¡Aplaudan, aplaudan!, ¡no dejen de aplaudir...!

  • Tiempos interesantes
  • César Romero

Ciudad de México /

No nos hagamos bolas; por demasiado tiempo nuestra visión de la política estadounidense ha sido demasiado simple: los demócratas son los buenos y los republicanos los villanos. Al menos para mi generación el cuento ha ido más o menos el siguiente:

El perverso Nixon (R) y sus esbirros (Kissinger, et al.) organizaron el golpe de Estado contra el socialismo democrático de Salvador Allende. Luego, cuando Jimmy Carter (D) miraba con buenos ojos las causas de nuestros pueblos, llegó a la Casa Blanca el malvado Ronald Reagan (R), quién conspiró con la derecha más cavernícola para desmantelar la revolución sandinista en Nicaragua y luego, George Bush (R), bañó de sangre a El Salvador y Guatemala.

Después de la frescura económica y el encanto personal de Bill Clinton (D) tocó el turno a Bush Jr. (R), pelele de los intereses más obscuros, quien, con engaños, llevó a su país a dos guerras absurdas --Irak y Afganistán-- que, afortunadamente tuvieron su final con el super-cool Barak Obama (D). Por supuesto que esta lectura tiene su punto de culminación con el infame lanzamiento de la candidatura presidencial del señor Trump (R), el peligroso demagogo que secuestró al GOP, cuando se refirió a los inmigrantes mexicanos como criminales, violadores y, claro, "bad hombres".

En esa misma lógica, desde los tiempos de John F. Kennedy (D), es perfectamente normal que latinos y latinoamericanos hayamos tenido más simpatía hacia los demócratas que republicanos. Como en los westerns clásicos, sombrero blanco-bueno, sombrero negro-malo; vaquero-héroe, indio-villano... ¡Ah!, si todo fuera tan fácil.

Por ejemplo, en la elección presidencial que ocurrirá en 7 semanas y un día. Si seguimos en la pista del maniqueísmo político tendremos que aceptar que la mitad de los ciudadanos estadounidenses son "gringos buenos", esto es, liberales y progresistas; gente educada que defienden la democracia y la libertad en el mundo. Son los herederos del pensamiento grabado en la Estatua de la Libertad: "give me your tired, your poor, your huddled masses yearning to breathe free...".

Mientras que la otra mitad son una bola de ignorantes, racistas, xenófobos, egoístas, cerdos capitalistas; una especie de peligroso coctel de "hillbillies", megas billonarios, neonazis y una multitud de psicópatas armados hasta los dientes.

Desde esta visión, Donald Trump estaría liquidado luego de su debate con Kamala Harris. Errático, delirante incluso, culpa a los inmigrantes de todos los males del universo; hasta "come-gatos-y-perritos" resultan. El y sólo él, es capaz de regresar el reloj de la historia a una supuesta grandeza imperial perdida. Mientras ella, lució presidenciable, coherente, sensible y con una visión práctica de un mejor futuro para todos. ¡Ah!, si todo fuera tan fácil.

Pues no. No a todo. El punto de esta extensa introducción es establecer que, como sucede con nuestra retórica de chairos vs. fifís, liberales vs. conservadores, reducir la realidad al eterno esquema binario --El Bien contra El Mal--, resulta bastante estéril si de entender la realidad se trata.

Por supuesto que Harris ganó el debate. Como también lo hizo Hillary Clinton en 2016. Sin embargo...

Para empezar, debemos reconocer que son múltiples las causas detrás de la casi endémica condición del fifty-fifty en las elecciones en Estados Unidos. También, es claro que son diversos los factores que explican los niveles de hartazgo, desencanto y frustración de cientos de millones de personas (en todo el mundo) que en las últimas dos décadas se han acercado a la derecha del espectro político. Si algo deberíamos haber entendido a estas alturas de la vida es que el odio y la ignorancia también votan.

Reducir el análisis político-electoral a una ecuación binaria nos llevaría a una especie de conclusión forzada: con independencia del resultado de la elección presidencial, la fractura social se perfila de tal tamaño que muy difícilmente se podrá resolver sin violencia. Pésima noticia para el mundo entero.

Aunque catártica --incluso romántica--, la presentación de la realidad a partir de consignas y slogans nunca será suficiente para comprender a cabalidad nuestro entorno.

Es claro también, que el apetito imperial y la furia anti-comunista no han sido nunca banderas de solamente un partido. Tampoco, la guerra, las intrigas internacionales o la propaganda.

Y sin embargo, justamente de eso se trata la democracia. Con independencia de la complejidad de los procesos sociales, económicos y emocionales que llevarán a poco más de 150 millones de ciudadanos estadounidenses a las urnas el martes 5 de noviembre, la ecuación práctica sí será binaria. A la hora de estar frente a la boleta la disyuntiva volverá a ser ¿Tú con quién te vas? ¿Con melón o con sandía?


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