose la de Paulina Álvarez y la ‘Casino de la Playa’) y como arreglista de varias más.
En la disquera donde trabaja haciendo arreglos (la ‘Peer’) lo tachan de complejo y extravagante… y lo bloquean. Su paisano Kiko Mendive, lo convence de venir a trabajar a México. Llega el 28 de de noviembre de 1948… es importante la fecha, como referente de lo poco que dura su más productiva y deslumbrante estancia en tierra azteca. Mucho más breve de lo que podemos imaginar.
En principio lo hospeda en su casa su paisana Ninón Sevilla, célebre actriz, vedette, bailarina y cabeza de cartel en el llamado cine de rumberas… luego se muda a un cuarto en una casa de huéspedes de la calle de Ayuntamiento. Ninón lo lleva al cine, para que debute modestamente como arreglista anónimo en Coqueta (1949), estelarizada por ella, Agustín Lara y Víctor Junco. Para 1950 Pérez Prado ya aparece a cuadro con su orquesta en el El pecado de ser pobre o en Víctimas del pecado… dirigida por Emilio ‘Indio’ Fernández y adonde también lo lleva de la mano Ninón Sevilla… su hada madrina.
De ahí en adelante… cuestión de rascarle a la inmensa filmografía en que participó Dámaso Pérez Prado, algo así como 122 cintas… como arreglista, como compositor o interpretándose a sí mismo. Esto último fue lo que mejor le salió dentro y fuera del set, donde fue construyendo a su propio personaje. Ese mismo 1950 se consagra con la cinta ‘Al son del mambo’ con ‘Adalberto Martínez ‘Resortes’ y Amalia Aguilar. Desde el nombre de la cinta… digamos que toma su lugar como ‘mandón’ de la fiesta.
La popularidad que le da el cine corre paralelamente a sus primeros hits discográficos… el primero, ese mismo 1950 con un vinyl de 45 revoluciones que traía en el lado A ‘Que rico mambo’ y en el lado B ‘Mambo No. 5’. A partir de ahí, los éxitos se suceden con la fuerza de una avalancha… en la radio, en presentaciones personales, en venta de discos y en el cine… nada más para darnos una ligera idea de lo que implicaba el furor desatado por Pérez Prado: en 1950 se filmaron 123 películas: más de 50 hacían referencia o estaban vestidas en alguna escena a la novedad del mambo; en 1951 de hacen 101 cintas… y el 20 por ciento tiene mambos.
Acá, dirigiendo su famoso ‘Mambo número 8
Le cambia el ritmo a un país, primero… y a un continente luego y a otro y otro, después. Esa cascada de éxito… deriva en ríos de dinero. Y claro, Pérez Prado no tenía porque no creérselo. De pronto era el que marcaba la pauta y partía el queso. La veneración que sentía por él el público, era inversamente proporcional a los resabios que iba cultivando en la industria.
Acostumbrado a que no lo dejaran pasar, se fue ganando su lugar sin pedir permiso y luego sin pedir perdón. Y luego a las patadas… hasta que se le apareció uno más Sansón. A bravito, bravito y medio. Una cosa era que pusiera condiciones… y otra, que no le aceptaron, fue que de pronto quisiera cambiar las reglas del juego… y el juego. Cual si se sintiera el amo… el creador de una época. Como lo era.
Acá el gran ‘Mambo del Ruletero’… “Yo soy… el macalacachimba, que sí, señor, el macalacachimba”
Desconoció un contrato ya firmado con Félix Cervantes, el dueño y empresario del teatro Margo (luego el teatro Blanquita). El costal ya estaba lleno de piedritas. Pérez Prado pagaba al cuádruple a sus músicos, pero desatendía estipulaciones del Sindicato Único de los Trabajadores de la Música. Su talento le sumó envidias y su falta de mano izquierda, rencores. Cervantes hizo uso de sus influencias gubernamentales, que pronto encontraron motivo para aplicarle al ‘Rey del mambo’ el temible artículo 33 de la Constitución, que facultaba la expulsión de territorio nacional a extranjeros que no cumplieran con la ley. Le encontraron que le faltaban unos permisos migratorios cuando trabajaba en la filmación de la cinta Cantando nace el amor con Elsa Aguirre, Andrés Soler, Óscar Pulido y Raúl Martínez. Lo detuvieron afuera de la Asociación Nacional de Actores… a la mexicana ‘ofreció una ‘mordida’ a los agentes… le agregaron el delito de soborno y lo deportaron el 6 de octubre de 1953 a La Habana.
Es decir que sólo estuvo en México… ni cinco años, en los que se detonó aquel tsunami musical. Había dejado para siempre El mambo número 8 (“si Beethoven les pone número a sus temas, ¿yo por qué no?”, y el Mambo del Politécnico y el Mambo Universitario y el Mambo del Ruletero y la Niña Popoff y Norma la de Guadalajara… y aquel que nos dejó para siempre con la incógnita ‘¿Qué le pasa a Lupita?… ¡no sé!’. Igual ya había mambalizado temas ajenos: María Bonita o Té para dos o La bikina o la Malagueña o Cuando calienta el sol.
Hizo 20 giras a Japón. Y en 2010 el director Akira Miyagawa logra en Osaka esta genialidad fusionando la Sinfonía Número 5 de Beethoven y el Mambo Número 5 de Pérez Prado. No se lo pueden perder.
Pronto partió a Los Ángeles. Allá hace un arreglazo a la canción francesa Cerezo Rosa… que había pegado en 1954 en Latinoamérica con Los Tecolines y a la que, por cierto, le había puesto la letra en español un muy jovencito Roberto Gómez Bolaños ‘Chespirito’. En 1955 usan el tema en la película Underwater con Jane Russell. El tema se coloca durante 10 semanas en el número uno de Billboard, algo que solo desbancaría un año después Don’t Be Cruel con Elvis Presley.
Desde la plataforma estadunidense, hizo música notable para los conocedores… la Suite Voodoo -obra maestra de música negra- o la Suite de las Américas… años después haría el ‘Concierto para un bongó’ (que dura 17 minutos). Invaluables trabajos sinfónicos. En lo otro, la música comercial de Pérez Prado comenzó a sonar en películas internacionales, al nivel de aparecer, por ejemplo, su mambo Patricia en ‘La Dolce Vita’ de Fellini (1960). El cine jamás ha retirado la música de Pérez Prado. Recientemente el mexicano Alfonso Cuarón lo hizo presente en la premiada cinta ‘Roma’ (2018) o Martin Scorsese en ‘El Irlandés’ (2019) con Robert De Niro, Joe Pesci y Al Pacino.
Fellini aprovechó el mambo ‘Patricia’ en el clásico de la cinematografía mundial ‘La Dolce Vita’, Con Marcelo Mastroianni y Anita Ekberg. 1960
Acá hay una buena historia de trama artístico-política. El ‘cara de foca’ tardó 11 años en poder regresar a México y eso gracias a la gestión de la cantante y actriz María Victoria, que alguna vez le contó a este reportero los detalles. Ya hacía en su casa su tradicional pozolada para celebrar su santo los quinces de agosto. Al de 1964 acudió el entonces presidente Adolfo López Mateos y ahí mismo le solicitó intercediera para el regreso de su amigo Pérez Prado, de quien había sido notable intérprete en su orquesta. Aquél puso el tema en manos de Luis Echeverría que fungía como encargado de despacho en la Secretaría de Gobernación (ya que Gustavo Díaz Ordaz la había dejado al ser ungido candidato del PRI a la presidencia). Y cuenta el perezpradólogo más serio en México, el maestro Iván Restrepo, que Echeverría operó el retorno que sucedió de inmediato: en septiembre de 1964.
En lo que se fue y para cuando regresó, el Cha Cha Cha y el Rock and Roll habían desplazado al mambo, que se convirtió desde entonces en un elemento de feliz nostalgia. Componía y se presentaba donde podía, siempre con éxito, pero su época ya no la era. Inspirado en el personaje del ‘Piporro’ (como lo había hecho con Tin Tan cuando hizo ‘Pachuco bailarín’) le dedicó ‘El mambo del taconazo’ a finales de los sesenta y fue quizá su último gran éxito de ventas.
Quiso proponer nuevos ritmos… a los que llamó el menemene, la chunga, el suby o el dengue (que se destacaba cuando hacía sonar un rin de camión con dos cucharas…¿se acuerdan?) Él mismo reconoció algún día, que hizo todo lo que pudo para terminar con el mambo, que lo tenía atrapado sin dejarlo pasar a otros terrenos… pero no pudo.
Finalmente en 1980 José López Portillo le dio la nacionalidad a este hombre que por muchas razones ya era más mexicano que el mole. Después de un año infame de salud, con un infarto cerebral, dos cardiacos y una pierna amputada, murió en su casa de la Colonia del Valle, el 14 de septiembre de 1989.
De hecho, ya se había muerto una vez. Sucedió que en los tiempos de asilo estadounidense tuvo un pleito de tribunales con su hermano menor, Pantaleón… bajista y contrabajista, que colaboró con Dámaso al principio. Luego aquél se fue a explotar el mercado europeo y por allá se quedó presentándose con el puro apellido ‘Pérez Prado’ y añadiéndose ‘El rey del mambo’. La disquera en EU se veía afectada ante la confusión que se provocaba y obligaron al hermano a únicamente ponerse su nombre completo en los discos. Pantaleón pudo cobrar fraterna revancha al morir en Milán en 1983, por un rato mató a Dámaso. Cuando los periódicos en Europa dijeron…: ’Muere Pérez Prado, el rey del mambo’.
En los días siguientes a la verdadera muerte de Dámaso Pérez Prado, en 1989, en las fechas más mexicanas posibles… un 15 de septiembre, le echaron el primer puño de tierra en el Panteón Civil de Dolores. Y el día 16, recibía su última gran ovación en la Plaza de Toros México, previo a la pelea del Maromero Páez contra el púgil argentino José Mario López. Fue aquella misma noche patria en que al Coque Muñiz se le olvidó el Himno Nacional, pero a la gente no se le olvidó ‘el rey del mambo’.
Aquel chaparrito excéntrico de 1.58 de estatura, de gran alucine musical y al que en el fondo nunca aceptaron los de su gremio, ni en Cuba ni México, no tuvo más remedio que imponerse.
Así, haciendo una reflexión seria, podríamos concluir que sobre la lápida de su tumba será que tendría que leerse como su único epitafio posible, aquella máxima que se mantiene viva, vigente y vibrante en la más pura sociología de la picardía nacional: ‘¡A mí me la Pérez Prado… con todo y su orquesta!’.
Tiki-tiki-tín.
@diazbarriga1
En este video Pérez Prado le explica al inolvidable Jaime Almeida lo que significa su famoso grito: “Ahhhgggg… ¡dilo!”