En alguna cumbre internacional, durante el momento informal de la toma de la foto de grupo, el mandatario de un país nórdico le dijo al presidente de Estados Unidos:
--Arreglen ya sus temas con México: legalicen a sus inmigrantes e integren sus economías.
--Claro amigo --contesto George W. Bush--, en el momento mismo que ustedes adopten oficialmente a Turquía en la Unión Europea, así lo haremos.
Años después, también en tono jocoso, la primera ministra de Nueva Zelanda comentó que, dada su relevancia para todo el planeta, la elección presidencial de Estados Unidos debería incluir la participación de ciudadanos del resto del mundo.
Pues no. El martes 5 de noviembre, 250 millones de estadounidenses tendrán en sus manos el poder de decidir: Kamala Harris o Donald Trump. Cerca de 100 millones no votarán.
Como el fuerte de este espacio no es la astrología o la narración de carreras de caballos, no intentaremos adivinar quién ganará. Nuestro análisis parte del obvio, "too close to call" que perfilan la gran mayoría de las encuestas; un recurso que, por cierto, en las últimas dos elecciones ha funcionado mejor como propaganda que como ciencia.
Ha sido una contienda cerrada y el resultado, muy probablemente, también lo será. Pero no comamos ansias. Falta poco para el martes 5 de noviembre o los días siguientes en que conoceremos el desenlace.
Entre tanto, nos queda un scotch neat para los nervios. Y algunos datos que nos ayuden a comprender lo que realmente está en juego en estas particulares elecciones. Lo cual no es poca cosa, sobre todo si consideramos lo que, según los propios contendientes, está en disputa: "la muerte de la democracia Americana" (si gana Trump), o "el estallamiento de la Tercera Guerra Mundial" (si gana Harris).
Las implicaciones de una Casa Blanca encabezada por primera vez en la historia por una mujer, o el regreso de un cada día más errático y radicalizado señor Trump probablemente no serán de ese tamaño. Sin embargo, vale anotar algunos temas en que, gane quien gane, muy probablemente no habrá grandes cambios . Cuatro ejemplos:
La influencia del Military–industrial complex. La maquinaria de guerra es uno de pilares de la economía estadounidense. Demócratas o Republicanos y, de hecho, la inmensa mayoría de la sociedad, aceptan sin mayores quejas, otorgar un presupuesto anual cercano a 1 millón de millones de dólares para mantener su inobjetable superioridad global en materia bélica. La condición imperial de Estados Unidos --la red de intereses e ideologías que la conforman-- depende de ello. Ni con un Trump aún más aislacionista se podría esperar un debilitamiento importante en ese terreno. Sin duda China seguirá siendo el gran contrincante (potencial).
Migración. Aunque el propio Biden, poco antes de llegar a la Casa Blanca, reconoció públicamente que buena parte de los inmigrantes "también son Americanos", Estados Unidos suma ya un cuarto de siglo de fracasos en el reconocimiento de la racionalidad económica detrás de la regularización sus inmigrantes --son el principal suministro de mano de obra ante el declive demográfico. La enorme ola de odio y racismo que promueven los nacionalistas extremos es el verdadero muro y será difícil de derrumbar.
Si bien parece casi natural que la inmensa mayoría de los "indocumentados" que tienen décadas de vivir en el país terminarán por formalizar su estatus legal, al menos en el corto plazo su utilización como chivos expiatorios y distractores no se disipará.
Violencia y extremismos. El hecho es que, a pesar de que Estados Unidos es un país con casi 400 millones de armas de fuego en manos de civiles, los índices de criminalidad siguen siendo los más bajos en mucho tiempo. Sin embargo, los hechos de violencia política, motivada por el racismo, el odio y las intolerancias han llegado a un punto extremo. Las masacres en escuelas e iglesias son cosa de todos los días. Casi siempre alentados por una retórica de extrema derecha, este tipo de violencia revela fallas profundas en el modelo de país, además de severos problemas de salud mental en su sociedad.
Así pues, gane quien gane, el apetito imperial no se borrará. Tampoco esa especie de rebelión social que retoma racismo, xenofobia e intolerancia. Pero no todo es negativo.
El nuevo rol social de las mujeres. El contraste entre ambas candidaturas es más que obvio: por un lado, una especie de caricatura del macho alfa, un criminal de 78 años condenado como violentador sexual, versus una mujer mucho más joven, una ex fiscal exitosa y, para colmo, hija de inmigrantes y de piel morena. La batalla cultural que la contienda representa es clarísima.
Ello, en el contexto del retroceso histórico por la revocación de la Suprema Corte de la ley Roe v. Wade que normaba la practica legal del aborto, podría abrir la puerta a una amplia movilización ciudadana a favor de múltiples candidaturas locales que reivindican los derechos de las mujeres. En ese hipotético escenario, el triunfo de Kamala Harris sería tal, que incluso pudiera llevar a su partido a obtener mayoría en ambas cámaras.
Tanto por el creciente rechazo a la violencia contra las mujeres, los (aún limitados) avances en materia de equidad salariar, aún en el caso de que Trump regresara a la Casa Blanca, no se perfila una rendición en la lucha por los derechos sociales.