Primero, una obviedad necesaria: en un escenario electoral tan cerrado como el que viene en Estados Unidos, un puñado de votos bien puede ser definitivos. Ahora sí, consideremos la relevancia de dos segmentos de la sociedad estadounidense con capacidad de definir la elección presidencial en Estados Unidos, los Inmigrantes y los Latinos. Aunque en los últimos cien años han sido casi sinónimos, estrictamente hablando no lo son.
Casi por definición la inmensa mayoría de la sociedad estadounidense, 345 millones de personas, es de origen inmigrante. Primero británica y alemana, luego Italiana o irlandesa, y luego, a las grandes olas que conformaron su melting-pot se debe incluir a la inmigración latinoamericana (dos terceras partes de ella de origen mexicano).
Con cerca de 66 millones de personas, los Hispanos son el grupo social más joven y económicamente más dinámico del país. Para mediados de siglo serán --sí o sí--, la minoría más grande en un país sin mayorías.
Dos datos fundamentales: Primero, Estados Unidos ha sido, y es, el país que más inmigrantes recibe. Segundo, de los cerca de 11 millones de personas indocumentadas, poco menos de la mitad son de origen hispano. Este numero no ha aumentado de manera significativa en lo que va del siglo. E incluso, en las últimas dos décadas, la inmigración de origen asiático ha sido la mayor. Esos son los hechos. El discurso es otra cosa.
Así, resulta evidente que el tema real a discusión no es el de la inmigración per se, sino el de las "razas". Otra vez las "razas".
Chivos expiatorios perfectos
Casi como una copia de los nacionalismos extremistas europeos del primer tercio del siglo pasado, la satanización de un grupo social con poco músculo político resulta un combustible perfecto para impulsar la carrera política de un puñado de demagogos.
Por supuesto que Donald Trump no inventó el racismo. Esa enfermedad viene, digamos, de origen. Como modelo económico y cultural, el racismo y la esclavitud forman parte de las raíces de buena parte de los grandes imperios. Incluso amplios segmentos de la sociedad estadounidense (y la mexicana) simpatizaron en su momento con el nacional socialismo del señor Hitler. En cierto sentido los inmigrantes mexicanos, sobre todo aquellos de piel más obscura, son los judíos de la actualidad.
Lo que sí hizo Trump es montarse a la misma ola de las derechas aislacionistas que han aprovechado las fallas estructurales de un sistema económico globalizado y brutalmente inequitativo para treparse al poder. Luego del reciente debate presidencial resulta más que claro que su principal bandera política, quizás la única, es su obsesión con los "bad hombres".
Seamos claros: demonizar a los inmigrantes sigue siendo un excelente negocio político. A pesar de las razones que debieran ser obvias --entender la inmigración como un fenómeno principalmente laboral y ampliamente favorable para la economía--, atacar, encarcelar y eventualmente deportar a personas muy vulnerables, resulta más sencillo que atender los problemas verdaderos. Es una vergüenza, pero así es.
Incluso entre la misma población hispana resulta de cierta eficiencia la retórica que asocia a los recién llegados con actividades delincuenciales --las pandillas-- y, por ende, los considera indeseables. Aunque --y este puede ser el dato clave sobre el voto latino de este 2024--, de los casi 19 millones de familias latinas que viven en Estados Unidos, en la inmensa mayoría de ellas hay al menos una persona que es inmigrante de primera generación. Por lo cual, podría esperarse un rechazo a la retórica de odio que los describe como "criminales", "violadores" y ahora, come-gatos: "They are eating their dogs... they are eating their cats...". Falso de toda falsedad, pero funciona.
El hecho es que, al menos desde la presidencia de John F. Kennedy, los latinos y los latinoamericanos, han tenido una simpatía mayor por los candidatos presidenciales demócratas que por los republicanos. En la mayoría de las elecciones, 4 de cada 5 votantes hispanos han preferido a un demócrata. Siendo Reagan y Bush Jr., las excepciones, al conseguir poco más de una tercera parte de esas preferencias.
Aunque en casi todos los casos, la proporción de la participación electoral hispana ha sido menor al de los demás grupos sociales. El primer martes de noviembre unos 36 millones podrán votar, aunque probablemente en realidad lo harán poco menos de 25 millones.
Debido al tema de los colegios electorales, las elecciones clave serán en estados como Arizona (11), Georgia (6), Michigan (15), Nevada (6), North Carolina (16), Pennsylvania(19) y Wisconsin (10). Dado que en Arizona y Nevada los electores hispanos representan la un 25 y 22 por ciento del electorado, es ahí donde su relevancia puede ser definitiva. En los otros estados bisagra no superan el 6 por ciento.
En cualquier caso, es probable que el factor clave de esta elección no será el tema migratorio/racial --eso quisiera Trump--, sino el voto femenino, el respeto (o no) de la ley y, obviamente, the economy, (stupid). Los cuales, por supuesto, afectan por igual a los electores latinos que al resto de los ciudadanos.