El Efecto Placebo

  • Tiempos interesantes
  • César Romero

Ciudad de México /

Caminábamos a toda calma por la amplia lateral de la avenida Reforma, a la altura de Donato Guerra, en el centro de la Ciudad de México, donde trabajamos. Tres periodistas en charla sobre el todo y la nada. Unos metros hacia adelante se encontraban las ruinas del Ambassadeurs, aquel fastuoso restaurante localizado a unos pasos del cruce con Bucareli y Avenida Juárez, "la esquina de la Información" y sede del periódico Excelsior.

Llevaba la conversación el más experimentado del grupo. Los otros dos estábamos empezando el segundo lustro de nuestra carrera reporteril y escuchábamos atentos las grandes hazañas de nuestro colega, quien, generoso, nos compartía algunos de los secretos del oficio.

Por un momento se detuvo y girando 180 grados, nos miró de frente y nos iluminó.

"Esto del periodismo es cómo el tenis. Si para ser tenista, primero hay que parecer tenista, con más razón, para ser reportero, hay que parecer reportero", dijo, al tiempo que volvía a dar la vuelta, para seguir su marcha como si estuviera desfilando sobre una pasarela.

(Les ahorro el esfuerzo de sus interlocutores por evitar la carcajada).

Hoy, del otro lado de la vida, encuentro en dicho recuerdo cierta dosis de verdad, una especie de "sabiduría involuntaria" en aquellas palabras, probablemente originada en las generaciones formadas a imagen y semejanza de Carlos De Negri. Y no estoy hablando solamente de los atuendos de una elegancia rebuscada, o la pomposa impostura propia de aquellas generaciones de comunicadores. Me refiero, sobre todo, al efecto placebo, uno de los recursos principales del ejercicio del poder.

Como intento de explicación, he aquí unas preguntas básicas: ¿Por qué nuestro gobierno (como prácticamente todos los demás) minimizó el impacto de la pandemia? ¿Por qué el gobierno mexicano de 1985 se negó a recibir apoyo internacional ante los efectos devastadores de los terremotos? En otras palabras ¿Por qué ante el miedo cierran los ojos?

Por supuesto que el factor caquistocracia tiene mucho que ver, pero resulta claro que hay más detrás del hecho de que la reacción casi automática del poder ante cualquier desafío importante sea la de intentar ocultarlo y/o negarlo. Como dios, el poder nunca se equivoca, nunca pierde; todo lo que sucede ocurre de acuerdo con un plan superior.

Ejemplo concreto, la llegada de Trump y sus efectos en México. La retórica de moda va más o menos así:

• Donald Trump no podrá cumplir sus amenazas de imponer aranceles contra las exportaciones mexicanas --que sobre todo son autopartes producidas por empresas estadounidenses radicadas aquí-- pues será tirarse un tiro en la pata.

• No podrá cerrar la frontera. Su economía colapsaría sin la mano de obra de los inmigrantes indocumentados. Es nuestra gente quién produce sus alimentos, construye sus casas y cuida a sus hijos. Nos necesitan.

• ¿Acabar con el narcotráfico? Nunca, sin las drogas que allá consumen, su sociedad terminaría de enloquecer. El negocio de la venta de armas es demasiado grande para que intenten detenerlo.

Detrás del miedo a la radicalización del aislacionismo racista que se ha apoderado de Estados Unidos, es más que evidente el terror del gobierno y sus predicadores ante la propagación de la peligrosa idea de que no mantienen el control de las cosas. En estos tiempos de posverdades y fake-news, lo peor que le puede pasar a un gobernante es la percepción de su debilidad. Nada más preocupante para el emperador que la revelación de su desnudez.

Por ello, las pastillas de azúcar en frascos de medicina de patente:

No hay rendición ante las presiones extranjeras, simplemente vamos a ponerle la atención que merece el fortalecimiento de nuestro mercado interno. Nunca jamás vamos a dejar que violen nuestra sagrada soberanía, sino que es nuestra propia decisión detener la "invasión china". De ninguna manera aceptaremos injerencias armadas de ningún tipo, nosotros mismos desmantelaremos a los carteles criminales (con herramientas, inteligencia y hasta tropas prestadas, maybe. Pero siempre-siempre nuestras autoridades tendrán el mando). Tampoco vamos a hacerles el trabajo sucio de frenar la migración, lo que hacemos es proteger nuestro propio territorio. Además, como somos progresistas de verdad, aquí podemos recibir a los inmigrantes de otros países hermanos.

Como aquel monarca "absoluto y universal" que habitaba el asteroide 325, el primero que El Principito visitó (Antoine de Saint-Exupéry, 1943), cuando nuestro héroe le pidió que ordenara un amanecer a su conveniencia, la lógica del ejercicio poder obligó al monarca a pretendan tener el control de lo que sucede a su alrededor. Por ello quizás, por encima de todo, se convierte en prioritario mantener la famosa liturgia del poder.

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