Éste sí era más taquillero que el Papa más taquillero, Juan Pablo II, entonces-. Ahorita les cuento.
Justo este 29 de marzo estaría cumpliendo 75 años de edad Rigo Tovar, el último ídolo literalmente del pueblo que ha tenido este país. O ya me dirán si conocen a otro. Esto, asumiendo que hay por lo menos una generación que no tiene noción de lo que significó para la cultura popular mexicana.
El 25 de enero de 1979, Juan Pablo II emprendió su primer viaje internacional a República Dominicana y México. El día 31 ofició una misa en Monterrey, desde el puente San Luisito… sobre el lecho seco del río Santa Catarina, reuniendo a 300 mil personas. Dos años después, el 21 de octubre de 1981, Rigo Tovar ofreció desde el mismo punto un concierto gratuito que reunió… ¡400 mil almas! Creo que a partir de aquí, será más sencillo entender de lo que estamos hablando.
El día que le ganó en la taquilla a Juan Pablo II
Lo recibe Alfonso Martínez Domínguez, gobernador de Nuevo León
A diferencia de otros artistas mexicanos muy populares y queridos por el gran público… digamos como Juan Gabriel o José José, por citar un par de ejemplos, estos entraron en el gusto de todas las clases sociales y culturales. Altas, medias y bajas. Rigo no… él fue abrazado nada más por los suyos… por el grupo social más desprotegido… por los pobres. Pero, por cada uno de ellos. Por todos los que existían en México.
Curiosidad. La popularidad de Rigo Tovar era suficiente para que lo entrevistara el único personaje entonces más popular que él: Chespirito.
Nacido en Matamoros, Tamaulipas en 1946, desarrolla cualquier tipo de oficios modestos para subsistir en su tierra natal y al otro lado de la inmediata frontera… principalmente en Houston, Texas: mesero, barman, tapizador de muebles, ayudante de albañil o soldador (que a la larga le habría afectado mucho con un grave problema en los ojos que lo dejó casi ciego). Empleo al que renunció a media década de los 60 para armar el Trío Recuerdos, con el que comenzó a ganar su primer dinero con la música, cantando en restaurantes para que nadie lo oyera. En 1971 arma con sus hermanos y unos amigos el Conjunto Costa Azul, que debuta en un salón de fiestas de Houston. Cómo sonarían que para 1972 una disquera les edita el primer disco… encabezado con Matamoros querido. Hoy himno local. En 1973 el segundo disco… en 1974 llega al entonces Distrito Federal para recibir su primer disco de oro… lo empiezan a programar en la radio… y aquello toma la fuerza de una catarata, con su consecuente río rápido, que dura media década de los 70 y casi toda la década de los 80. Incontenible. Incontrolable.
Joyita. Rigo Tovar a dueto con Enrique Guzmán.
Sí, su carisma; sí, su singular voz delgada y sin alardes; sí, la imagen y el menudo personaje que fue creando… melenudo y con sus Ray Ban -¿por qué nomás Jim Morrison?-… sí todo ello, pero sobre todo, el sonido… ¡consigue el sonido! No sonaba a nada igual. Fusiona todo con todo. Le mete guitarra eléctrica, bajo eléctrico, sintetizadores… es cumbia mexicana pero sabe a rock. Es fan de Kiss, de Black Sabbath, de Scorpions, de Village People, de Queen… es la tecnocumbia, pasando por el sonido del bolero y la balada y del huapango y la polka norteña y el mariachi… puede sonar a Pedro Infante en su versión de La calandria… y a los cubanos Oswaldo Farrés con su bolero Quizás, quizás, quizás o a Enrique Jorrín, haciéndole una versión de La engañadora. Machete en mano, abría a brazo partido la primera gran vereda para que entrara lo que luego se conformó como el movimiento grupero.
Y todo sonaba a él, sonaba a Rigo Tovar. Quien, contrario a lo que pudieran descalificar sus detractores, fue un tipo sensible a lo otro… por ejemplo, rescató en 1975 el Pájaro Chogüí… una antigua pieza del folklore paraguayo de los años 40, que tras el éxito obtenido, grabó entonces Julio Iglesias en 1980.
Rigo sabía de música clásica. Existen entrevistas donde se le ve hablar con absoluto conocimiento de los valses de Strauss que escuchaba cuando niño… y de su afición por Rossini, por Bach, por Berlioz o por Verdi… por cierto, en alusión a una ópera de éste último, no gratuitamente solía presentarse como "Rigoletto Tovar García, para servirles".
No tuvo ningún problema hacer cumbia alguna piezas de Haydn o en grabar con su banda Costa Azul una versión completa acumbianchada del poema sinfónico En las estepas del Asia Central, compuesto en 1880 por el ruso Alexander Borodín.
Y además, lo demás. Que es lo que en realidad quedó sembrado en quienes hoy lo recuerdan y lo cantan: ’Matamoros querido’, ‘Mi amiga, mi esposa, mi amante’, ‘Quítate la máscara’… y aquella con que todo mundo se saludaba entonándola ‘Oh, qué gusto de volverte a ver’… o de cotorreo la de ‘Perdóname mi amor por ser tan guapo’. Y desde luego esa joya compuesta por el sonorense Ignacio Peñuñuri, que es ‘La sirenita’ (‘… tuvimoooos un sirenito / justo al aaaño de casados / con la caaaara de angelito / pero coooola de pescado’).
Todas sonando todo el día en todas las estaciones de radio más populares… con una secretaria, un oficinista, una cocinera, un obrero de la construcción, una empleada doméstica, un taxista, un jardinero, un barrendero… por años cantando con Rigo. A dueto.
“¡Rigo es amor!”, respondían en automático sus admiradores cuando alguien mencionaba su nombre, o lo mismo gritaba al unísono esa marea de gente que en miles y miles cantaba, bailaba y se desgañitaba a gritos en los 10 a 15 conciertos masivos que daba cada mes el artista… en grandes explanadas, en teatros abiertos o en canchas de futbol llanero.
Era un fenómeno social… digno de que se le hiciera un primer documental cinematográfico ‘Rigo: una confesión total’ (1979) y tres películas en las que participa como actor: ‘Vivir, para amar’ (1980. Con Ana Martín y Kitty de Hoyos), ‘Rigo es amor’ (1980. Con Angélica Chaín, Pilar Pellicer y Rafael Inclán) y ‘El gran triunfo’ (1981. Con Amparo Muñoz, ¡Carmen Montejo! y Angeliquita Vale). Estas dos últimas cintas, con tintes autobiográficos y dirigidas por el mismísimo Felipe Cazals, quien apenas cinco años antes había recibido el Oso de Plata de Berlín, por ‘Canoa’.
Nunca se soltó de la mano del pueblo… de la raza… del barrio, que lo reconocía con esa popularidad genuina que quizá antes sólo tuvo para este sector Pedro Infante… con quien compartía ese único ingrediente que los puso donde los puso: una sencillez auténtica. Ello, más allá de los caprichos personales que nada tenían que mostrarse como seres superiores. Así, podía Pedro andar en un precioso Cadillac del año o en un Mercedes ‘alas de gaviota’… y Rigo, recorrer la ciudad, como muchos lo vimos alguna vez, en un precioso Rolls Royce Silver Dawn antiguo… 1952, blanco… al que simplemente valoraba como “un trofeo de la vida”. Rolls que hoy está perdido (… el premio nacional de periodismo al que lo encuentre).
En entrevista, hablando de su Rolls Royce 1952 como un regalo de su pueblo.
Igual cuando pudo, en 1979 se dio el gusto en Londres de rentar ‘Abbey Road’… el estudio donde grabaron Los Beatles, para él grabar su disco ‘Dos tardes de mi vida’. El séptimo de 26 álbumes que fueron en total y que significaron millones y millones y millones de copias vendidas. Por conveniencia fiscal, nunca se sabrá el dato.
Es posible, que aquella sencillez… llevada a otros terrenos se tornó en una falta de malicia. En acciones por instinto con su vida personal. En la mala administración de los santos vicios… llevados al filosófico terreno de ‘todo exceso es mucho’. Tanto, que todo se acabó. La salud, por principio y las presentaciones y el dinero. Entonces, el lado más despiadado de la industria se hizo ostensiblemente patente. Ya no dejas, ya no eres.
Rigo Tovar en Londres.
Todo suma o todo resta. En 1985 muere en el terremoto Everardo Tovar… su hermano y administrador de giras del grupo. Es el comienzo de la bajada. La rinitis pigmentosa sin solución que prácticamente lo tenía ciego, no encontró solución ni con médicos de Inglaterra ni con médicos de Cuba y sus largos tratamientos. A ello se le sumó una hipertensión, vitiligo y una diabetes que nunca se atendió bien… en tanto él siguió en lo suyo. De manera que para 1995 se vio obligado a retirarse. Nunca más volvió a verse su famoso y distintivo brinco sobre los escenarios.
Estaba como su lujoso autobús… -que por cierto apareció abandonado hace unos meses en un lote de Santa María Tonanitla, Estado de México-: guardado en algún terreno baldío. No en la pobreza absoluta, pero sí viviendo al día con lo poco que le quedaba de regalías luego de cobradas las pensiones ex conyugales. Lo gastado, no tenía vuelta. Y lo vivido, menos.
En los primeros días de marzo de 2005, con 10 años en la sombra, fue ingresado a un pequeño hospital atendido por monjas… el Santa Coleta, al sur de la ciudad de México, en la colonia Guadalupe Inn. Llegó con una grave insuficiencia renal, le hicieron diálisis y unos 15 días después lo estabilizaron. Ahí surgió una última imagen, cuando el representante de la Federación de Cámaras de Comercio de Tamaulipas, acudió el 20 de marzo a entregarle un reconocimiento. El día 22 lo dan de alta y convalece en una casa ubicada en la esquina de Rosal y Delicias, poblado de San Pedro Mártir… en la mera salida a Cuernavaca… con su esposa oficial, Isabel Martínez, de quien llevaba separado casi 20 años. Cinco días después… paro cardiorrespiratorio.
La última imagen. En el hospital. 20 de marzo de 2005, una semana antes de morir.
El funeral en la sala 6 de Gayosso Félix Cuevas, es la escena de una película de Ismael Rodríguez… golpes, insultos, el mariachi tocando, unos hijos sacan a otros, unas de sus mujeres no dejan entrar a las otras, portazo del público al que no da acceso la policía para ver a su ídolo… otra señora que se aparecía con otros 2 niños: “¡por favor, sólo déjenlos despedirse de su papá!”. Por ahí andaba casualmente -iba a otro velorio- el poderoso obispo de Ecatepec, Onésimo Cepeda.
Y declara: “Yo escuchaba a Rigo, claro… pero antes de entrar al seminario, eh”. Aunque la frase que lo dijo todo aquella mañana, fue la del rockero Johnny Laboriel al llegar a la funeraria: "Para mí es un ejemplo verdadero de lo que se debe y no se debe hacer, un maestro de la existencia para esta cruel y dura carrera”. Así.
En Matamoros, a la entrada de Reynosa, está la escultura y la avenida con su nombre. La vida de este personaje tan verdadero, Rigo Tovar, fue como el éxtasis de su pueblo: la gran fantasía… hoy desvanecida en el aire y en el tiempo. Pero que un día detonó alegre y luminosa. Como el más impresionante espectáculo de fuegos artificiales.
El éxtasis… las multitudes… y el brinco.