En estos tiempos la rebeldía superior es la felicidad. Más que "El Amor en Tiempos del Cólera", la primera novela que El Gabo escribió usando en una computadora, encuentro en El Hombre Rebelde, la obra maestra de Albert Camus, el hilo con que intento reconciliar la realidad que nos rodea con mi hambre de esperanza a unas semanas del inicio de 2025.
Hijo de los años sesenta mexicanos mi idea personal sobre el futuro viene de "Los Supersónicos" (The Jetsons), la caricatura retro-futurista de mi infancia. Nada que ver con los escenarios pre apocalípticos que se asoman a la vuelta de la próxima esquina.
"Hay crímenes de pasión y crímenes de lógica. La línea que los divide no es clara, pero el Código Penal los distingue con el concepto cómodo de la premeditación. Vivimos en la época de la premeditación y del crimen perfecto. Nuestros criminales ya no son aquellos jovenzuelos desarmados que invocaban la excusa del amor. Por el contrario, son adultos, y su coartada es irrefutable: es la filosofía, que puede servir para todo, hasta para transformar a los criminales en jueces".
Así comienza El Hombre Rebelde. El ensayo se publicó por primera vez el 1 de enero de 1951, cuando el autor, francés nacido en Argelia, apenas tenía 37 años de edad. El horror de la Segunda Guerra Mundial estaba aún fresco.
Implacable, Camus narra un mundo hundido en un profundo desencanto. Sin piedad describe la historia humana con la lucidez que solamente el nihilismo puede ofrecer. Pero es justamente en ese contexto en el que la semilla de la rebeldía --un simple y poderoso "no"--, podemos soñar con algo semejante a la esperanza.
En lo personal, yo he decidido quedarme con su dialéctica del amo y el esclavo, esa relación profunda en la que ambas figuras se definen a sí mismas en función a su contraparte. Es ahí --incluso por encima de su Mito de Sísifo que seis años después le hiciera merecedor del Premio Nobel de Literatura--, donde encuentro la loca idea de que, a pesar de todo, podemos y debemos buscar la felicidad.
Aficionado a llevar la contra y eso que Robert Frost llamó "The Road not taken", me parece que el verdadero antídoto contra el peso de estos "tiempos interesantes" lo encontraremos en la vocación de ser felices.
"...I shall be telling this with a sigh/Somewhere ages and ages hence:/Two roads diverged in a wood, and I—/I took the one less traveled by,/And that has made all the difference."
En otras palabras, lo que intento compartir en estas fechas de consumismo y cursilerías extremas, es la sencilla posibilidad de encontrar alguna razón, o incluso sin razón alguna, para seguir buscando el rayito de luz que tanta falta nos hace.
Me queda clarísimo que la beta profesional de la "autoayuda" no es lo mío. Sin embargo, hoy ocupo este espacio para subrayar que, a pesar de todo, de todos, incluso nosotros mismos, aún nos queda la rebeldía.